Al Oviedo le van las emociones fuertes, como las de permitir pasar las jornadas languideciendo y mostrar su mejor versión en la visita de los popes de la categoría. Aunque de un tiempo a esta parte los subidones de adrenalina de los carbayones cada vez eran menos y acababan en depresivas resacas. A luz de los últimos resultados, el efecto de las dosis de anquelismo parecía haberse disipado, y ya había quien temía que en realidad la nueva medicina azul fuera únicamente un placebo.

Pero en esto llegó el Lugo. El líder de la categoría desembarcó en el Tartiere con una grada temerosa por la baja de Toché y analizando con respeto los guarismos de los gallegos, que hacían sospechar que más de uno iba a pasar del vermú postpartido y saltarse la comida para directamente meterse en la cama a esperar el arranque de la nueva semana. Y así fue hasta la segunda parte.

Los primeros cuarenta y cinco minutos invitaban a darlo todo por perdido: el Lugo mandaba en el marcador, se jugaba a lo que él quería y, además, a los de azul se les notaba tan incómodos en el campo como a los de la grada que comenzaban a retorcerse en sus butacas y a bramar tras cada balón largo de los de Anquela hacia la nada. Pero los tópicos en el fútbol lo son porque muchas veces se cumplen.

El Lugo perdonó las tres que tuvo -palo incluido-, dejó con vida a los locales y el Oviedo salió con otra cara en la segunda mitad asumiendo que "ahora o nunca". Los azules se pusieron el traje de las grandes ocasiones e hicieron buena la pizarra de Anquela, que ayer optó por el sistema de moda (el de los tres centrales comandando el cerrojazo y los laterales metidos a maratonianos que suben y bajan la banda una y otra vez).

El Oviedo remontó en dos chispazos, la grada disipó todas sus dudas y empezó a empujar más que nunca a pesar de que el líder aún tuvo tiempo para la réplica. Pero Saúl, Linares, Ñíguez y compañía ya habían encontrado el camino hacia la yugular de los gallegos y volvieron a marcar para que los tres puntos no salieran del césped de la Ería, que vuelve a dar preocupantes síntomas de que el agua no le nada sienta bien.

El Oviedo respira y se abona a tumbar a los líderes de turno -o no tanto- que visitan el Tartiere. La pasada temporada se merendó al Levante de Muñiz (2-0) cuando los valencianos llegaron a Oviedo sobre estas fechas en plena racha (9 partidos consecutivos sin perder, 21 de 27 puntos sumados). Y en la actual, el Cádiz (1-0) también besó la lona cuando los de Álvaro Cervera eran los privilegiados vecinos del ático de Segunda.

El Oviedo se ha especializado en devorar a los líderes. Ahora le queda repetir la historia con la clase media, lo que le permitiría tomar impulso, volver a mirar hacia arriba y recuperar las buenas sensaciones que dejó al comienzo de la temporada.