No será, vaya por delante, porque Fernando Hierro no lo repita una y otra vez. "No soy de sistemas", suele decir el malagueño en cada rueda de prensa, empeñados los periodistas en preguntarle por el dibujo táctico del grupo, acaso la primera carta de presentación de un equipo.

Insiste en eso el técnico del Oviedo, en que no es de sistemas fijos, y su libreta, por cambiante, le da la razón hasta la fecha. Consumidas 24 jornadas y más de cinco meses de competición, el Oviedo ha salido a los partidos hasta con cinco sistemas tácticos diferentes (con sus variantes en pleno partido), del 4-4-2 inicial al 5-4-1 del último duelo ante el Mallorca pasando por el 4-1-4-1, el 4-3-3 o el 5-3-2. Los azules han jugado con cuatro y cinco defensas, con y sin extremos, con un delantero y con dos, con trivote en el centro del campo y sin él. Una variedad táctica que puede ser síntoma de flexibilidad y capacidad de adaptación, pero que también deja entrever que la tecla correcta, si es que sólo hay una, se le resiste al técnico del Oviedo.

Porque en esto de la pizarra futbolera existen teorías varias. Los hay que dicen que un equipo con un sistema y un once definidos, de esos de recitar la alineación de memoria sin miedo a equivocarse, es un equipo estable y con las ideas claras. Los hay que ven aquí rigidez y que opinan que en la versatilidad táctica de un grupo, en su capacidad para adaptarse a las diferentes situaciones, está su riqueza y su posibilidad de sorprender.

El Oviedo, hasta la fecha, es tácticamente imprevisible. Hierro aterrizó en verano con la idea del fútbol que le gusta: controlar los partidos a través de la posesión y anteponer la asociación y la combinación. En el inicio de Liga, intentó aplicar estos conceptos a partir de un 4-4-2, un dibujo con presencia ofensiva, que prima un juego directo y por las bandas, pero que descubre el centro del campo, más vulnerable a las embestidas del rival. El equipo no se asentó (una victoria y dos empates en seis jornadas) y, llegado el partido en Cádiz en la jornada siete, el técnico cambió el plan, agobiado por los resultados, y dio paso al 4-1-4-1.

Este sistema, que favorece el control de la pelota, refuerza la seguridad defensiva con un pivote cerca de los centrales y prescinde de extremos puros, dio paso a la mejor racha azul de la temporada. De la jornada 7 a la 12, ambas incluidas, el Oviedo no perdió un partido. Ganó cuatro, empató dos y sólo encajó dos goles. Llegó a ser el equipo menos goleado del fútbol profesional y a estar en puestos de ascenso directo. El equipo, con Linares reconvertido en extremo y Michu por detrás de Toché, se llegó a recitar de memoria. Se había encontrado la identidad. O eso parecía.

Porque llegó la goleada en Huesca (4-0) y todo saltó por los aires. Fue un hachazo a la confianza del grupo, que no volvería a puntuar fuera. La siguiente salida fue Alcorcón y el equipo se deshizo de nuevo (5-2). Hierro, no obstante, mantuvo el sistema, ayudado por los resultados de casa: 2-0 al Levante y 1-0 al Nástic. Una nueva derrota en Zaragoza (2-1) enterró el 4-1-4-1 tras 13 jornadas y regresó el 4-4-2 (con la variante de 4-2-3-1), sistema utilizado en el último partido del año, en casa ante el Córdoba. El 1-2 en contra descolocó y la libreta se volvió a mover.

Llegó el nuevo año y con él otro dibujo, el tercero de la temporada. El sistema que Hierro plantó en el Pizjuán ante el Sevilla Atlético fue tan sorprendente como el once. Una especie de 4-3-3, con trivote en el centro (Erice, Torró y Rocha), con dos extremos (Nando y Jorge Ortiz) y un sólo delantero (Linares). Más gente por dentro, más control y renuncia al enganche. El experimento falló, porque el Oviedo perdió 5-3 y sólo reaccionó en la segunda parte, con un 4-4-2. Aquel fracaso dejó damnificados: Jorge Ortiz no volvió a jugar.

Como en Sevilla el Oviedo mejoró con el 4-4-2 y la sensación fue el nuevo, Saúl Berjón, el técnico regresó otra vez al 4-4-2 aprovechando que tocaban dos partidos en casa: victorias sufridas ante el Elche y ante el Valladolid. Parecía que ese sistema se asentaba, pero las ausencias de Erice y Fernández y otra visita a domicilio hizo a Hierro dar otra vuelta de tuerca al dibujo. En Almería se plantó el Oviedo con defensa con tres centrales, para ganar seguridad, y dos carrileros, para buscar seguridad. Un 5-3-2.

Fue una especie de blindaje contra goleadas y, aunque el equipo salió igualmente goleado (3-0), no concedió tantas oportunidades como otros partidos, así que el técnico mantuvo el dibujo para el partido siguiente, el último, contra el Mallorca en casa, con una ligera variación: un delantero menos (Linares) y un centrocampista más (Susaeta). Un 5-4-1. Por primera vez en años, los azules salían con cinco defensas en casa. El equipo sacó el partido frente al Mallorca (1-0), pero en la segunda parte volvió al 4-4-2 y pareció sentirse más cómodo, circunstancia que podría hacer que se retomara ese sistema por cuarta vez en la temporada de cara al duelo de Miranda del domingo.