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Siero

Míchel Suárez, bastión de los artesanos

El historiador poleso defiende el trabajo de los maestros sastres contra el predominio de la explotación global y la pérdida de la calidad y la belleza

Míchel Suárez, en la sala de exposiciones de la Casa de Cultura de la Pola. MANUEL NOVAL MORO

"Mi oficio es contar historias", decía el cineasta Federico Fellini, y el poleso Míchel Suárez podría suscribir la misma frase pero a la inversa: "Mi historia es contar oficios". El historiador poleso va vestido habitualmente con un traje hecho a medida, y por ello suele ser diana inevitable de juicios apresurados, que le atribuyen cierto elitismo o clasismo rancio. Cuando es todo lo contrario. La relación de Suárez con los trajes, y con aquellos que los confeccionan, los maestros sastres artesanos, se ha convertido para él no solo en una forma de vestir sino también en un instrumento para pensar sobre el mundo en el que vivimos.

Comenzó sus estudios en Oviedo, y pronto se enfocó en la crítica social radical. Su posición era entonces, y todavía lo es hoy, la crítica política de la civilización industrialista, que tuvo su punto de inflexión en la revolución industrial, y con cuyos fundamentos no comulga. Sobre todo porque "en esencia, es un ataque frontal a los artesanos, a la mano, desplazada por el sistema industrial".

En este trabajo de los sastres artesanos encontró toda una filosofía de la producción opuesta diametralmente a la deriva del sistema global actual. Descubrió la crítica estética, el gusto por la calidad, la belleza de los objetos, todo ello defendido y reflejado en un arte menor como el de la sastrería.

Que se opone frontalmente a "la pérdida de experiencia de la belleza no solo en la ropa sino también en los objetos cotidianos, los muebles, los utensilios, la vajilla".

Esta crítica estética ha sido también una crítica del modo de producción capitalista. Fue fundamental su descubrimiento de la obra de William Morris, "el primero que hizo juntas esas dos críticas, la de la estética y la del modo de producción, que se centra en qué produces y en cómo".

Tras estudiar un año en Coimbra (Portugal) , se fue a hacer un máster a Río de Janeiro durante dos años, donde dio con un maestro sastre de noventa años al que comenzó a encargar prendas. Y a su regreso -también hizo un doctorado de un año en La Sorbona- fue a dar con los maestros sastres asturianos: especialmente, los hermanos Campal, de Nava, y Plácido, de Oviedo, que lo ayudaron a seguir indagando en la realidad de la sastrería, un oficio "cada vez más oculto a causa de la moda rápida, el progreso tecnológico y un cambio cultural, en el que la gente prefiere ropa barata y diseños elaborados por mano de obra barata, infantil y esclava; el progreso no cumplió su promesa, como puede verse en esta industria textil que produce en Asia".

El del sastre, en cambio, es un lugar "en el que todo se hace a mano, y el artesano tiene todo el control sobre la mercancía, son autónomos auténticos, sin máquina ni jefe", y además, "es un mundo muy divertido en el que te hacen la ropa no solo a mano y a medida sino también a gusto del cliente".

Parte de estas reflexiones aparecen plasmadas en la exposición "Las tijeras venerables", que ha desarrollado junto con el fotógrafo Alejandro Zapico, y que puede verse en la casa de cultura de la Pola hasta el día 24 de marzo.

Míchel Suárez demuestra que ir vestido de punta en blanco no está reñido con defender el trabajo auténtico y criticar la explotación a los desfavorecidos. Al contrario, viste como lo hace como una forma de luchar por la belleza y la dignidad del oficio.

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