La dura experiencia de 1978 supone una advertencia para el Oviedo. El equipo desciende por primera vez a Segunda B, una situación dramática que solo se extiende una temporada. El equipo entra en los 80 aún con el miedo en el cuerpo pero con la firme intención de que Segunda solo sea una categoría de paso, de llegar cuanto antes a Primera. No sería sencillo.

La 80-81 sirvió de advertencia. Nando Yosu continuaba como entrenador de un equipo que ya en pretemporada tuvo marejada. Los azules completaron una pretemporada en Guinea, en unas condiciones lejos de las deseadas. Ya de regreso, el Sporting ganó 1-5 en un amistoso veraniego, con lo que el ambiente se enturbió aún más. Yosu advirtió en la pretemporada: "Somos uno más de los 20 equipos de Segunda". Una frase muy recurrida cuando se quiere dejar de lado a la presión. El Oviedo finalizó la temporada 10º, en la zona templada.

La 81-82 fue algo más peligrosa. José Víctor cogió al equipo pero los malos resultados y la sombra del descenso a Segunda B provocaron el cambio y llegó José María García Lavilla. El equipo acabaría16º, salvado, y le quedaría la satisfacción de haber eliminado al Sporting en la Copa.

La campaña siguiente, 82-83, se inició con buenas noticias: el remodelado Carlos Tartiere ganaba en confortabilidad para la disputa del Mundial. El 3-0 al Linares en la jornada inaugural solo sería un espejismo y el equipo acabaría 12º, una vez más lejos del objetivo del regreso a Primera. La mediocridad se repitió en la 83-84, con el Oviedo 13º. Aquella temporada regresó Uría al club con una curiosa forma contractual: firmó en blanco y la directiva le pagaría le pagaría según su rendimiento.

La 84-85 es una temporada de cambios. Bango llega a la presidencia y Romero dirige al equipo. No cambiaría tanto la trayectoria liguera, con el equipo en una 16º posición final. Pero la campaña será recordada por un título. El Oviedo gana la Copa de la Liga, único entorchado nacional del club. García Barrero, elegante zurdo, sería el artífice del triunfo con sus goles en la final ante el Atlético Madrileño.

Las bases estaban puestas con Romero y el Oviedo estaba dispuesto a crecer. Se fichó calidad para la 85-86 y se reforzó el bloque. El equipo luchó por meterse en los primeros puestos hasta el final, pero acabó octavo. El buen sabor de boca se refrendó con la Copa, competición en la que superó cuatro rondas y eliminó a dos "primeras": Real Sociedad y Español.

Tras un par de pasos adelante, llegó el retroceso. El Oviedo firmó una mala campaña en la 86-87. Antonio Ruiz no supo dar con la tecla desde el banquillo y Carrete, su relevo, no fue suficiente para reaccionar. La liga regular dejó al Oviedo obligado a jugar la promoción para mantener la categoría. Regresaban los fantasmas del pasado. La experiencia fue negativa pero una reestructuración en la categoría le dejó en Segunda. Fue una permanencia en los despachos.

Superado el susto, el Oviedo decidió recuperar un perfil más bajo. Se intentó, para la 87-88, evitar la palabra ascenso, el truco estaba en ponerse la piel de cordero. Vicente Miera regresó al banquillo azul para tirar de su vieja fórmula: el grupo por encima de las individualidades. Se hicieron cuatro fichajes: los defensas Murúa y Sañudo y los delanteros Hicks y Carlos. La temporada sería recordada con el paso del tiempo como una de las más exitosas en la historia del Oviedo.

Los años alejados de Primera, 12 en total, son superados en una temporada para recordar. Los azules, equipo bien trabajado, acaban cuartos en Segunda y tienen la oportunidad de ascender en la promoción. La ilusión disminuye al conocer al rival: el poderoso Mallorca.

Pero el papel de víctima le sigue sentando bien al Oviedo. Gana en la ida (2-1) con un agónico gol de Carlos y cierra el paso a todos los ataques del Mallorca en el Sitjar. El 0-0 hace que el Oviedo regrese a Primera y estalle en la ciudad la mayor fiesta que se recuerda,