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Los reproches a Egea: entrenamientos flojos y poca información del rival

El técnico, que estaba dispuesto a pedir perdón por la bronca, decidió dimitir cuando escuchó críticas a su trabajo de varios futbolistas titulares

Sergio Egea, al anunciar su marcha. IRMA COLLÍN

La dimisión de Sergio Egea provocó el lunes un inesperado terremoto en el Oviedo y en el oviedismo. Un rifirrafe público, dos cónclaves internos, cruces de reproches, confesiones incómodas, llamadas desesperadas a México y acelerones a toda velocidad por la caleya que da a El Requexón convirtieron lo que se suponía una mañana más en un seísmo demoledor. Todo saltó por los aires en unas horas convulsas que nublaron un buen momento en el club: el equipo en tercera posición, el ascenso a Primera a tiro de piedra con 13 jornadas por delante y los 90 años a la vuelta de la esquina.

Lo que sucedió el lunes en El Requexón fue la chispa que incendió un vestuario que arrastra discrepancias desde, al menos, el verano pasado. La gasolina, invisible en Twitter y en Periscope, había ido acumulándose peligrosamente en la caseta tiempo atrás. De hecho, algo se olió en agosto cuando Esteban desapareció, inexplicablemente, de la lista de capitanes. En aquel momento era demasiado pronto para reclamar porqués: no había ni empezado la temporada.

Ese "vaya a decírselo al otro" que le soltó Egea a Fernández el lunes vino a resumir, siete meses después, una de las claves de los líos internos del Oviedo. La frase, letal a ojos públicos, no sólo se interpretó como una desavenencia entre el argentino y el director deportivo, Carmelo del Pozo, muy unido a Joaquín del Olmo, sino que insinuó la existencia de bandos en la plantilla. Como en toda relación grupal, los había más afines a un lado y al otro. La afirmación de Egea en pleno calentón resultó muy reveladora, imposible de disfrazar pese a los intentos posteriores de unos y otros de envolverla en papel de regalo para que quedara mejor. Egea, sutil, explicó luego que la frase iba sin mala intención, que no tenía ningún problema con Carmelo, versión ratificada por el propio director deportivo, que sostiene que siempre ha mantenido una muy buena relación con el entrenador.

Egea y Carmelo defienden que se llevan bien. Durante estos meses, el director deportivo ha venido ocupándose de una serie de asuntos que suelen estar dentro de la parcela del entrenador. Cuentan que era Carmelo el encargado de dar los permisos a los jugadores, que era quien los escuchaba, quien los aconsejaba (de ahí lo de confesor), quien más hablaba con ellos, quien decidía muchos de los aspectos extradeportivos. Que Egea había renunciado a todo eso por malas experiencias pasadas y porque su perfil es mucho más distante con el jugador. Pero el técnico siempre tuvo presente que fue el patrón, y sólo el patrón, quien apostó por ficharle hace 20 meses y que fue él también quien ordenó renovarle en verano tras el éxito de Cádiz. Entonces, con el equipo de vuelta al fútbol profesional después de 12 años, Carmelo tenía otros planes para el banquillo. Y Egea no estaba en ellos.

La tensión silenciosa de Egea con parte de la plantilla (elaborada por el propio Carmelo) fue poco a poco distanciando a cuerpo técnico y jugadores y minando el clima de un vestuario que, con el paso de las semanas, fue situando en la diana a su entrenador. El caso es que un grupo de futbolistas pronto empezó a dudar del método del argentino y comenzó a apuntar sus errores: el día en que, en una charla, alertó del peligro de un futbolista rival que no sabía que estaba sancionado y no podía jugar, el día que confundió el nombre de un rival, el día en que tuvo que entrar Joaquín del Olmo al vestuario a sugerirle un cambio... Mientras el descontento estaba ahí e iba en aumento, el grupo competía fenomenal, los resultados acompañaban y el equipo se afianzaba en la parte alta de la clasificación. Egea elogiaba a sus chicos en las ruedas de prensa, los chicos hablaban maravillas del vestuario y aquí no pasaba nada. Todo estaba perfecto.

La accidentada derrota en Mallorca tensionó la situación interna más de lo normal, que acabó de empeorar con el traspié ante el Valladolid. A las diferencias en el vestuario se sumaron dos malos resultados, habituales, por otra parte, en una categoría tan dura como Segunda División. Nervios de un lado, nervios del otro y la explosión. La bronca pública del lunes, seguramente por ser pública y grabada, desencadenó un seísmo de consecuencias irreversibles. Un incidente de lo más normal al final del entrenamiento se convirtió en la mecha final. El asunto salpicó a Fernández, Bautista y Linares, pero podría haber sucedido con otros jugadores. "Entrenen, compitan y cállense la boca", explotó Egea delante de las cámaras, quién sabe si consciente o no. "Vaya a decírselo al otro", sentenció.

Las bruscas formas del técnico en ese rifirrafe, admitidas por él después, aumentaron todavía más el desencanto de los jugadores, que forzaron un cónclave inmediato allí mismo, en El Requexón, para analizar la situación.

