Toché solo necesita migajas para celebrar un banquete. Es uno de esos delanteros que necesita de poca cosa para anotar, virtud innata de los nueves más clásicos. Ayer, el delantero se encargó de levantar al Oviedo más mustio y gris de las últimas semanas para salvar un punto. Los pequeños pasos no hacen mucho en la tabla pero permiten reforzar la moral y mantener las buenas dinámicas: la de los de Egea aumenta hasta los 9 partidos sin conocer la derrota. Los azules puntúan con su versión arrolladora, con la menos acertada e incluso cuando se toma una tarde libre. Como ocurrió ayer en Albacete durante 45 minutos. Porque el Oviedo firmó la primera parte menos convincente que se recuerda en los últimos tiempos. Ni rastro del equipo sólido que no concede resquicios al rival. A los de Egea, perezosos en el inicio, se les vieron las costuras desde el primer minuto.

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Se preveía un juego sosegado con la pelota de los manchegos y un Oviedo esperando una fisura en el muro para actuar con la habitual contundencia. Pero en Segunda, en el fútbol en general, los planes pueden ir a la basura a los cinco minutos. A los 11, Bautista falló en la salida y Carmona se encontró con un amplio horizonte por delante lleno de opciones. Optó por la más imaginativa: zurdazo a la escuadra ante el que nada pudo hacer Esteban.

Contestó el Oviedo con rabia. Susaeta cedió a Johannesson en el área, éste chutó pero un defensa dificultó el disparo que se fue por encima del larguero. El Oviedo gastó su bala. Turno para el Albacete, cómodo en el intercambio de golpes. Aunque intentar atribuir algún tipo de mérito a los manchegos en el segundo tanto parece exagerado. Centró Antoñito y Esteban y David Fernández no se pusieron de acuerdo para despejar la pelota, que se fue mansa a la puerta.

El 2-0 en tan poco tiempo despertó los fantasmas de Mendizorroza. Aquello ocurrió en la segunda jornada de Liga y suele mantener Egea que le sirvió al equipo para aprender, para hacerse a su nuevo hábitat. El instinto de supervivencia debía hacer el resto. Pero en Segunda, territorio lleno de trampas, es fácil que los errores regresen tras cierto tiempo. Y vistos los antecedentes resulta hasta comprensible. El Oviedo había superado con nota la exigente cuesta de enero y debía viajar a Albacete, equipo en dirección al sótano.

El problema no fue tanto el despiste inicial como la falta de reacción, que no llegó hasta el segundo tiempo. Egea decidió entonces activar el plan B: Míchel al campo. De China a Albacete, con una breve escala por El Requexón. Sin justificarse en el jet lag, el centrocampista pidió el foco desde el principio y el Oviedo empezó a avanzar, paso firme, hacia la meta de Juan Carlos.

Tampoco es que fuera un aluvión de juego, pero sí parecía que la cancha estaba inclinada. Como el equipo necesitaba más contundencia, entró Cervero en juego. Ante la calma establecida, barullo. Y del lío salió el primer zarpazo de Toché, en hibernación hasta entonces. Salida alocada del portero local, toque de Aguirre, golpeo de Cervero y Toché en el sitio adecuado. Como si siguiera el GPS adecuado.

Ahí es donde tembló el Albacete y ahí es donde creyó el Oviedo. Cuestión de rachas. Los azules probaron con acercar cuanto antes la pelota al área del Albacete, la zona donde se producen los accidentes. El golpe llegó después del 90. Otra vez Cervero tocó lo justo hacia Valle que la puso en el área y del rebote surgió el pie de Toché en posición poco ortodoxa para empujar a la red.

El punto tiene algo de alivio para el Oviedo. En una tarde no especialmente brillante, el equipo no se marcha de vacío. También es una guía para futuras citas: los azules sólo son temibles cuando muestran su intensidad.