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"Me siento marginado en el Campoamor", dice un discapacitado en silla de ruedas

Ramón Álvarez, de 78 años, lamenta que no haya plazas reservadas a personas con movilidad reducida condenándolas a "quedarse en casa"

Ramón Álvarez, ayer, en su domicilio. LUISMA MURIAS

A Ramón Álvarez Santos (Oviedo, 1940) llegaron a ponerle de mote "El acomodador" por su afición a ir al teatro o al cine todos los días, pero hace doce años perdió las ganas tras el fallecimiento de su mujer y el empeoramiento de su propia salud. Empezó a caminar con dificultad, pasó largas temporadas ingresado y finalmente le amputaron una pierna. Su familia, sus múltiples amigos y su perrita "Valle" se convirtieron en el consuelo perfecto para hacerle olvidar los buenos ratos viendo "La tabernera del puerto" o una de vaqueros. Lo que no pudo evitar fue escuchar sus discos de vinilo de zarzuelas completas. Algo cambió en su cabeza en 2017 durante una de esas veladas íntimas. Decidió volver a las salas. Vio "Don Gil de Alcalá" y "Maharajá" en el Campoamor. Sin embargo, este año no puede ser. No hay sitio para su sillla de ruedas.

"Mi silla estorba en el Campoamor. Me siento marginado", dice Ramón en su domicilio ovetense junto a su hija Eva María Álvarez, con la que convive. Ella fue la que intentó comprar las entradas en la taquilla el 12 de febrero. Las personas con problemas de movilidad únicamente pueden acomodarse en las plateas (los palcos de la parte baja del teatro o patio de butacas). Hay 24 y cada una tiene una capacidad de seis plazas, aunque no todas son accesibles para espectadores como Ramón. Él calcula que sólo sirven una decena de plateas. En caso de que se agoten las entradas de esos palcos, los usuarios en silla de ruedas se quedan con las ganas pese a que queden localidades libres en el patio de butacas, entresuelo, principal, anfiteatro o general. El Campoamor, un edificio del siglo XIX, no está habilitado para sillas de ruedas ni tiene espacios reservados para ellas. "De alguna manera me obligan a quedarme en casa", explica Ramón, que siente perderse "la función en la que sale Rossy de Palma" ("El cantor de México") y "La tabernera del puerto". Éste último título lo vio en el Campoamor cuando tenía veinte años y le quedó grabado en la retina por su escenografía. "Usaron una pantalla de cine para representar la escena de la tempestad. Fue buenísimo. Me gustaría ver cómo lo resuelven ahora".

A su hija le dijeron en taquilla que quedaba una plaza vacante en una platea para la primera función de "La tabernera del puerto", pero era posible que la silla de ruedas molestase al resto de los espectadores del palco. "La mujer fue amable. Pero me chocó la explicación y pedí las hojas de reclamaciones", cuenta la chica.

Al parecer, cuando alguien en silla de ruedas pide una plaza el personal del teatro debe retirar otra butaca de más porque considera que ocupa un espacio doble. El precio de la platea del ciclo de Zarzuela es de 40 euros, (como el patio de butacas), pero las personas con movilidad reducida y un acompañante tienen un descuento del 50 por ciento.

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