La línea que separa trabajo y pasión es, en el caso de Juan Antonio Anquela (Linares, Jaén, 1957), muy fina. Casi imperceptible. Fútbol es el concepto clave para definir su personalidad. El mejor ejemplo sucede cada lunes. Anquela coge los periódicos y empieza a registrar en su ordenador todas las estadísticas de los partidos de Primera, Segunda y Segunda B. Incluso algunos de Tercera. Apunta alineaciones, goles, cambios... Teclea con paciencia. En la era del acceso a la información, cuando todos los equipos cuentan con logrados programas de scouting y seguimiento de rivales, el jienense emplea varias horas en alimentar su amplia base de datos. "No me contéis películas. Me gusta hacerlo así", les dice a sus ayudantes cuando estos se cachondean de él. Repite esa rutina desde hace 15 años.

Esa pasión por el fútbol, por su profesión, es la que ha marcado su vida. Es esa entrega a su trabajo la que, con cada contrato firmado, le hace alejarse de su familia. De su mujer -"mi Pepa", como la llama él-, enfermera de profesión, y de su hija María José. Ellas se quedan en Jaén mientras Anquela coge las maletas rumbo a Melilla, Águilas, Alcorcón, Granada, Soria, Huesca. Nunca le ha importado viajar solo porque su profesión le absorbe.

Para analizar la personalidad del nuevo entrenador del Oviedo hay que partir de un punto básico, la pelota, pero conviene dividir en dos el juicio. Por una parte está el Anquela entrenador. El que se ve estos días por El Requexón. Ayer se cumplió una semana desde que está al frente del Oviedo, suficiente para conocerlo en el tajo. Grita, gesticula, arenga a sus futbolistas. Un terremoto, le definen. Y luego está el Anquela ciudadano; un tipo corriente, tranquilo. Nada que ver con su faceta en los banquillos. "Es muy callado, cuesta sacarle las palabras. Yo creo que es por su timidez", cuenta una persona de su entorno. En lo que sí coincide el disfraz de entrenador y el de persona es que en ambos casos es un tipo sincero que siempre va de frente.

Ese carácter introvertido no oculta su chispa. Su gracia explota en las distancias cortas. Suele trufar sus comentarios con refranes y dichos populares. Algunos incluso los inventa. "Si me dices que pasa un burro volando, te digo que estás loco. Si me dices que en un partido de fútbol va a pasar un burro volando, cojo una silla y me siento a verlo", ha repetido en varias ocasiones para definir lo impredecible de su deporte.

Su sentido del humor es afilado. En un partido en Cartagena, la afición rival le dedicó abucheos durante todo el partido. Su pecado había sido rechazar una jugosa oferta para mantenerse fiel al Alcorcón. Un aficionado local se instaló junto al banquillo con un capote. "¡Anquela!", le gritaba a pocos metros mientras hacía el gesto de torear. El jienense refunfuñaba en el banquillo. El hombre estaba acabando con su paciencia. Al final del choque, ya en la sala de prensa, un periodista de Cartagena quiso hurgar en la herida: "¿A usted le gustan los toros?". Anquela se paró un par de segundos y disparó: "Me gustarían los toros si fuera una vaca. A mí lo que me gusta es el arte del toreo". Carcajada y aplausos de los periodistas locales.

La obsesión por el fútbol le lleva la mayor parte de su tiempo, aunque también encuentra espacio para otros menesteres. El Padrino es su película favorita y como canción fetiche elige "Money for nothing", de "Dire Straits". Dicen los que le rodean que le gusta integrarse en la idiosincrasia de las ciudades donde trabaja. Beber de su cultura. Todos apuestan por una integración sencilla con Asturias y su gente.

En algunas cosas es un entrenador atípico. No le gusta figurar, ni hacer "política", una práctica que a otros técnicos les ha servido para construir una longeva carrera en los banquillos. "No es un entrenador de postureo", le definen. Hombre casero, es difícil verle cenando fuera de casa e imposible tomando una copa. No bebé nada de alcohol. Ni siquiera un copita de vino. Tampoco cuando toca celebrar un éxito. "Su exceso es una Coca-Cola en las grandes ocasiones", cuenta un amigo con sorna.

De su pasado como futbolista (fue un veloz extremo en equipos de clase media como Jaén, Elche, Albacete o Córdoba) mantiene algunas sanas costumbres. La carga de ejercicio ha ido descendiendo con el paso del tiempo. En Soria era asiduo a los partidos de pádel. En Huesca encontró un escenario perfecto para otra de sus pasiones: el senderismo. Eran frecuentes sus escapadas al Pirineo aragonés. La bicicleta la ha ido dejando, poco a poco, en un segundo plano. Dicen sus amigos que en cuanto se instale en Oviedo empezará a recorrer a pie los distintos rincones de Asturias. Lo de caminar se acentúa en los días de descanso. Le gusta alejarse de la ciudad y evadirse por unas horas. Aclarar las ideas y respirar naturaleza. Aunque es difícil que llegue a desconectar por completo de su profesión.

El fútbol es lo que define una vida guiada por la pasión en lo que hace. El mejor ejemplo se vio cuando entrenó al Huesca por primera vez, en 2005. Su representante le informó de la oferta oscense a las 9 de la noche. Inmediatamente cogió el coche y se plantó a primera hora de la mañana en Huesca, a 700 kilómetros de distancia. Ni siquiera había preguntado cuánto iba a cobrar. Así es Anquela, el tipo tranquilo, dispuesto a desencadenar el huracán cuando se sitúa en un banquillo.