José María se pasó dos años jugando partidos amistosos con el Oviedo hasta que cumplió la edad mínima, los 18, que entonces estaba estipulada para los futbolistas profesionales. Debutó oficialmente en el estadio Metropolitano, frente al Atlético de Madrid, un 29 de enero de 1961, pero tuvo que esperar casi diez meses para vivir su momento redondo: el primer partido en el Carlos Tartiere, con sus padres en la grada, y en el césped, enfrente, el Madrid de Di Stéfano y de las cinco primeras Copas de Europa. No se arrugó el poleso, que participó en la jugada del gol de la victoria y se presentó en sociedad ante una defensa que no tuvo contemplaciones con él.

José María García Lavilla (Pola de Siero, 23 de mayo de 1942) empezó jugando en el campo del Jardín. Su primer equipo fue el Lieres, donde llamó la atención de los ojeadores del Oviedo. Con 16 años, el poleso ya había jugado un partido con el primer equipo en un amistoso en Palencia que acabó con victoria del equipo azul por 1-4. Se sumaron unos cuantos más durante las temporadas 1958-59 y 59-60, pero cuando estuvo en disposición de dar el paso definitivo, al cumplir la edad reglamentaria (mayo de 1960) otro revés puso a prueba su paciencia.

"Sufrí una nefritis y tuve que estar seis meses de reposo absoluto", explica José María, que recibió el alta en noviembre de 1960. El entrenador del Oviedo, Sabino Barinaga, esperó hasta la jornada 19 para dar la alternativa a aquel extremo izquierdo que tanto había dado que hablar en la cantera. Su primer partido fue en un gran escenario, el Metropolitano, frente a un Atlético de Madrid que aspiraba a todo y que había cedido al Oviedo a un jugador que haría historia para el fútbol español: Luis Aragonés.

"Era socio del Oviedo desde que tenía diez años, adoraba a los futbolistas con los que compartía vestuario", señala José María para entender sus nervios aquel 29 de enero de 1961. "Estaba como asustado", reconoce, impresionado por jugar al lado de Carlos Gomes, Toni Cuervo, Sánchez Lage, Paquito o Iguarán. Aunque a partir de ese momento lo dejó en el banquillo, Barinaga sólo tuvo buenas palabras para José María, que él agradece aún hoy: "Dijo que llegaría a jugar en la selección nacional". Acertó porque el poleso vistió en seis ocasiones la Roja.

El Oviedo salvó la temporada 1960-61 al superar en una emocionante promoción de permanencia al Celta (1-0 y 2-2), con Argila en el banquillo y José María de suplente. La destitución de Argila y la llegada como entrenador en la novena jornada de la Liga 1961-62 de Álvaro Pérez iba a cambiar el destino del zurdo de la Pola. José María ya fue titular con un tándem técnico de transición, formado por Antón y Manuel García, en otro escenario de prestigio (San Mamés) y pudo contribuir a una sonora victoria frente al Athletic por 0-1. Pero lo mejor estaba por llegar.

El viejo Carlos Tartiere reventó el 22 de octubre de 1961 para recibir al Madrid que acababa de ganar de carrerilla cinco copas de Europa. Todo un acontecimiento para un recién llegado como José María: "Para mí fue algo increíble porque en poco tiempo pasé de jugar en la calle, en la Pola, a estar al lado de figuras como Puskas o Di Stéfano". Tras la titularidad de Bilbao y los entrenamientos de la semana sabía que el "11" del Oviedo era suyo. Pero esta vez, a diferencia del debut, controló la ansiedad. Quizá porque hizo caso al consejo de su madre: "Fío, tu no te preocupes".

José María se preocupó solo de jugar, con la convicción de que la mayor responsabilidad recaía sobre otros: "Yo era un complemento, una ayuda para veteranos como Sánchez Lage o Iguarán, o para jugadores impresionantes como Paquito. Además, durante aquella semana había llovido mucho, el campo estaba muy embarrado y eso nos benefició". A José María tampoco se le olvidó el ambiente: "El campo estaba a tope y hubo que esperar hasta que se acomodó a la gente".

Además del triunfo, inesperado, José María salió feliz del Tartiere al encuentro de sus padres, que le esperaron en la cafetería Tropical, donde recibió la mayor recompensa: "Nada más llegar mi madre me dio un beso y mi padre me dijo que estaban emocionados, casi llorando". Fue la primera de tantas tardes de gloria de azul de José María, que en 1965 fichó por el Espanyol, donde relanzó su carrera.