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El proyecto de reordenación del entorno del Campo San Francisco (2)

Más vegetación y mobiliario urbano para lavar la cara al Parque

Otras peticiones estriban en recuperar los pavos reales y las ardillas, y que los perros vayan con correa salvo en las zonas habilitadas para ellos

Poner en marcha un proyecto de actuación para mejorar el Campo de San Francisco para acometer la reordenación urbana del entorno parece más bien comenzar la obra por el tejado. Si algo necesita nuestro damnificado parque es un plan urgente de recuperación y rehabilitación para curarlo de sus críticas heridas y con posterioridad, una segunda actuación para lograr su dinamización y vitalización con el objetivo de que recupere su esencia de zona de esparcimiento ciudadana.

Primero reparar, luego recuperar. Lo más urgente que necesita el Campo de San Francisco es una doble intervención urbanística y vegetal. Se puede empezar por una rehabilitación del pavimento, excesivamente roto en algunos de sus principales paseos, comenzando por el artístico y emblemático mosaico del artista Antonio Suárez en los Álamos hasta alcanzar el del Bombé, donde los bacheos constantes no dejan de ser una solución chapuza al deterioro del suelo producido por el paso excesivo de camiones y furgonetas durante las fiestas.

También sería necesaria la rehabilitación integral del quiosco de la música proyectado por Juan Miguel de la Guardia para poder organizar de nuevo conciertos musicales y otros espectáculos en el Bombé y la reconstrucción del Escorialín, aprovechando de paso para recuperar su fisonomía original (me refiero, en concreto, a la Cruz de los Ángeles que coronaba el edificio).

Otra cuestión clave es el arreglo indispensable de los elementos que adornan los paseos. En el Bombé hay 3 columnas derribadas. Una de ellas en la escalera de acceso desde el paseo de los Curas; otra en el lateral, donde también falta uno de los jarrones de hierro que coronan las pilastras, construidas entre 1901 y 1905. Hace falta pintura para la barandilla metálica que delimita el Bombé por el este (que en su día bordeó la plaza de Porlier). En el paseo de los Álamos falta uno de los medallones que adornan la entrada a la avenida de Pasteur.

También es prioritario arreglar y puesta en funcionamiento las fuentes monumentales. La mayoría están sin servicio y abandonadas. Además de las recuperaciones urbanísticas es necesaria una actuación medioambiental, incrementando tanto el número de especies arbóreas como el de ejemplares existentes. El Campo es, ante todo, un parque, y debe parecerlo. Las praderas cada vez están más vacías y los escasos ejemplares que las pueblan, que antaño se defendían gracias a un grupo numeroso, ahora deben campear solos los rigores del tiempo.

Descontando la referencia del Libro de Acuerdos de 1701 en la que se informa que el alcalde, Luis de Peón Valdés, manifiesta haber ordenado la plantación de 550 robles y 600 álamos y paleras, el primer censo arbóreo sobre el Campo se remonta a 1889, cuando el ingeniero agrónomo Manuel Molina apunta la cifra de 2.463 ejemplares. En el año 1925, el Jardinero municipal Manuel Izquierdo enumera 1.442 árboles en el Campo. En 1986 el número de ejemplares arbóreos desciende a 1.199. En 1986 y en 1995 quedaban apenas 1.042. Según la web "vivirlosparques", de la Asociación Española de Parques y Jardines Públicos, actualmente existen 853 ejemplares de árboles y 45 palmeras. La web municipal indica 955), arbustos aparte.

De la misma manera, las especies de árboles también han decrecido en estas últimas décadas, pasando de 81 en 1978 a 62 en 1990, hasta alcanzar las 51 que a día de hoy indica la web municipal, arbustos aparte.

Por lo tanto, la reforestación es más que necesaria en el Campo, tanto en especies como en número de ejemplares. No es de recibo que tan solo 5 especies acaparen el 57% del total del arbolado, de las cuales solo una de ellas pueda ser considerada autóctona.

Tampoco parece lógico que el Campo cuente con 183 castaños de Indias (el 21,5% del total de árboles, según la web dedicada a los parques públicos nacionales), frente a un único ejemplar del castaño autóctono; que no exista siquiera una mínima presencia del árbol que mejor representa la esencia asturiana (el manzano); ni que decir tiene de la ausencia de la especie que ha permitido que Oviedo sea una de las contadas ciudades que figuran en el Refranero Español, el cerezo silvestre autóctona (con un letrero explicativo del proverbio: "Por la Ascensión, cerezas en Oviedo y trigo en León"), mientras abundan los ejemplares de la especie japonesa.

