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Nueve décadas azules | El 90.º aniversario

Los 40, segunda etapa de gloria

Después de un periodo de adaptación tras la guerra, el Oviedo vuelve a formar un equipo competitivo comandado por el genio Herrerita - Los azules logran dos cuartos puestos y dos quintos en una década en la que Buenavista se convierte en un feudo inexpugnable

Una alineación de la temporada 1944-1945; de izquierda a derecha, y de arriba abajo: Argila, Diestro, Granda, Sirio, Pena, Herrerita, Emilín, Tamayo, Echevarría, Antón y Goyín.

Y de pronto, los Casuco, Gallart, Galé o Inciarte, comandados por el implacable Lángara, vieron frenado su ilusionante progreso. No tuvo la culpa ningún rival en el terreno de juego, Solo las balas pudieron detener al mejor Oviedo de la historia, aquel que había logrado dos terceros puestos y que amenazaba con pelear el título en temporadas posteriores. La Guerra Civil estalla y como efecto secundario aparece el fútbol. No se disputa la competición liguera en las campañas 36-37 y 37-38 y la virulencia de la contienda se ceba con Buenavista, el coqueto estadio carbayón usado en aquellos momentos para formar trincheras y objetivo de bombardeos. Sin campo y con sus jugadores desperdigados, el Oviedo solicita a la Federación que le dispense de participar en la competición en la temporada 39-40, la del regreso al fútbol. La petición es atendida.

Para entonces, Isidro Lángara, gran figura carbayona en los años 30, ya ha abandonado el club azul. Se va con la selección de Euskadi a Sudamérica y acaba fijando su residencia en México, donde seguirá mostrando su particular habilidad para batir a los porteros. Para él, marcar era una simple cuestión rutinaria, sin importarle a qué lado del océano sucediera. Para no perder la forma, algunos futbolistas azules juegan con otro equipo durante el paréntesis. Es el caso de Herrerita y Emilín que refuerzan al Barça o Antón, que hace lo mismo con el Zaragoza.

Otros no tienen tanta suerte. Casuco, uno de los integrantes de la "primera delantera eléctrica" es herido durante la contienda en el frente del Ebro. Finalmente, fallece en Lugo, por las heridas sufridas en la batalla.

Con todas las dificultades. el balompié regresa a Oviedo en la 40-41, tras la forzada reconstrucción, y el objetivo está claro desde el principio: la salvación. Los objetivos más ambiciosos descansan en un segundo plano después de la guerra. Con Martí de entrenador se logra la meta y los azules acaban octavos. La situación se mantiene al año siguiente, es el curso 41-42. El 10-0 encajado en Sevilla en la jornada inaugural de la Liga hace saltar las alarmas pero el equipo reacciona al final y logra agarrarse a un match-ball: se jugará la permanencia en Primera ante el Sabadell, uno de los fuertes de Segunda División. Los azules se imponen con suficiencia, 3-1, gracias a los tantos de Soladrero (2) y Goyín.

El susto fue tan marcado que la directiva reaccionó de inmediato. El Oviedo no podía coquetear con el descenso, había que tirar de cartera. Se soñaba con construir otro equipo ambicioso, que emulara los méritos logrados en la década de los 30. Llegaron en la 42-43 Ricardo, Dindurra, Diestro y, sobre todo, Echevarría, un delantero con un acierto tremendo. Un don para el gol. Dirigidos por Manuel Meana, los azules emprendieron un nuevo camino de éxitos: fueron sextos aquella temporada.

Y la directiva siguió gastando al año siguiente: Granda, Malcón, Gené y Llorente, en la 43-44. La apuesta tuvo resultados inmediatos y el equipo se situó en los puestos de honor de la tabla gracias a su tercera "delantera eléctrica". Estaba formada por Antón, Goyín, Echevarría (hizo 24 dianas esa campaña), Herrerita y Emilín. Buenavista disfrutaba con el juego de los suyos y se convirtió por entonces en una plaza inexpugnable (4-1 al Atlético, 5-1 al Sevilla, 9-2 al Sabadell?) y el equipo fue cuarto. Otro premio redondo.

Un suceso amenazó la tranquilidad en la campaña siguiente, la 44-45. Echevarría, hombre referencia del ataque, sufre un accidente de tráfico que le mantiene fuera de los terrenos de juego durante un periodo prolongado. El Oviedo ficha a Cabido para suplirle y, aunque el nuevo atacante tardaría una temporada en explotar, el movimiento funcionó: cuarto en la Liga y ningún encuentro perdido en el inmaculado Buenavista.

Los años cuarenta siguen su cauce y el Oviedo luce con orgullo un fútbol atractivo en España. Los éxitos se mantienen con una regularidad asombrosa: quinto en la 45-46 (y alcanza las semifinales de la Copa donde fue apeado por el Madrid), octavo en la 46-47 (el año del regreso de Lángara), noveno en la 47-48 (con Gamborenea de entrenador) y quinto en la 48-49 (bailando al ritmo del incombustible Herrerita, 35 años por entonces). Los resultados seguían sonriendo pero el envejecimiento de la plantilla amenazaba con chafar el momento. Lo sucedido en la 49-50 se encargaría de confirmar las peores sospechas.

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