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Una idea por definir y una obsesión: el vestuario

Hierro se va del Oviedo con avances en la metodología pero sin play-off El club esperaba de él más mano dura con la plantilla

Para Fernando Hierro, la unidad del vestuario se convirtió en una cuestión de estado. En su fijación. De ahí sus sentidas palabras en la previa del viaje a Elche. "Aquí todo el mundo sabe lo que pasa dentro", se quejó amargamente en unas reflexiones que sonaban a despedida. A mediados de febrero, el malagueño se encerró con sus futbolistas en el vestuario de El Requexón y en una conversación subida de tono les echó en cara que se estuvieran filtrando algunas alineaciones a la prensa. En Almería se desveló antes de tiempo que planeaba jugar con cinco atrás. En Miranda, que Borja Domínguez haría de media punta. A Hierro no le sentó nada bien, así se lo hizo ver a sus pupilos, y durante un par de semanas cambió su rutina y dejó de ensayar con el equipo titular en las sesiones a puerta cerrada. Incluso un sábado, los futbolistas del Vetusta tuvieron que esperar dentro de su vestuario durante una hora hasta que el primer equipo acabara su entrenamiento. No quería ningún tipo de filtraciones.

La unidad del equipo, esa fue su gran obsesión desde el principio. Hacer grupo, que los futbolistas se sintieran cómodos con él. Hasta casi ser uno más, una línea que nunca debe rebasar un entrenador. Eso fue lo que más chocó de su modus operandi en el club. La salida de Egea demandaba un técnico firme, un sargento y la imagen del Hierro futbolista (capitán del Madrid y azote de los delanteros) le convirtió en un candidato idóneo. "Queremos alguien que ponga mano dura", anunció Joaquín del Olmo hace un año. Pero el día a día le situó en un plano diferente: un entrenador dialogante, con mano izquierda. Citando a sus maestros, el Oviedo pensaba que fichaba un discípulo de Capello y se había hecho con un alumno de Ancelotti.

Hierro abandona el Oviedo después de una temporada con la sensación de que el proyecto a largo plazo anunciado el verano pasado se trunca antes de tiempo. Al malagueño le condenan los resultados, por supuesto, aunque su labor diaria ofrece claros y oscuros en un club en el que entró con buen pie y en el que fue, progresivamente, perdiendo fuerza.

Sus primeros pasos en el club sirvieron para coleccionara muchos elogios. Quizás no tenía la experiencia en los banquillos, pero sabía cómo se gestionaba un club. Su pasado en los despachos en Málaga y la Federación le daban empaque. Intentó desde el primer día ordenar El Requexón. Que los servicios médicos estuvieran siempre presentes en los entrenamientos, por ejemplo, fue un avance. También entró otro fisioterapeuta en la rutina diaria. Y la nutrición ganó en importancia. Impuso una metodología más profesional. La que había visto en otros clubes. El vacío dejado por la salida de Carmelo del Pozo, con más mando que el de un simple director deportivo, fue asumido, en parte, por Hierro. En esos inicios perdió una pequeña batalla. Su deseo era que el Vetusta entrenara al mismo tiempo que el primer equipo, para hacer uso de sus futbolistas si lo veía necesario pero las condiciones laborales de Luis Arturo, técnico del filial, lo hicieron imposible.

El orden en los entrenamientos, la intensidad y la variedad de ejercicios, caló pronto entre los futbolistas, Julián Calero, su segundo, se convirtió pronto en una pieza importante del sistema. Él llevaba el día a día, con Hierro en un segundo plano, al estilo manager británico. Había entrado con buen pie en el Oviedo. Y entonces empezó la Liga.

Su intento por encontrar un patrón de juego reconocible, un estilo, marca su periplo azul. Nunca lo logró. Deja la sensación de equipo inacabado, sujeto con alfileres en diferentes fases (los goles de Toché) aunque, por otra parte, capaz de sobrevivir encontrando siempre nuevos recursos. En el vestuario valoran su precisión para algunos detalles del juego pero critican su visión coral del mismo. Ha sido un entrenador de pinceladas, pero sin lograr darle forma al cuadro.

Esa falta de una idea de juego lastra su imagen como entrenador. Su discurso ante los medios siempre fue alejado del elemento futbolístico. Ha intentado meterse en el terreno de lo emocional. Para algunos, una estrategia para no revelar pistas. Para otros, una forma de evitar el debate futbolístico.

El desgaste sufrido a lo largo de la temporada en un club con una exigencia como la del Oviedo también es evidente. Sólo una vez se ha quejado de esta circunstancia. Lo hizo a su manera, antes del viaje a Elche. Sabía que su final se acercaba. Explicó aquello de que había actuado como algo más que un entrenador. Y se quejó de las filtraciones, de que todo el mundo sabía lo que sucedía en la caseta. La unidad del vestuario, una vez más.

Sorprendió que enarbolara él el discurso contra los árbitros (sin mencionarlos directamente) tras el choque de Lugo. O que fuera él mismo el que explicara la medida aplicada contra Erice tras su incidente con un aficionado. Además de entrenador, ha ejercido como portavoz y escudo del Oviedo esta temporada. Ha sido el primero en llevarse los palos. Una función que, aunque asumida voluntariamente, termina desgastando.

Hierro abandona ahora Oviedo con las dudas sobre su capacidad en los banquillos. Dice que quiere ser entrenador, lo explica convencido, aunque en su primera experiencia ha destacado más en labores organizativas e institucionales, que las dedicadas exclusivamente a entrenar. Hierro, que en una entrevista aseguró que el Oviedo sería su Universidad, se va con algunas mejoras pero con una asignatura pendiente: los resultados. Materia troncal en la carrera de entrenador.

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