A excepción de Joaquín Sabina, todo el mundo se adapta con facilidad a lo bueno. Por ello es necesario tener un nexo de unión con los tiempos duros, para recordarnos que somos humanos y valorar las cosas positivas que nos van sucediendo en su justa medida. Es decir, no por el hecho de que todo vaya bien, las cosas buenas que suceden son menos buenas.

En lo referente al Real Oviedo, mi nexo de unión con el pasado es una jugada sin importancia que tuvo lugar en la primera temporada en Tercera División. No importa el nombre del rival. Pero sí que, en un momento del partido, un jugador de campo se dispuso a sacar de puerta. El guardameta no estaba lesionado. El motivo era muy sencillo: el defensa central lanzaba el balón más lejos. En la grada, un amigo se volvió y nos preguntó: "¿Hacía cuánto que no veíais a un jugador sacando de puerta?". Tantos años de LFP habían borrado de la memoria la esencia del fútbol.

El Real Oviedo es ahora el club que casi todos quisieran ser. No en el aspecto emocional, en el que todo aficionado debería considerar a su equipo el mejor del mundo, sino en el institucional y económico. Esa (bendita) tranquilidad permite que el aficionado se centre en materias mucho menos existenciales que la supervivencia.

Con la llegada de Hierro se escucharon voces que se quejaban, primero, de su falta de experiencia. Curioso argumento teniendo en cuenta la dilatada carrera del malagueño, tanto en los campos como en los despachos. Tal vez no tenga muchas horas de vuelo en un banquillo, pero hasta el momento sus números son más que buenos y, sobre todo, las sensaciones son precisamente las de alguien con experiencia en este mundo tan complicado que es el del fútbol. Su gesto enviando a los jugadores a saludar a la grada tras la derrota en Valladolid o sus declaraciones tras la derrota en Huesca invitan a pensar que tenemos un entrenador que sabe de qué va esto. Y esto va mucho más allá de la táctica y acertar con los cambios en un momento dado.

Hierro tiene que luchar, también, contra otro elemento absurdo, que es el barcelonismo y madridismo de algunos. Absurdo porque ya sabemos que el Real Oviedo es el mejor equipo del mundo, y es bastante más grande que el Real Madrid y el Barcelona, por poner un ejemplo. Hay, además, detalles del día a día del entrenador que se desconocen que engrandecen su figura humana. Y es de esperar que, una vez amarre el rumbo del primer equipo, se ponga a trabajar también con la cantera, al estilo del manager inglés.

Pero hay datos para la felicidad más allá de lo deportivo, y que también tienen que ver con la llegada de Hierro, que ha aportado muchísima normalidad a la entidad. El club está infinitamente mejor ahora que hace un año. Ha perdido el miedo a la comunicación, se ha abierto a la sociedad y ha empezado a acercarse a la gente. La idea de la foto en el Campoamor es brillante, y entronca con aquella época en la que el Real Oviedo tomaba la imagen oficial en la Catedral. O la historia de Interprotección, nuestro nuevo patrocinador, a los que el Oviedismo les viene de los primeros años de vida del club. También las diferentes actividades que se están llevando a cabo con colegios e instituciones. Fue emocionante ver la gran cantidad de camisetas azules de todas las épocas que se vieron en el colegio Ángel de la Guarda, durante la visita de algunos jugadores al centro. Y más emocionante conocer los testimonios de padres y alumnos. Esas son las cosas que nos hacen ser del Oviedo, y no un gol más o menos.

Tal vez la única pata en la que se pueda hacer algo más es en la de los accionistas extranjeros, que merece un impulso definitivo por parte de todos. Pero ahí no es solo cosa del club: Ayuntamiento y Principado deberían aportar algo teniendo en cuenta que estamos hablando de miles de personas que podrían visitar nuestra región. No pasa nada porque al Real Oviedo le vayan bien las cosas de vez en cuando, y echar una mano en este proyecto sería ganancia para la región. Necesitamos altura de miras.

El Real Oviedo está distinto. Ha cambiado. Ha ganado en apertura, en imagen y en cercanía. Y al aficionado de verdad, con eso y un poco de garra en el campo, le vale. Tenemos derecho a soñar con fichajes, ascensos y glorias futuras, porque básicamente de eso vive el fútbol, pero jamás debemos olvidar de dónde venimos. Solo así valoraremos el pequeño milagro de que los porteros saquen de puerta, o el poder ver un partido en El Requexón con un techo que nos cobije.