"Voy a empezar fuerte". Lucía Fernández advirtió ayer de antemano que lo que iba a decir en el Aula Magna de la Facultad de Derecho iba a agitar la institución académica. Pero realmente no hacía falta que lo hiciera. El público estaba inqueto desde primera hora. Todos querían escuchar a esa joven de 25 años, estudiante de esa misma Facultad, que reconoce sin tapujos que es trabajadora sexual. Arrancó con una cita de la teórica feminista Virginie Despentes en la que afirma que prohibir la prostitución es impedir a las mujeres sacar rendimiento económico a su propia estigmatización. "Hay quien lo esconden, pero llevar una doble vida es un trabajo que no sé hacer". Muchos tomaron notas.

Lucía matizó ayer que se opone frontalmente a la explotación sexual y que apoya a las mujeres que son obligadas a vender su cuerpo. "Rechazo la trata de mujeres y la explotación sexual. Desde un punto de vista jurídico es necesario proteger a estas víctimas. Tienen que poder denunciar sin sentir miedo. Deben desarrollarse planes de ayuda para eliminar sus traumas psicológicos y otros para ofrecerles una alternativa laboral digna y adecuada a sus necesidades vitales".

Lejos de amilanarse, la ponente comentó que una de las cosas que más les molesta a las prostitutas es que no se les tenga en cuenta: "que se hable de nosotras sin contar con nosotras". Por eso abrió su whatsapp y leyó en voz alta los mensajes de su grupo de "compañeras en lucha" al que pertenece Paula Ezquerra, antigua consejera de la CUP en Barcelona y la primera trabajadora sexual que llegó a la política municipal. Ellas defendieron el oficio más antiguo del mundo ejercido voluntariamente porque, señaló, "es una forma de empoderarse y ser autónomas".

Tras dar voz a otras trabajadoras sexuales, Lucía Fernández repasó con detalle los tipos existentes de prostitutas diferenciando entre chicas de plaza, de turno, encargadas y de calle. Y no escatimó en detalles.

Las chicas de plaza están encerradas 21 días trabajando en un club o un piso con sólo dos horas al día para comer o comprar en el supermercado. Las de turno pactan un horario y suelen ser estudiantes o "madres que aprovechan que sus hijos están en el colegio para ganar dinero en unas horas". Las encargadas son trabajadoras sexuales retiradas que cobran sueldos "de entre 1.000 y 1.200 euros" por recibir a los clientes. Y, según la estudiante de Derecho, las de calle "no siempre pertenecen a las mafias de proxenetas", pudiendo llegar a percibir unos 250 euros a la semana si ejercen en grandes ciudades. A su juicio, lo que la jurisprudencia debe regular es "el poder de los empresarios" que, bajo la apariencia de llevar a cabo una actividad de alterne, explotan a las mujeres.