La misión "desactivar al Girona" salió a la perfección. Es la lectura amable de la historia de Montilivi. ¿La negativa? Que el plan se quedó ahí, en evitar daños de un rocoso rival. Queda la sensación de que con un poco más de ambición, un capítulo extra en el guión que explicara como dañar al rival, podría haber llegado un premio mayor para los azules. Con todo, cerrado el balance en ataque y defensa, las conclusiones son positivas. El 0-0 confirma al Oviedo como equipo adulto en la competición, una condición que levantaba sospechas en el inicio de Liga, y mantiene su dulce momento: son ya cuatro encuentros sin perder. Un tesoro en la competitiva Segunda División, donde cada campo esconde un peligro.

Había insistido Hierro en la previa sobre la peligrosidad del Girona, ese equipo diferente, con tres centrales y ataques directos. Contra la concentración de jugadores catalanes, Hierro ordenó asimetría. Pero de una forma ordenada. A la defensa de cuatro habitual le siguieron Torró y Erice como pivotes de contención, antítesis al juego directo local. La premisa era tener recolectores, futbolistas que se hicieran todo lo que quedaba suelto. A partir de ese orden impuesto por seis futbolistas, empieza el movimiento.

Rocha partió de la banda derecha, pero era una simple excusa para irse al centro en cuanto el Oviedo intentó combinar. Pocas veces, siendo honestos. Linares también se ubicó en el exterior pero su intención siempre fue llegar puntual al área. Y Michu y Toché se emplearon en cada balón aéreo para intentar llegar después a posiciones de remate. En defensa era algo así como un 4-2-3-1, aunque con un sinfín de matices.

Y funcionó de primeras. Michu avisó a los 9 minutos con un zurdazo alto tras el primer bostezo del Oviedo en el partido. Toché siguió con el saludo inicial: su remate se fue desviado tras un buen centro de Linares. Apenas sufrían los azules, pero el partido cambió de dirección. Lo hizo por la insistencia del Girona, con la fórmula masticada de balones a su delantero, Longo, y colmillo en las segundas jugadas. Portu tuvo el gol pero apareció Juan Carlos y Cristian se quedó a medio metro de llegar a un servicio de cabeza del propio Longo. Para entonces, 30 minutos, los córners ya se habían convertido en una pesadilla para el Oviedo. El hombre del saco que le atormenta en cada partido. Consciente del tembleque azul, Borja García lo intentó directo desde la esquina, pero Juan Carlos desvió con agilidad.

La segunda mitad acentuó el papel del Oviedo, siempre atento a cada vía de escape que podía abrirse en su defensa. El plan seguía su curso. Aunque el guión no estaba tan claro a la hora de atacar. Aday amenazó de primeras con una conducción hacia el centro y un chut que buscó la escuadra, pero el Oviedo no se achicó. Contestó Linares: control talentoso y zurdazo impreciso. El Girona siguió inclinando el choque hacia Juan Carlos, aunque el meta permanecía tranquilo. Cuando el oxígeno empezó a escasear en los visitantes, Hierro metió más glóbulos rojos. Susaeta suplió a Linares y Bedia a Michu. Después Nando entró por Rocha. Los cambios llegaban cuando a algún futbolista le saltaba el piloto de reserva, síntoma del trabajo -defensivo- bien hecho.

Pero el fútbol siempre está expuesto a momentos, y el Girona tuvo el suyo. Borja García no llegó por centímetros al remate en el 92 y Juan Carlos respiró aliviado: había resistido con entereza. El Oviedo de Hierro suma y eleva a un mes su racha sin perder. La trampa de Montilivi fue esta vez inofensiva.