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José Ramón Castañón, Pochi

Ante playas desiertas

La desesperada situación de los institutos de Ventanielles y La Corredoria

Si hay algo esencial en una obra para que se convierta en maestra es no saber lo que se hace así que, y siguiendo esta aseveración, la novísima ley de educación LOMLOE habría de serlo; lástima que no estemos hablando de un arte plástico que agita almas y corazones sino del precepto sobre el que debe sustentarse el exitoso desarrollo de generaciones actuales y venideras y que, en mí, remueve tripas y otras asaduras. Si me han leído en otras ocasiones ya saben cuál es mi postura: el declive cultural, social e ideológico en el que estamos nadando, que se materializa en una inflación que invade todos los ámbitos, no solo el económico, sino también el moral y el ético; un declive que nos lleva a una playa desierta, donde todos panza arriba, garantiza la estulticia, la indolencia y la omisión del esfuerzo.

Hace unas jornadas, la Consejera de Educación del Gobierno del Principado, Lydia Espina, arrojaba un titular que se me antoja humillante y absolutamente despreciable. Déjenme que lo reproduzca: “Los alumnos de ahora serán más creativos y tendrán una capacidad de adaptación tremenda, algo que los de la generación EGB no tuvimos”. Que quiere que le diga señora: yo, ante playas desiertas, recojo los ruidos del ayer y como me produce tal hastío reflexionar –una vez más– acerca de aprobados generales, contenidos ridículos, asignaturas menospreciadas, condicionantes para pasar de curso o pruebas de acceso a la universidad de parvulario, voy a revolcarme hoy sobre otro tema que mucho tiene que ver o, según se mire, poco. Sobre lo anterior, el tiempo y las hemerotecas usarán su goma de borrar.

Les resumo la problemática que viven varios institutos de nuestro querido Oviedo desde hace años: dos mil estudiantes de La Corredoria, Ventanielles, y otros, se enfrentan a un nuevo hacinamiento para el próximo curso. Este es su modus operandi, soflamas, proclamas sociales que alardean de la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades, de defensa de los más vulnerables. Palabras vacías que no se materializan en compromisos reales. ¿Cómo es posible que a esta alturas, faltos de toda vergüenza, incumpliendo todos los plazos y compromisos firmados, desatendiendo a las llamadas urgentes que desde hace años se vienen gritando, unos regidores que se llaman sociales condenen a una situación tercermundista, a la falta de toda condición digna, a la desigualdad de oportunidades más flagrante, a miles de jóvenes cuyo único delito es no haber nacido en un barrio pijo?

Las familias se sienten ciudadanos de segunda y recurren a la consejera de Educación Lydia Espina (esta señora nunca vio tal protagonismo) de la que no obtienen respuesta. Alumnos, padres y docentes esperan las obras que garanticen que barracones, laboratorios, bibliotecas vuelvan a las tareas para las que fueron edificadas. Pero todo seguirá igual, pero ¡no es culpa suya, siempre de otros!

Ante tanta desidia, sinónimo ésta de holgazanería y dejadez, solo queda el ruido; como si de una plaga de estorninos romanos se tratara, hagamos ruido. Mucho ruido en una playa desierta.

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