Primero tuvieron una reunión los jugadores con Joaquín del Olmo y Carmelo del Pozo. Sin el entrenador. En esa cita, la plantilla les transmitió, primero, que estaban molestos por las formas del técnico, que había tenido muy mala educación. Y después les advirtieron de los problemas deportivos que veían en el método del técnico: que si los entrenamientos eran flojos, que si el míster no estaba lo suficientemente bien informado de los rivales, que si se trabajaba poco algunos aspectos... "Aspectos para mejorar". Hablaron muchos futbolistas. Incluso alguno de los que no se suelen prodigar en público. Del Olmo y Del Pozo escucharon las quejas y apuntaron antes de decidir. Tenían dos opciones: o cortar el asunto por lo sano, respaldar al entrenador y trasladar el mensaje a la plantilla de que allí mandaba el técnico y que el club confiaba en él (al menos hasta final de temporada). O asumir el malestar de los futbolistas y tratar de escrutar la situación delante del entrenador. Y eso fue lo que hicieron: llamar al entrenador, dicen que a petición de los futbolistas.

Egea entró a la reunión dispuesto a pedir perdón por las formas de la bronca, pero cuando escuchó los problemas que los jugadores tenían con su trabajo presentó su dimisión irrevocable. El técnico vio que no sólo habían tomado la palabra los implicados en el rifirrafe, sino que intervenían varios jugadores titulares que nunca pensó que lo fueran a hacer. Egea vio que una amplia mayoría de la plantilla, más de la que pensaba, no respaldaba su trabajo. Así que al escuchar todo aquello, ni se lo pensó.

Con la decisión tomada, todo se agitó. Era mediodía en Oviedo, madrugada en México, y había que informar a Arturo Elías, que es quien realmente toma las decisiones en el club. La noticia de la dimisión rulaba ya por algunas redacciones y no se podía permitir que el patrón se despertara y se enterara por internet. Cuentan que hubo vehículos a toda velocidad por la caleya que da a El Requexón y llamadas insistentes a la casa de Elías para sacarle de la cama y contarle todo el terremoto.

Y eso se hizo. Elías recibió la noticia a las 7.30 horas de México. Quedó estupefacto. Habló con la plantilla para saber de primera mano los motivos. Y habló también con Sergio Egea, al que pidió que reculara. También abroncó a Del Olmo, según reveló el propio asesor después. Nada consiguió. La decisión del técnico era firme. Sin margen de maniobra, el club ya lo podía anunciar de forma oficial. Lo hizo a través de la web. Un breve comunicado anunciaba la dimisión por "motivos personales", que es el latiguillo al que se recurre en situaciones así, cuando no se sabe qué decir o no compensa contar la realidad.

Sucedió que, dos horas más tarde, nueve de la noche en España, Arturo Elías convocaba al oviedismo para dar explicaciones a través de internet. El patrón dio la cara y concretó más las razones de la dimisión: "Motivos de vestidor". Quien sabe si de forma voluntaria o no, Elías colocaba así a los jugadores en el centro de la decisión tomada por Egea. "Son los corresponsables". Aquélla fue la primera pista oficial de por dónde iban los tiros en un lío que, por inesperado, mantenía en vilo al oviedismo. Además, el patrón dejaba claro, por si había dudas, que el objetivo era ascender, no se fueran a relajar. Ni él ni el nuevo técnico.

Al día siguiente, martes, Egea dio una rueda de prensa para despedirse. A un lado Del Pozo, al otro Del Olmo. El técnico, siempre elegante, respaldó la versión de Arturo Elías. "Problemas con los chicos", dijo. Otra vez los jugadores en la diana. No quiso extenderse en detallar motivos internos y pareció tragar sapos por el bien del club. Atribuyó la explosión en el entrenamiento a "muchas cosas que estaban ahí" y que "surgieron de golpe". Negó malas relaciones con Carmelo del Pozo y se dedicó a echar flores a la afición y a los empleados del club. Nadie esperaba que se fuera matando. Y no se fue así. Del Olmo dijo después que él y el míster tenían códigos para no contar nada que perjudicara al club. Y nada se contó.

Tras escuchar a Elías, Egea y Del Olmo, el oviedismo enfocó el tiro, inevitablemente, hacia los jugadores. La plantilla se sintió señalada y decidió dar su versión. Reunidos todos en una sala, el capitán leyó un comunicado breve sin aceptar preguntas. La plantilla lanzó el mensaje de que no era la responsable de la decisión del técnico, desmintiendo así a sus jefes. Y dijo también que lo único que hicieron los futbolistas que hablaron en la reunión del lunes fue exponer una serie de asuntos futbolísticos para "intentar mejorar".

Como Egea, como seguramente Elías y como Joaquín del Olmo, los futbolistas se mordieron la lengua para no echar más leña al fuego en un momento delicado de la temporada. Ni siquiera se escrutó la decisión de poner a Generelo, futbolista conocedor de las discrepancias como miembro de la plantilla que fue. A ninguno de los actores le gusta lo que ha pasado, aunque muchos eran conscientes de que todo esto podía estallar. Y todos, unos y otros, dicen haber actuado para beneficiar al club. Saben, en realidad, que un par de buenos resultados devuelven la calma y la paz social. Y también saben que si la cosa se complica, el ambiente puede ser un polvorín, que es lo que menos necesita ahora el equipo. Por eso todos llamaron a la unidad. A la necesaria unidad.

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