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De cabeza

Los sufridores

Entramos en la etapa de las cuentas de la lechera, en una recta saturada de peajes

Los sufridores

Un sufridor que sabe dar los golpes oportunos. Alguien que aguanta el ninguneo, la intromisión del último en llegar, los faroles, el acoso. Un sufridor con una memoria que se activa a su antojo. Alguien que, cuando el tiempo apremia, prefiere primero guardar la ropa y nadar aunque no haya tierra a la vista. Un fajador que se abraza al rival no para pedir clemencia sino para susurrarle al oído que puede aguantar un derechazo más. Ese el Oviedo.

Entramos en la etapa de las cuentas de la lechera. Entramos en una recta saturada de peajes. Si en Segunda cualquiera puede reclamarte lo que cree que es suyo, independientemente de su clasificación , ahora te lo quitan sin ningún tipo de protocolo.

El UCAM Murcia podrá no tener historia pero a esto se juega siempre en presente. Que nos lo pregunten a nosotros: sufridores que, si nos encontrásemos con una goleada a nuestro favor, nos pesaría como la típica chabacanería de nuevo rico. Ganamos 2-0 y ya tememos pagar por los excesos. Por algo Borja Domínguez marcó en el momento en que nos recordábamos que el siguiente partido es el domingo a las seis y contra el Lugo.

Nadie sabe cómo acabará esto pero que nadie me pregunte por el juego. Que me pregunten por los golpes dados y por los golpes recibidos. Lo peor de todo no es perder. Lo peor de todo es olvidar cómo ganaste. Pero a quién le va a importar si después de contar segundos fuera nos levantamos de la lona. Los partidos a ida y vuelta son como combates. De momento saltamos la comba. Hacemos sombras. Como el futuro no se puede anticipar y el presente hay que vivirlo, sorberlo a tragos, especulo con un mundo paralelo: un mundo en el que Toché, como si fuera un personaje de Hemingway, sentado al fondo de un bar, le cuenta a quien quiera escucharle que él marcaba goles como quien caza para sobrevivir. Que él volvía de un viaje y el Oviedo le preguntó por la hora de partida.

Y que el peso de las palabras no afecten a las piernas: no se ha jugado ninguna final y lo que quedan son partidos que valen tres puntos.

La épica está reñida con el hábito. No se puede jugar una final todas las semanas. Tras una final se abre un vacío inmenso, ganes o pierdas. Es el vacío del miedo: a no levantar cabeza o a que se te vaya para siempre. Contra el Lugo son tres puntos. Sin miedo y sin peso extra en los tobillos. Si se pierde habrá otra esquina por doblar. Aunque el calendario ya prepare su último aliento, aún nos queda aire por respirar. ¿No era eso el talento?¿Un cincuenta por ciento de inspirar? ¿Un cincuenta por ciento de expulsar?

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