El partido resume a la perfección la temporada del Oviedo. Inicio adecuado, mientras el equipo le coge el punto al asunto, momentos de lucidez, explosión de optimismo y trastazo final. Aplíquese el resumen a la temporada o al partido de Almería. Tienen en común ambos guiones que la caída en picado parece más cosa del propio Oviedo que de enemigos externos. La crisis post-Egea fue una situación generada por el propio club y sus distintos estamentos y el tropiezo de ayer llegó tras una ausencia injustificable de los azules. El 3-1 de Almería hace olvidarse al Oviedo del ascenso directo y temer por el play-off. Los azules son ahora séptimos, fuera de la fiesta, y tienen que afrontar tres citas de una exigencia máxima.

Si la estrategia comenzaba por asustar desde el principio, la puesta en escena resultó creíble. A los cuatro minutos, el Oviedo había lanzado cuatro córners. Buena manera de dar la bienvenida a Soriano, que el pasado lunes se despertó como jugador y se acostó como entrenador del Almería. Entre el murmullo provocado por los acercamientos tuvo más eco el provocado por una volea de Borja Valle. Tras un par de avisos de Toché, el susto más grande fue de Erice: zurdazo al que respondieron Casto y el larguero, en ese orden.

En el partido se dio una curiosa novedad respecto a los últimos años: era el rival el que jugaba acuciado por la ansiedad. Para el Oviedo, el partido era un premio, la oportunidad de perseguir un sueño; para el Almería, la vía de escape a su mayor pesadilla. Una pancarta desplegada en la segunda mitad sirve de resumen: "El mayor presupuesto, luchando por el 20º puesto". Las piernas agarrotadas estaban esta vez en el bando contrario.

La sensación de hundimiento local se aceleró con el gol azul. Míchel puso un balón desde la derecha aprovechando el desorden almeriense y Linares cabeceó a la red. El Oviedo se ponía por delante y las calculadoras oviedistas se quedaban sin pilas. En una temporada en la que los sentimientos han viajado en una continua montaña rusa, se abría de par en par un final feliz. Pero lo que vino a continuación tiene una difícil defensa por parte del Oviedo.

Con todo lo comentado (ansiedad máxima del Almería y contenida alegría en los azules), el partido viró de forma radical. El Almería se envalentonó. Empezó a asediar la meta de Miño y el Oviedo se achicó, se empequeñeció hasta convertirse en un equipo minúsculo, agarrotado, menor. Incapaz de ganar ninguna batalla en el centro del campo y preparado para hincar la rodilla en la guerra final.

Quique dio primero. El 1-1 llegó en un barullo tras un córner. El delantero remató en lo que pareció un acto de fe. El Almería sí estaba dispuesto a creer. Inmediatamente, el Almería rugió. Al "jugadores mercenarios", que se había instalado como "greatest hit" en la grada, le sucedió un "sí se puede". El fútbol como estado de ánimo. Uche, viejo rockero, aprovechó la ola para controlar un buen pase de Dubarbier y batir a Miño, que justo antes había desviado con el pie un remate de Chuli. Solo existía el Almería.

Generelo tardó en detectar el desajuste y cuando lo vio, optó por una defensa de tres y más centrocampistas. La misma fórmula ineficaz de otras tardes. El Oviedo no volvió a merodear el área. Aprovechando el caos azul, Chuli encaró a Miño y lo batió con suspense. El Oviedo, ese perfecto recuperador anímico para los rivales.

Los azules quedan muy tocados tras la derrota. Los 25 minutos de hundimiento tienen efectos letales. El ascenso directo pasa al olvido y el play-off se pone muy caro. Y el jueves llega al Tartiere el Leganés, un rival de aúpa.