Descolocado con este calendario antipopular que fija partidos a la hora reservada a Netflix, el sofá, la manta y el colacao, el Oviedo jugó por primera vez de lunes en el Tartiere y se durmió antes de tiempo, cuando el mundo era maravilloso. Se vio tan cómodo tan pronto, con dos goles de ventaja a la media hora y ocasiones para sentenciar, que se relajó en exceso y el sueño no acabó en pesadilla porque Dios no quiso. Cuando abrió los ojos y se incorporó de repente, sudoroso, volvió la vista a la mesilla y bastante que había un punto que agradecer.

En un partido que empezó en subidón y acabó en bajón, los azules pudieron golear y terminaron bostezando del susto, sometidos de forma clara por su rival, dando las gracias por un premio al que debe darse valor y que tiene que hacerse bueno el domingo en Barcelona. Habrá que ver si la inconsistencia de ayer es fruto de una mala racha en esta montaña rusa en la que ha entrado el equipo de Anquela. Y habrá que consultar con el especialista, de forma urgente, por qué se dilapidan tantas ventajas. Esas desconexiones necesitan remedio ya.

Sin fútbol del que presumir y sin fluidez en el centro del campo, quedan en el haber la intensidad y el coraje, innegociables en el equipo carbayón. Sucede que el corazón llega hasta donde llega y a veces hace falta más. El equipo debe ir mostrando progresión en su juego más allá de la fe y aquí es necesario que la enfermería, que ayer pudo sumar como nuevo cliente a Aarón Ñíguez, dé una tregua. Tanta mala suerte con las lesiones y los calambres empieza a parecer un misterio.

Después del corte de digestión en el Belmonte, el Oviedo no logró almibar un menú convincente que permitiera a su hinchada digerir con comodidad una semana que desemboca el domingo en Cataluña, a la vera del Camp Nou. Allí se abre una oportunidad estupenda para mostrarse con la papeleta buena de candidato, esa que el Oviedo ha enseñado ya en duelos como el del Cádiz.El conjunto de Anquela tuvo ayer media hora eléctrica que invitó a soñar y después una hora de apagón que chafó la fiesta. Con todo a favor, se dejó ir y acabó con un agobio del copón, aliviado al final por el punto.

El duelo dejó en entredicho la decisión de Anquela de situar a Forlín el centro, desubicado la mayoría del tiempo, superado en su dupla con Folch, ayer más terrenal que de costumbre. También incide en el debate sobre Juan Carlos, señalado en el segundo gol, pero sostén del equipo a la vuelta de la reanudación, con dos intervenciones providenciales que pusieron a salvo el botín. La situación está lejos de emitir señales preocupantes, por mucho que la tensión del directo invite a fruncir el ceño. No hay razones de momento para desconfiar de la propuesta que debe, eso sí, dar un paso más. Hay margen de mejora y la zona noble está a tiro de piedra en esta apretada Segunda.

En una noche con efervescencia en el Tartiere, inasequible a horarios raros, caprichos de "ues" televisivas y demás parafernalia, arrancó el partido lleno de decibelios, con un Oviedo enchufado que pasó del escalofrío al subidón en un minuto. Porque nada más amanecer, Zapater largó una falta que entre Juan Carlos y el poste escupieron a córner. Y a la jugada siguiente, Aarón Ñíguez clavó en la escuadra otra falta que él mismo provocó.

La tempranera ventaja dio al Oviedo la excusa para abrazar la versión que más le gusta: juntarse atrás y esperar, ponerle el cebo al rival y sacar el hacha a la contra. Con ese disfraz y el aguijón preparado, tuvo el Oviedo otro par de ocasiones para ampliar la ventaja. Toché no supo aprovechar un lío que se hizo Cristian Álvarez en el saque y Folch se encontró con el palo tras un remate de cabeza que Christian Fernández no atinó en la línea de fuego. Era un partido loco, bonito para el espectador.

La pelota era del Zaragoza, dueño del centro del campo y del juego, con mucho más empaque con el balón, pero el Oviedo envidaba con más picante atornillado a los galopes de Berjón y de Ñíguez. Un guión conocido en el Tartiere. Cerca de la media hora, los azules vieron el cielo abierto en una acción que firmarían los Globertrotters, por la carambola. Christian la puso en el área, la pelota tocó en un rival, después en el portero, que la sacó como pudo, y la pelota le llegó a Toché, que empujó sin oposición.

El asunto olía a festival, pero ya se sabe que los azules son expertos este curso en malgastar ventajas por no se sabe qué extraña razón. Y entonces del 2-0 se pasó al 2-2 en ocho minutos. Mikel empaló a la salida de un córner una pelota que entró como un obús tras pegar en Verdés y Zapater, ahora sí, clavo una falta lejana que besó la red por el lado de Juan Carlos. Un sector del Tartiere, con el látigo ya preparado, la tomó con el meta, abucheado primero y aplaudido después camino a las duchas.

Al descanso se llegó con ardor de estómago por la sensación de que se había dejado inexplicablamente vivo a un rival que poco antes sangraba en la lona.

Sucedió que tras él no hubo ni rastro del Oviedo. Como si le hubiera venido mal recapacitar en el intermedio, los azules quedaron groseramente a merced del Zaragoza, que gobernó el partido entonces con una suficiencia colosal. El Oviedo, sin fluidez en el juego, sin ideas y sin ningún tiro a puerta en toda la segunda parte, permaneció sin respuesta, superado Forlín y Folch y sustituido Berjón.

Sin noticias en ataque y fuera de juego Ñíguez por otro maldito calambre, la película se volcó sobre la portería de Juan Carlos, que salvó al equipo dos veces. Primero sacó un mano a mano a Borja Iglesias y después otro a Ángel. En el peor momento, con el Oviedo con la soga al cuello, el balear sostuvo al equipo con dos intervenciones que tuvieron aire de reivindicación. El fondo se lo reconoció con sendas ovaciones.

Anquela abotonó el centro con Rocha para cortar la sangría, especiamente visible por el lado de Cotugno, incapaz de contener a Ángel. Noqueado, bastante tuvo el Oviedo con conservar un punto que supo a gloria después acostarse con los ángeles y despertarse con los demonios. La siesta deja un empate que valorar y un ecosistema algo gris que urge voltear con una actuación redonda fuera de casa, la gran tarea pendiente de este equipo desde que volvió al fútbol profesional. Un golpe en Barcelona alejaría la sensación, de momoento sólo una sensación, de que el Oviedo se ha estancado.