A veces, con una simple grieta, la estructura puede quedar seriamente dañada. Hasta en el edificio aparentemente más firme. Sucedió ayer en El Alcoraz. El Oviedo, ejemplo de solidez hasta ahora, que había lucido defensa con orgullo últimamente, se desmoronó en 45 minutos de apagón mayúsculo. Un desmayo sin precedentes esta campaña. Samu, Vadillo y Ferreiro, la eléctrica línea de tres del Huesca, se coló por cada rendija de los de Hierro para machacar una y otra vez con la misma fórmula: precisión, velocidad y talento. Los cuatro goles recibidos por Juan Carlos contrastan con los siete había recibido en las trece jornadas anteriores. El fútbol es desmemoriado.

Hierro recuperó a Michu en su once para regresar al 4-2-3-1 que le asegura mayor presencia en las áreas, con el ovetense por detrás de Toché. El problema, sin embargo, residió en los momentos en los que tocó correr hacia atrás. La transición a la defensa había sido hasta ahora la gran fortaleza de los azules. Ese cambio de chip para recuperar el balón tras las pérdidas y evitar males mayores no es una labor sencilla. Y el Oviedo se había mostrado como un maestro en la materia. Pero en Huesca, los de Hierro persiguieron sombras. El Huesca mandó desde el principio.

Y habrá que darle mérito a los de Anquela, por supuesto. Su sistema es sencillo de explicar: espera un fallo, aunque sea pequeño, para armar su propuesta. Es la chispa que hace saltar todo. A cada ligero desajuste en el centro del campo carbayón, le sucedió una contra local. No llegó el primer zarpazo, sin embargo, con esa fórmula, sino a balón parado, en una falta que llegó tras una pérdida evitable. Chutó Ferreiro y la pelota lanzó una curva sorteando la barrera. Pareció un gol sin esfuerzos, rutinario, perfecta síntesis del juego oscense hasta entonces. Porque a la media hora, momento del primer tanto, el Huesca ya era el dominador absoluto.

El Oviedo quedó noqueado por el gol, limitado su fútbol a intentar llevar el balón a la banda y poner centros. Pero nunca tuvo opciones reales de ejecutar su plan. Cuando el Oviedo intentaba coger aire, llegó el segundo. También a balón parado, aunque éste dolió más. Tres remates del Huesca en el área de Juan Carlos acabaron con el balón en la red. Melero firmó un tanto al que opositó media docena de futbolistas locales, siempre más fuertes en la disputa.

Y con los de Hierro suplicando el descanso, llegó la sentencia. Óscar Gil midió mal el gesto y la pelota le quedó franca a Samu Saiz, invitación directa a que pasen cosas. El media punta centró y Borja Lázaro empujó a la red. El 3-0 lograba tirar abajo el muro más sólido de Segunda.

Quedará la duda de qué sucedió en el descanso. Nunca se sabrá si la arenga de Hierro podía dar sus frutos, si estaba el técnico en condiciones de que mejorara el panorama con retoques. Porque cualquier intento de reacción carbayona se evaporó a los cuatro minutos de la reanudación. De nuevo un futbolista del Huesca salió al galope aprovechando las vías facilitadas por la zaga azul. Óscar Gil llegó tarde a su encuentro con el atacante local y le derribó. El árbitro le mostró la segunda amarilla, un antídoto antireacciones. Con diez en el campo y la sensación de que el Huesca dominaba cada aspecto del juego, el partido quedó definido.

El Huesca olió la sangre pero no quiso ahondar en la herida. El resultado y su salto en la tabla, adelanta al Oviedo con la victoria, era suficiente premio. Se decidieron los entrenadores por los cambios y el encuentro entró en una dinámica de interrupciones, con un ritmo propio de un ensayo veraniego. Solo Ferreiro, futbolista al que le tocaba reivindicarse en sustitución de Álex González, hizo algo diferente. Fue en el cuarto gol. Definición perfecta tras, una vez más, una carrera al espacio.

El varapalo de Huesca es una de esas derrotas con pocas lecturas positivas. El DVD del encuentro debería ir directamente a la basura, sin visionados posteriores. Sí sirve el resultado como recordatorio. En Segunda, nada resulta sencillo.

Las virtudes del Oviedo siguen ahí a pesar de la derrota (defensa sólida, esfuerzo contagioso), también sus defectos, especialmente la carencia en la elaboración. Lo que nunca puede faltar, visto el panorama, es la intensidad. Y ayer, el Huesca fue más intenso. Los cuatro goles encajados son una advertencia; el Oviedo no puede reducir ni una marcha.