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El sonado relevo en el banquillo azul

El defensa que fue goleador

Hierro era un central con alma de centrocampista que a su contundencia en la zaga y a su fuerte carácter unía un exquisito golpeo de balón

El defensa que fue goleador

Para toda una generación era impensable un partido del Madrid en el que Fernando Hierro no ocupara el centro de la defensa. Adorado por los suyos y temido por los contrarios, el malagueño era un defensa contundente, de los que respondían a la máxima de "si pasa el balón no pasa el hombre". Pero dentro de esa fiera que lo mandaba todo en el terreno de juego habitaba también el alma de un goleador que comenzó siendo centrocampista y que le pegaba al balón con potencia y colocación.

Así se explican sus números. Hierro marcó 105 goles en las 16 temporadas que jugó en Primera División. Llama mucho la atención lo que logró en la temporada 1991-92, cuando concluyó el campeonato de Liga con 21 tantos, siendo el máximo goleador del conjunto blanco.

Pero lo que realmente convirtió en leyenda a Hierro no fueron sus goles como defensa, ni las virtudes que le acompañaban para lograr tantos éxitos. Este hombre nacido en Vélez (Málaga) hace 48 años era un líder. Lo fue en el Madrid y lo fue también en la selección española. Él portaba el brazalete de capitán, él se encargaba de presionar a los árbitros y su sola presencia intimidaba a los contrarios.

En los últimos años de su carrera, conforme fue cumpliendo años, se le empezó a acusar de que contrarrestaba la pérdida de velocidad con acciones demasiado violentas. Y como siempre le ha pasado a los jugadores del Madrid, a él especialmente se le acusaba de tener el favor de los árbitros. Y que lo que para otros eran expulsiones para él acababan, si acaso, en tarjetas amarillas. Todo forma parte de la leyenda de un jugador que siempre estaba allí. Nadie se atrevió a prescindir de él ni en el Madrid ni en la selección. Con La Roja disputó 89 partidos y jugó cuatro Mundiales.

En el combinado nacional coincidió con cuatro entrenadores, pero de entre todos ellos destaca Javier Clemente. Durante los seis años que estuvo el vasco al frente de La Roja, Hierro siempre fue un fijo. Confiaba en él, era su capitán. Y no dudaba en colocarlo en el centro del campo si lo consideraba lo más adecuado para el equipo.

Hierro no tuvo la suerte que ha tenido la actual generación y no pudo adornar su enorme palmarés con algún título con su país. Pero en todo ese tiempo sí que dejó momentos, casi fotos, que han trascendido el tiempo. El cabezazo con el que España ganó 1-0 a Dinamarca fue una explosión de júbilo que sólo los posteriores éxitos de España han logrado superar. Un tanto que clasificaba a la selección nacional para disputar el Mundial de Estados Unidos de 1994. Uno de esos partidos en los que La Roja sacaba esa furia que después se sustituyó por el tan cacareado "tiki-taka". Y es que España se sobrepuso a la expulsión de Zubizarreta a los nueve minutos del comienzo de un partido que les enfrentaba a una Dinamarca que un año antes, en 1992, se había proclamado campeona de Europa. La de los hermanos Laudrup y Larsen.

Pero si de fotos de Hierro se trata pocas recordará el futbolista con tanto cariño como las que se hizo levantando las tres Ligas de Campeones que conquistó con el Madrid. La última de ellas en la temporada 2001-02, un año antes de su adiós al conjunto blanco. Aunque seguro que si hay una especial para él esa es la primera que consiguió. La ansiada "séptima". Ya nunca más podrían acusar al Madrid de haber ganado sus copas de Europa en blanco y negro. Fue el 20 de mayo de 1998 en el Amsterdam Arena frente a la Juventus. Un solitario gol de Mijatovic convirtió una temporada discreta para el Madrid en un punto de inflexión. El equipo blanco, entrenado por Heynckes, acabó la Liga en cuarta posición. Un fracaso que a nadie le importó cuando vio a Hierro levantar la séptima Copa de Europa en la historia del Madrid.

Al frente del Oviedo se va a poner un hombre al que se tenía un respeto reverencial en el vestuario del Madrid. Él era el jefe. A los 34 años dio un paso a un lado y dejó el Madrid tras 14 temporadas. Era el principio del fin de una carrera que comenzó en el Valladolid. Allí empezó a destacar ese jugador alto que quería ser centrocampista y que acabó triunfando de defensa. Ese jugador al que se le acusaba de ser demasiado contundente pero que a la vez golpeaba el balón con exquisitez. Tan capaz de secar a un delantero como de ganar un partido aprovechando una falta.

Y es que debajo de ese jefe que se encaraba con los árbitros, que mandaba en el vestuario del Madrid y de la selección española, estaba el alma de un centrocampista con vocación goleadora. El alma de un entrenador, que, a los 48 años, ha vuelto a ponerse en primera línea de batalla.

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