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La aparejadora que abrió el camino

Los arquitectos técnicos homenajean a Rosa María Zapata, primera mujer colegiada en Asturias, al cumplir medio siglo en activo

Rosa María Zapata. MIKI LÓPEZ

"Soy una pionera en la carrera que ha tenido la suerte de cumplir 50 años como aparejador". Con esta sencillez resume Rosa María Zapata Rico el medio siglo de actividad profesional que cumple ahora, desde que se convirtió en 1969 en la primera mujer inscrita en el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Asturias. Fue una vez completados los estudios en la primera promoción de la Escuela de Aparejadores de Burgos, su ciudad natal.

A sus 72 años, esta mujer vitalista y activa -como prueba el hecho de que siga al pie del cañón, echando una mano en el despacho de arquitecto de uno de sus dos hijos- recibirá mañana una placa conmemorativa del colegio profesional, junto a otros trece aparejadores de la región que cumplen 50 años de actividad. Además, en ese mismo acto, que tendrá lugar en el paraninfo del edificio histórico de la Universidad de Oviedo, se impondrán las insignias de oro a los colegiados que cumplen 25 años como aparejadores y también habrá un detalle para aquellos que acaban de incorporarse a la institución.

Que una mujer trabaje como aparejador es hoy lo más normal del mundo, pero no lo era en absoluto en la década de los años sesenta del pasado siglo, cuando Rosa María Zapata decidió matricularse en la recién inaugurada Escuela de Aparejadores de Burgos. Con 18 años tenía claro que quería estudiar una carrera. Aunque en un principio le tiraban más las Ciencias Exactas, acabó decantándose por la arquitectura técnica para quedarse en Burgos. Acababa de fallecer su madre y ella vivía con su padre, militar de profesión, y sus dos hermanas. "Entonces no se salía como ahora a universidades de otras ciudades, por lo que decidí inscribirme en Aparejadores, descubriendo una vocación casi de casualidad", rememora.

Vida laboral

En aquella escuela burgalesa había cuatro chicas y un centenar de chicos. Entre ellos, el asturiano con quien Rosa Zapata acabaría casándose. Juntos se trasladaron a Oviedo e iniciaron una carrera que, en el caso de ella, se centró desde el principio en el ejercicio libre de la profesión, lo que le permitió compaginar con menos agobios la vida laboral y la familiar. "La verdad es que yo no quería un puesto fijo y esa decisión me vino muy bien", afirma Zapata en vísperas de ser homenajeada por unos compañeros con los que siempre se ha llevado muy bien. Y es que, según reconoce, nunca ha tenido problema alguno por ser mujer en un mundo que hasta hace bien poco era casi exclusivamente masculino. "No me sentí minusvalorada por el hecho de ser mujer; más bien todo lo contrario", subraya.

Ya viuda, y superada la edad de jubilación, Rosa María Zapata sigue de lo más activa. A ello le ayuda la labor profesional que desempeña en el despacho de su hijo arquitecto, Ignacio Morales. "Ahora es él quien manda", apunta la orgullosa madre con una sonrisa que rara vez se le cae de la boca.

Con la autoridad que da este medio siglo de dedicación y el haber sido pionera en la región, Rosa María Zapata considera que su profesión va saliendo del profundo bache en el que la sumió la crisis del ladrillo. No duda en recomendársela a los jóvenes que se sienten atraídos por ella. "Hay que valer y te tiene que gustar, eso está claro, pero creo que es una carrera muy bonita", afirma la burgalesa, plenamente integrada en Oviedo y en Asturias. De cara al acto de mañana, y además de agradecer el detalle al colegio del que forma parte desde 1969, Rosa María Zapata está especialmente ilusionada por poder reencontrarse con varios compañeros de estudios a los que no ve con la asiduidad que quisiera. "Me hace ilusión", reconoce la decana de las aparejadoras de Asturias.

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