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Visiones De Ciudad

La ciudad y su gente

Una mirada desde abajo a la vida social y cultural ovetense nos muestra que, afortunadamente, lo que no hacen los unos terminan por hacerlo los otros

He tenido la suerte de disfrutar de Oviedo, día y noche, durante más de 35 años antes de tomar la decisión, como buen malnacido, de hacer las maletas y "unirme al enemigo". Ahora, desde la lejanía, puedo juzgar a "mi ciudad de toda la vida" con cierta distancia (28 kilómetros, para ser exactos) y algo de autoridad (la que me otorgan los años, que no son pocos, y el haber vivido aquí y allá).

Y debo reconocer que, a pesar de todo (incluidos ciertos abolengos indeseables y, cómo no, los tormentos del fútbol), Oviedo sigue pareciéndome una ciudad de primera.

Podría hablar con entusiasmo de sus barrios y de sus calles; de su entorno rural; del inquebrantable prerrománico; del vigor universitario; de su flora y, en especial, de su fauna, o, por qué no, de su gastronomía (desde el Street al Naguar, sin ir más lejos). Pero eso sería demasiado fácil.

Así que me meteré en un charco, que eso se me da de cine, para hablar de la vida social y cultural de la ciudad y de la influencia que unos (los gobernantes) y otros (los ciudadanos) tienen en ella.

Es cierto que, además de la distancia, las hojas ya arrancadas al calendario y el intenso ejercicio de la paternidad han hecho que últimamente ande bastante desconectado de la actividad cultural y social ovetense que tantas alegrías me dio en su día, tanto delante como detrás de la barrera. Pero tengo muchos amigos que están al pie del cañón, unos porque son jóvenes, y otros porque no saben que ya no lo son, y me van poniendo al día.

Como decía, también estuve al otro lado de la barrera cuando, a finales del siglo pasado (ejem), un puñado de jovenzuelos poco cuerdos, espoleados por la escasa y unidireccional oferta cultural de la ciudad, nos lanzamos desde las barricadas universitarias a organizar "Oviedo Múltiple", un festival que aunó rock, cine, teatro, radio? y que quiso mostrar (y creo que en buena medida lo hizo) una nueva imagen, vanguardista o alternativa, de la ciudad (ahí siguen, por cierto, viejos conocidos de entonces, como los Barral o Enrique Patricio, saliendo adelante, y sacando adelante a otros, como audaces malabaristas).

Ha llovido mucho desde entonces (de hecho, no para de llover, qué desastre), pero un rápido vistazo a la actual oferta social, cultural y recreativa del Ayuntamiento ovetense parece dejar claro que la afección detectada en su día no solamente no ha ido a mejor, sino que ha terminado por cronificarse, a pesar de que, desde hace ya algún tiempo, sean otros los culos que calientan el cuero rancio de las poltronas municipales.

Ahí siguen la trasnochada apuesta musical de San Mateo, el ninguneo a los artistas propios, los desaires a la escena teatral o las trabas para actuar en directo en los bares y salas de la ciudad.

Pero contrarrestando lo que no hacen los unos es donde aparecen los otros. Los ciudadanos. La gente. Personas como quienes en su día pusieron en marcha La Madreña, o los integrantes de la plataforma "Quién dice que en Oviedo no hay nada", con Belén Suárez Prieto a la cabeza, que llevaron a cabo hasta hace bien poco, cuando más falta hacía, sus Desayunos Solidarios en el Cá Beleño, por el que, por cierto, deberíamos celebrar un funeral irlandés cada fin de semana en alguno de los otros chigres culturales que continúan dando vida a la ciudad, como el Diario Roma, El Olivar (del ínclito Amadeo), Sol & Sombra, La Salvaje, Lata de Zinc o El Manglar, un local este último donde desde principios de año José Yebra y compañía organizan "Histeria", una serie de encuentros poéticos de micro abierto al más puro estilo de las ya clásicas timbas "poétikas" del fulgurante Pablo X. Suárez.

También en el espacio literario, nos encontramos con incansables trabajadores que derriban puertas desde dentro, como Chelo Veiga, bibliotecaria implacable, y con inesperados y valientes editores como Pascual Ortiz (BajAmar) o Eva Díaz, Jorge Salvador Galindo y su tío Alfredo -que no existe pero mola un huevo- (Pez de Plata), que han venido a unirse a los agitadores culturales de siempre: Rubén, Manolo, Aníbal, Dani, Ernesto, Rémora, Susana, Lauren, Suarón y toda esa cuadrilla de cabrones que tanta falta hacen en cualquier ciudad que se precie o, al menos, que no se menosprecie ni se desprecie.

Por ahí se han ido gestando libros corales, ideados por Javier F. Granda, como el particularísimo "Barra libre" o el no menos inquietante "O. Anatomías del Antiguo", donde tiene cabida cualquiera, pues hasta yo firmo un relato muy loco.

Y luego están los escritores jóvenes, claro, que vienen a comerse el mundo de un bocado y no hay quien los aguante. No me cuesta imaginar a los patarrealistas echando a escondidas unes pingarates de Jägermeister en el café del viejo maestro en la tertulia Oliver (tan inquebrantables ambos como el propio prerrománico). Porque, al fin y al cabo, de eso se trata: de matar el padre, aunque sea a disgustos.

Y bueno, qué decir de la música y sus alrededores. Hace tiempo que la noche no me es propicia, pero me cuentan los noctámbulos que cada vez son más las trabas para tocar en vivo y nadie parece querer poner fin al limbo legal en que naufragan tanto los grupos como los múltiples locales convenientemente insonorizados que les ceden su espacio.

Y otra cosa: ¿quién dijo que el arte sólo estaba en los museos? Durante tres años, el proyecto "Apadrina una alcayata", de Israel Sastre, lo sacaba a la calle (de donde tal vez nunca debió haber salido) colgando una obra artística cada jueves en el exterior del museo de Bellas Artes. Y ahí está la "Falcón family" (Medrano incluido) poniendo toda la carne en el asador para dinamizar el barrio de San Lázaro-Otero. O esos otros artistas de primer orden que van a su aire, pero siempre sumando, como el inclasificable Cuco Suárez o el apabullante Toño Velasco, que todo lo que toca lo convierte en arte.

Y por detrás, como siempre, los nuevos gladiadores, como Héctor Lasheras y su tribu "afrikada", llenando año tras año la Convención de Ccio Alternativo Cometcon. Un oasis redentor en el yermo desierto Calatrava.

En fin, sirvan estos nombres como ejemplo de los muchos que día a día, a pesar de todo, hacen de Oviedo una ciudad mejor. Porque, por fortuna, las ciudades las hace la gente: esa tela invisible, pero irreemplazable, con la que cada ciudad va tejiendo su propia identidad hasta acabar convirtiéndose en lo que realmente es. En el caso de Oviedo, sin duda, una ciudad de primera.

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