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Intangibles

El día que volvimos casi nadie contaba con ello. El Cádiz había sido superior en el Tartiere, el equipo llegaba tirando a mal y el oviedismo, por mucho que diga ahora, gastaba un acongoje aterrador: si no subimos a la primera, olvídate.

El día que volvemos nadie, directamente nadie, cuenta con ello. El equipo no arranca, los resultados no llegan, las sensaciones son feas, los nuevos no convencen, Hierro genera dudas y al oviedismo, un poco por todo lo anterior, un poco por la ausencia de la ilusión inherente a todo cambio de categoría, le falta efervescencia.

El día que volvimos en Cádiz nada pintaba bien. El día que volvemos a Cádiz nada pinta bien.

Pero en el fútbol hay intangibles que a veces ganan partidos. Intangibles que se convierten en chispas. Chispas que lo cambian todo.

Cádiz es uno de esos intangibles. Allí, en aquella tarde inolvidable de mayo, el oviedismo se sacudió las miserias, se apartó el barro acumulado durante 12 años, se curó los pisotones y volvió a mirar de frente al fútbol profesional. Fútbol profesional. Qué lejos queda el precipicio.

Hoy, los bofetones recientes quizá distorsionen todo aquello y seguramente al personal no le apetezca mucho recordarlo, porque es inevitable que se imponga el grisáceo aquí y ahora. Y, además, mirar atrás no es la solución para avanzar. Pero cuando se acumulan disgustos, crece la impotencia y dan ganas de mandarlo todo a paseo, es importante refugiarse en los intangibles, tomar perspectiva y tratar de convertir la sangre caliente en energía positiva. Al menos mientras sigan quedando 36 jornadas y un mundo por delante. El equipo lo necesita. El oviedismo lo necesita.

Cádiz es el lugar. ¿Y si el Oviedo vuelve a volver hoy?

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