La reforestación debe contar, al tiempo, con una iniciativa para informar a los paseantes de las especies y ejemplares arbóreos que habitan en el Campo. No olvidemos que hasta mediados del siglo XIX estaba considerado como Botánico de la Universidad, con llamativos letreros colocados en lugares bien visibles.

Las praderas deben mostrar a quienes buscan la paz y el sosiego de la naturaleza en medio de la ciudad, la belleza y el color de cada estación. Lo digo porque existe una manía persecutoria del servicio de jardinería contra las margaritas y demás flores silvestres que afloran por primavera, a las que decapitan nada más abrirse; de la misma manera que en el otoño se empecinan en que no haya ni una sola hoja caída sobre la hierba; con uno y otro empeño es normal que el Campo cada vez tenga menos aves , descontando los estorninos que solo acuden a dormir, pues no tienen insectos que comer entre las flores o debajo de las hojas.

Junto a la flora, debe impulsarse un plan para conseguir que el espacio verde sea un lugar atractivo para los animales, esencialmente aves, tanto de forma estable como temporal. Los pavos reales han sido desde siempre el símbolo por excelencia del Campo. Es imposible pensar en el parque ovetense y no escuchar el glugluteo de los pavos o recordar el color irisado de las plumas de su cola abierta.

Además de reintroducir el pavo real en número adecuado, se podrían añadir otras especies que se adaptan bien a los espacios naturales compartidos con el hombre, como por ejemplo, las pintadas o gallinas de Guinea. En cuanto a la recuperación de las huidizas y simpáticas ardillas, habría que contar con la colaboración voluntaria de los dueños de perros. Y, por desgracia, en la actualidad no creo que se consiga una necesaria y real convivencia.

En el Campo, como en todo Oviedo, los perros deben permanecer sujetos por correa, a excepción de en las zonas acondicionadas expresamente para su libre esparcimiento.

Tras las reparaciones urbanísticas y arquitectónicas y la reforestación, vendrían las recuperaciones. Para comenzar, y ahora que tanto en boga está la memoria histórica, no estaría de más restablecer los nombres originales de Avenida de Pasteur y Paseo de Chamberí para los espacios que en 1937, después del golpe militar, se rebautizaron como avenidas de Alemania e Italia, respectivamente, en honor de las dictaduras de Hitler y Mussolini que apoyaron el régimen franquista. Si en 1979 se restituyó el nombre de Paseo de los Álamos (que había sido llamado de Pablo Iglesias en la República y de José Antonio después), hora es de corregir el absurdo olvido del nomenclátor original del Campo.

Ya de paso, y para que no existan tentaciones futuras, sería conveniente colocar letreros (con cuidada estética) que identificasen cada uno de los paseos y espacios del parque: desde los ya citados a la Plazuela y Paseo del Angelín, de la Arena, del Bombé, de Juan Miguel de la Guardia, de José Cuesta, de Julio Vallaure y de la Herradura (aunque en este caso se puede elegir el nombre original y anterior del Eslabón); Rosaleda, Estanques de Nuestra Señora de Covadonga y de los cisnes.

Asimismo, también deberían identificarse las zonas de juego infantil del Paseo de los Curas, Montiquín y Osera.

Además, y como aún quedan otros caminos por nominar, podrían servir para rendir homenaje al citado Luis de Peón Valdés; Joaquín M. Suárez, alcalde que proyecta el paseo del Bombé; Ramón Secades, que impulsa la traída de agua a la ciudad, incluyendo la construcción de fuentes monumentales en el Campo; Ignacio Ferrín, jefe encargado de estas obras hidráulicas, que proyecta y dirige la reforma del Campo para adecuar un lago artificial en su zona norte, levantando de paso la Fuente de las Ranas; o incluso el nombre de Petra y Perico, en recuerdo de los osos que durante más de veinte años asombraron a los más pequeños y despertaron admiración entre los adultos. Para todos estos nombres existen paseos sin rótulo.

Un último apunte de índole estética: el calendario floral de los Álamos debería instalarse en la pradera situada a su derecha, aunque deba reducirse algo en tamaño. No entiendo a quién se le ha ocurrido la idea de colocarlo detrás de las barandillas de la escalera de acceso al estacionamiento subterráneo. ¡Menudo recuerdo se llevan los turistas de Oviedo!

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