Se confesaba Aitor Sanz sorprendido al final del choque por el buen estado del césped del Carlos Tartiere. Sorprendido con matices. "Cuando las cosas salen bien es porque hay un trabajo detrás", comentó un hombre que en muchas ocasiones tuvo que bregar en un césped convertido en piscina. Su mensaje invita a reflexionar sobre el enorme cambio que ha vivido el club en los últimos años. A Aitor Sanz le tocó experimentar, brazalete incluido, los años más agitados del oviedismo, aquellos en los que uno podía quedarse encerrado en El Requexón porque toneladas de arena colapsaba el camino de acceso. Le tocó sostener vestuarios agitados, sobrevivir a cambios de entrenador, aguantar impagos, dar la cara ante los medios y rendir en el campo. Los años previos a Carso suponían para los futbolistas azules un máster acelerado de supervivencia. A pesar de todas las dificultades, resbalones y decepciones, Aitor Sanz sigue considerando el Tartiere su "casa". El Oviedo, en cualquiera de sus versiones, engancha. Ahora, aprovechando los buenos momentos, uno no puede evitar pensar lo que hubiera disfrutado un tipo íntegro como Aitor Sanz en un Oviedo como el actual.