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Cuentos de madres y curanderos

Muchas personas tenían fe en sanadores a los que llevaban a los niños, que, al final, no se curaban

Viejos libros. LNE

En Oviedo había una bruja de esas que todo lo curaba; a la que muchas madres tenían una fe brutal y esperanzadora. Podía ser hombre o mujer, pero creían en sus remedios más que en los de los médicos que eran los que estudiaban y realmente sabían. Pero las madres, erre que erre, cuando la criatura no acababa de sanar, iban a la curandera o al brujo. ¿Se acuerdan del famoso brujo de Santander? Tenía verdaderas colas de gente que esperaban su consulta. Al igual que la curandera de Cabueñes. Recuerdo que un amigo mío que era militar venía desde Burgos para que le pusiese sus manos encima. El pobre no tuvo solución y al final se murió. Su fe no le salvó del cáncer que tenía, ni la bruja le curó de su terrible dolencia.

Pero hoy les cuento algo que en su día me narró mi madre acerca del hijo de una amiga suya, que llevaba un tiempo arrastrando una dolencia que los médicos no acababan de atajar. Aquella madre llevó al niño a una curandera porque, según decía, estaba "agüellado".

Y así hizo. Efectivamente la curandera dictaminó la enfermedad del crío y en un mortero empezó a mezclar diferentes productos que estuvo deshaciendo hasta que los dejó hechos una especie de puré sin color definido. Después de preparar la pócima, de su pelo graso y mugriento, la bruja extrajo una horquilla y comenzó e revolver aquel emplaste. Cuando acabó se lo acercó al niño y le dijo: "Bébelo".

Entonces fue la madre la que reaccionó y quitándole el mortero de las manos le dijo: "bébaselo usted, cochina". Y cogiendo de la mano al niño, salió pitando de aquella casa. Mi madre nunca me contó el final de la enfermedad de aquel chico. Supongo que sólo con el asco que le dio aquel brebaje su curación sería casi milagrosa.

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