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La clave es la confianza

La sangre fresca que el conjunto carbayón recibió en el mercado de invierno ha servido para recuperar ese brío perdido

La clave es la confianza

La confianza puede mover montañas y hacer añicos al rival más duro. El Oviedo es ahora un equipo hinchado de esa seguridad que le hace crecerse con los rivales más fuertes y no amilanarse, como ocurría antes, cuando salía de Asturias. La sangre fresca que el conjunto carbayón recibió en el mercado de invierno ha servido para recuperar ese brío perdido. Fueron cuatro gotas de nada, una en defensa, otra en el mediocampo y dos por las bandas, pero tres de ellas (porque el tal Carlitos de Pena aún es y será una jornada más una incógnita) han servido para que el enfermo terminal que los ovetenses parecían fuera del Tartiere (véase como ejemplo Alcorcón, Huesca o Sevilla), ahora parezca recuperado. Vamos, que se parece más a lo que debe de ser un equipo.

Lo que se había hecho mal (o no del todo bien) durante el verano se ha tenido que rectificar, a la chita callando, durante el invierno, y los frutos están comenzando a brotar semanas antes de la primavera. No es que el juego ahora sea más fluido, ni que el Oviedo avasalle a los rivales, eso ni si quiera lo hace el todopoderoso Levante en esta igualada división, pero todo es ahora como más compacto. Y hay jugadores que han dado el paso adelante que se les pedía.

Por la derecha, Diegui le ha dado nuevos aires a Susaeta, que parece un jugador nuevo y muy distinto al de la primera vuelta, cuando tenía que hacer un esfuerzo doble por defender su banda y a la vez tratar de colgar balones al área. Por la izquierda, ocurre tres cuartos de lo mismo. Christian Fernández es un titán de esto del fútbol, quizá no sea el que más calidad tenga del equipo, pero es un jugador esencial, que no se cansa de presionar y de jugársela en cualquier balón y que ha hecho, aún si cabe, mejor a Saúl Berjón, que se ha convertido en una pieza fundamental del ataque azul. Mientras que Borja Domínguez le ha dado un nuevo aire al centro del campo azul, que estaba asfixiado entre tanta acumulación de medios defensivos. La bola no corría.

Pero cuidado, que cuando los oviedistas nos comenzamos a ilusionar es cuando solemos llevarnos el palo más gordo (véase lo que paso la temporada pasada con el bueno de Egea). Los dos últimos partidos en el Tartiere han sido un ensayo para el play-off. Pero lo que viene ahora no se queda atrás. Si la cuesta de enero era dura, la de marzo y el comienzo de abril va a ser una montaña que va a haber que reventar a base de esa confianza y autoestima que el equipo se ha ganado en el campo y con el que ha contagiado a la grada.

Ahora hay que ir a ver a un Numancia herido (partido, por cierto, ilógicamente declarado de alto riesgo) que querrá resarcirse de sus últimos malos resultados en casa, ante su gente. Pero que se va a encontrar unos Parajitos muy azules, con un desplazamiento de esos masivos del oviedismo. Fíjense en un dato, y sin ánimo de confrontar a ninguna afición, pero en las semifinales de la Copa del Rey, un partido en la cumbre del fútbol español, el Celta desplazó a setecientos aficionados a tierras alavesas. Pues, el Oviedo meterá a unos seiscientos en Numancia (más de cuatrocientas entradas se agotaron en solo un día), en un encuentro de mitad de temporada que es importante, sí, y que puede marcar el devenir de un equipo, también, pero que tampoco es vital ni nos va a dar el acceso a ninguna final.

Después de Soria, habrá otra prueba de fuego fuera de casa, en Vallecas, donde se comprobará si la mejoría más allá de Pajares no es algo pasajero. Y para rematar, vendrán el Girona y habrá que ir Tenerife, para comprobar si realmente estamos preparados para clasificarnos para la Champions de la Segunda. Lo dicho, varios muros a derribar. La confianza será la clave.

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