Se lo dejó muy claro Fernando Hierro a sus jugadores antes de viajar a Reus: en intensidad, en ganas, nadie, ningún equipo, nos debe superar. Sabio consejo y prometedora declaración de intenciones, pero que los pupilos del entrenador azul desdeñaron, dieron de lado sin miramientos en los primeros 45 minutos del partido del viernes en tierras catalanas. Porque en ese primer tiempo de intensidad, de pasión, de fuerza... nada de nada. Todo lo contrario, una dejadez, una indolencia muy preocupante y peligrosa que sólo hacía presagiar otra goleada lejos del Tartiere. Si los oviedistas se fueron al descanso con sólo un gol en contra fue porque el portero Juan Carlos estuvo muy atinado.

Pero, por fin en la segunda parte, después de muchos encuentros de atonía, el Oviedo supo reaccionar con el marcador en contra. No se le pedía nada excesivo por parte de la afición: solamente esfuerzo y ciertas dosis de valentía; en resumen, echarle ganas y atreverse a jugar al fútbol. Se puede fallar o acertar, lo que no se puede es dejarse ir, afrontar los partidos como una obligación, que es lo que pasó, una vez más, en la primera parte en el Municipal de Reus. Un equipo con aspiraciones reales de luchar por el ascenso a Primera, como es el Oviedo, no puede dejar pasar 45 minutos sin disparar ni una vez a puerta y dejar tanta libertad de movimientos a los voluntariosos jugadores tarraconenses, que tal parecían representar a un club de la Liga de Campeones.

Menos mal que a la indolencia de la fase inicial del encuentro le siguió la tenacidad del segundo periodo. El Oviedo dejó de sestear, fuera por la bronca de Hierro o por la propia recapacitación de la plantilla, y demostró que cuando se lo propone, es decir, cuando lucha por ello, sabe dar más de tres pases seguidos (lo que no hizo en el primer tiempo) e hilvanar jugadas de mérito, como la que acabó con el bonito gol de Borja Domínguez.