El concepto "intensidad" ha venido imponiéndose en los últimos años como un pilar inquebrantable en el discurso de cualquier entrenador. La palabra sirve en muchos casos como la forma más sencilla de explicar el éxito o el fracaso de un equipo. Es un atajo. Anquela lo usó como resumen de lo visto en el Mini Estadi el domingo. "Sin intensidad en Segunda no ganas a nadie", pronunció. Pero la intensidad no basta para explicar el cambio observado por el Oviedo en el partido de Barcelona. Un duelo que supone un perfecto ejemplo de las virtudes y defectos de los azules en lo que va de temporada.

Un paso al frente. A veces, antes que la intensidad es la colocación la que explica el cambio de un equipo. La primera parte del Mini Estadi mostró a un Barça B de menos a más que fue, paulatinamente, haciéndose con el control de la pelota. El filial respira al contacto con el balón. El Oviedo, quizás inconscientemente, fue echándose, pasito a pasito, hacia atrás. Fue un mecanismo de defensa perjudicial para sus intereses. Cada pase de los centrocampistas del Barça B, con el omnipresente Aleñá, les hacía subir su autoestima y minar la confianza azul. Tras el descanso, el escenario cambió. Evidentemente marcar tan pronto fue básico en los planes, pero ya antes del tanto, 54', el Oviedo se había mostrado diferente, más atrevido. Forlín y Folch, pivotes, dieron un paso hacia adelante y la presión empezó más arriba. La defensa adelantó su posición, con el consecuente riesgo añadido al dejar espacios detrás. Tocaba arriesgar. Si algo ha mostrado la competición es que el Oviedo es más sólido cuando decide que las cosas sucedan en el campo del rival.

Cuidar los detalles. El gol llega en un accidente. Un balón largo que gana Lozano y una defensa, la azul, a contrapié. Carlos Hernández pierde el duelo con el hondureño, Verdés mide mal y Christian concede demasiado espacio al talento de Arnaiz. Anquela insiste desde el primer día con el cuidado de los detalles, con mantener la concentración los 90 minutos. El gol del filial duele porque no llega a consecuencia de su juego, sino de una acción desafortunada. El Oviedo debe ser dueño de los detalles para lograr que uno de los objetivos citados por el entrenador, mantener la portería a cero, se repita en más ocasiones.

Estilo directo. El Oviedo se sintió más cómodo en Barcelona cuando logró quitarle el balón al filial. Una vez tomado el mando, los de Anquela tuvieron las cosas claras. Se trataba de ganar las bandas y buscar rápido el área. Para entonces Linares ya estaba en el campo y el sistema había cambiado a un 4-4-2 más afilado y con más presencia en el campo del rival. Cualquier balón suelto fue azul y al contar con dos hombres como referencia atacante, los centrales del Barça perdieron tranquilidad. Estas constantes ya se han visto en otros partidos. El Oviedo es más peligroso cuando hace las cosas con celeridad, cuando no se entretiene. La plantilla parece configurada para el estilo directo.

El balón parado. Poco a poco, va dando sus frutos. La estrategia es un arma de peso en la igualada Segunda. Un arte con el que desatascar muchos partidos. Y el Oviedo está empezando a sacarle brillo. Los de Anquela llevan tres partidos seguidos anotando a balón parado. En Albacete, Christian Fernández acertó en un rechace dentro del área tras una falta lanzada por Rocha. Contra el Zaragoza fue el talento de Aarón Ñíguez el que valió para batir la meta maña. En Barcelona, funcionó la pizarra. Berjón centró cerrado y Carlos Hernández se impuso con poderío en el primer palo.