El Oviedo se tomó ayer un calmante que alivia mucho el dolor, pero no de momento los síntomas. Como se trataba de taponar la hemorragia, que ya empezaba a asustar, se puede dar por bueno el remedio. Los tres puntos ante el Córdoba deben servir al Oviedo para recuperar el pulso, a los futbolistas para descongestionar su mente y ganar confianza y al entorno para reciclar el aire, rebajar la carga ambiental y fomentar la tranquilidad. La victoria permite al equipo azul salir de urgencias y pasar a planta, pero no todavía recibir el alta.

Era un día para ganar y se ganó. Aquí la buena lectura. La menos buena se advierte más allá del efecto analgésico del resultado. El Oviedo, víctima del miedo por la tensión, despachó ayer una función floja y embarullada que salió afortunadamente adelante por un gol en propia puerta a la hora de partido y un segundo gol en el descuento. Si se mira al casillero, quizá no fuera una jornada para pedir nada más que el botín. Si se mira al rival, un equipo en descenso, y al escenario, el Carlos Tartiere, quizá sí. Habrá que esperar a la próxima consulta, el domingo en Alcorcón, para comprobar si el paciente vuelve a coger soltura y puede ir haciendo vida normal. Ya se sabe que en esta categoría cualquier chispazo basta para cambiar dinámicas. Y que los puntos lo curan casi todo.

Fue un duelo condicionado irremediablemente por un miedo atroz. Hubo temor en el césped y también en la grada. Las piernas le temblaron al Oviedo durante todo el partido. Al equipo azul le costó generar fútbol, acogotado mentalmente, temeroso, excesivamente consumido por la responsabilidad. Como si tuviera de inicio el partido ganado y solo pudiera perderlo. Como si librase una batalla interior. La suerte fue que dio con un rival con sus mismas taras psicológicas, tierno e inocente, todavía sin el patronaje de su debutante entrenador. De la mezcla salió un duelo nada vistoso y menguado por la tensión, a veces a ritmo desesperante de pachanga. En un partido con peligrosos aires de final, donde poco había que ganar, Anquela insistió con el trivote y repitió dibujo con un delantero. Después de la bronca de Granada, Christian Fernández y Forlín se fueron al banco. En su lugar entraron Mossa y Mariga, que pidió vez para Alcorcón. Lo que no cambió fue el dibujo. Sorprende la resistencia al sistema con dos nueves en casa después de comprobar en varios campos que el equipo mejora con un acompañante de Toché. Tal vez Anquela prefiera a Linares de revulsivo. Tal vez haya aquí un motivo para desear fuerte que llegue diciembre y el mercado. Sin perder la perspectiva, el Oviedo debe refugiarse en la victoria, fraguada en la efectividad (dos tiros, dos goles) mirar al frente y volver a crecer.

Un gol en propia puerta de Guardiola desatascó el partido

La versión otoñal del Oviedo conjuntó con la mañana de cielo encapotado que envolvió al Tartiere. A diferencia de otras veces en casa, el equipo no tuvo sus momentos efervescentes salvo un rato en la segunda mitad. De hecho, el Oviedo se puso por delante a la hora de partido sin haber tirado ni una vez a puerta.

Porque la primera parte fue un tostón inesperado. Inesperado por la tibia puesta en escena azul. Las urgencias hacían imaginar a un equipo con el cuchillo entre los dientes, en tromba, dispuesto a morder lo antes posible para atrapar un partido redondo con el que volver a convencer. Nada de eso sucedió. Al contrario, el equipo se asustó. En ese juego de miedos, el Córdoba se sintió mejor, quizá por ese margen que da el primer partido de cada entrenador. Guardiola, el mejor de los andaluces, y Jona primero antes de que Juan Carlos alimentara el runrún con un despeje desafortunado.

El Oviedo tenía la posesión, pero le faltaba profundidad. El trivote dejó de nuevo a los tres de arriba como responsables de la producción ofensiva, insuficiente si, como sucedió ayer, nadie coge la manija en el centro. Mariga lo intentó con personalidad, pero no es su función, y ni Rocha ni Folch están para eso. Aquí el equipo espera por Hidi como el comer.

Sin creatividad en el medio, incómodo en ataque estático, casi todos los acercamientos azules resultaron de la conexión entre Berjón y Toché. Al cuarto de hora el murciano disparó fuera y, poco después, recibió en el área, recortó al portero y, forzado, chutó desviado. No había picante en el Oviedo, que jugaba aletargado y plano, muy dependiente de la imaginación de su tridente. Incapaz de crear peligro desde la asociación, el Oviedo chocaba con el orden del Córdoba con un ritmo plomizo para desesperación de la grada, que llegó a corresponder en alguna ocasión con tímidos silbidos.

Un disparo de Berjón sin peligro a la salida de un córner y una llegada de Mossa sin chicha completaron un primer acto desconcertante. Nadie, entonces, lo veía claro en el Tartiere.

Debió haber Anquelina porque el equipo volvió del descanso con un aspecto levemente mejorado. Sin alardes, pero con otro tono. Así lo certificó un remate de Toché al minuto. El Córdoba, aseado dentro de su ternura, tuvo su oportunidad en los pies de Jona, que no acertó dentro del área en su opción más clara. La inquietud volvió a sonar en la grada. Sucedió esta vez que la fortuna, tantas otras veces esquiva, le hizo un guiño al Oviedo. Era hora. Ñíguez botó un córner y Guardiola, sin querer, lo metió en su portería. La explosión de alivio en el estadio fue monumental. La gaseosa, sin embargo, duró muy poco, el tiempo que Mariga disparó alto y Toché no llegó, en boca de gol, a una pelota de Berjón. Ahí se acabó el subidón del Oviedo, que todavía contuvo la respiración con otros dos disparos de Guardiola y Jona. La crecida solo apareció en el descuento, cuando Diegui recibió de Mariga, cruzó a la red y se marcó una celebración a lo islandés. Ambos, salidos de la enfermería, supusieron ayer otro grano de esperanza.

Más allá de la imagen, el Oviedo superó al miedo y volvió a ganar, que era la prioridad. Ahora, más destensionado, le toca soltar lastre mental y volver a creer en sí mismo, receta para crecer. El domingo en Alcorcón, escenario el año pasado de una humillante bofetón y lugar de peregrinación de muchos camaradas oviedistas, tiene una buena oportunidad para avanzar en su cura.

La celebración de Diegui