En un día de perros muy de chimenea y sofá, el Oviedo no sólo no se destempló sino que se comportó como un ciclón para quitarse de delante al enjundioso Osasuna, otro gallito del pelotón, y van ya unos cuantos, al que los azules le paran los pies. El grupo de Anquela convirtió el incómodo descargue del cielo en un enorme chaparrón de ilusión que disparó el furor del Tartiere, entusiasmado al final con la victoria ante un favorito y, sobre todo, con el generoso esfuerzo colectivo.

Fue un ejercicio condicionado irremediablemente por la lluvia, el viento y el impresentable césped del Tartiere, que laminó cualquier atisbo de fútbol. A ese escenario, con charcos por aquí y por allá, sin posibilidad ninguna de que rodara la pelota, se adaptó mejor el Oviedo, especialista en asuntos de alma, mucho más cómodo que su rival a la hora de asumir ese fútbol genuino de patio de colegio, patadón arriba, que exigen días como el de ayer. Sin lujos ni purpurina pero con pragmatismo y madurez, extremadamente competitivos e intensos, los azules se arremangaron para abrochar el manteo final, convertido ayer en un grito islandés liderado por Diegui, autor del único gol. El triunfo deja exultante al oviedismo y le ofrece una dosis de lógica y peligrosa euforia.

El Oviedo está en racha y se nota. Hay confianza en la cabeza y en las piernas. Hace nada miraba hacia abajo y hoy, elegante con su traje de cinco defensas, acaricia el play-off, convencido de sí mismo. Los azules han dejado de serpentear a duras penas por la zona ondulada del camino, han cogido la autopista y han metido decididamente la directa. El estirón en mes y medio es de aúpa, tercer triunfo seguido, el quinto en los seis últimos partidos. Así, con paso firme y corazón caliente, el Oviedo ha dado caza ya a la zona VIP de la tabla, fuera de ella hoy tan solo por el gol-average. La prudencia pide pensar en los 50 puntos, la realidad aquí y ahora pide ir más allá.

El grupo azul volvió a demostrar ante su gente que hoy es un equipo fuerte y con sustancia y que está recuperado de pájaras pasadas. Abotonados por Forlín, mariscal atrás, y agitados por el excelente Yeboah, los carbayones despacharon una función llena de orgullo, empuje y coraje, territorio Anquela. El impropio barrizal no dejaba ninguna otra opción. Se trataba de encimar al rival, adelantarse primero, importante, asumir los menos riesgos posibles y tirar de valor y entrega para conservar como se pudiera el botín. Fue exactamente lo que ocurrió. El gol antes de los diez minutos, después de un penalti errado por Rocha, facilitó la faena, estupenda en el primer tiempo, sacrificada después. El esfuerzo grupal fue tan monumental que el Tartiere, que de arrimar el hombro sabe un rato, se levantó para despedir al equipo en el intermedio y al final y también para ovacionar a cada uno de los tres cambios. El Oviedo, en su mejor momento, avanza como un huracán.

El vergonzoso patatal que se encontraron los dos equipos -el estado del césped debería sonrojar a más de uno en los despachos municipales- no alteró los planes de Anquela, que alistó a los once previstos, síntoma claro de estabilidad. Atrás quedaron las dudas y los vaivenes tácticos. Hoy el jienense tiene claro el molde que necesita su equipo y cuando la cosa funciona no hay ciclogénesis que la cambie.

Los charcos, el cielo oscuro y los uniformes embarrados concedieron un aspecto orgullosamente norteño al duelo, un partido para paisanos, de dientes prietos y mucho brío, muy al estilo del entrenador azul. Ese escenario de balones largos y juego a trompicones, prohibidas la poesía y las florituras, supo entenderlo mucho mejor el Oviedo, que saltó al campo con ese aire huracanado que sale del banquillo. En diez minutos, cómo será, los azules fallaron un penalti y anotaron su gol. Herrera arrolló a Folch en el área y Rocha, con confianza tras su gol al Lorca, asumió la responsabilidad. Su disparo raso se fue desviado. Sin tiempo casi de lamentarse, Linares, batallador incansable, impagable en días como el de ayer, puso un centro y Diegui, dentro del área, remató de cabeza a la red.

Que el canterano cabeceara a gol en el área como si fuera un delantero, refleja, además del clima de confianza en el que está inmerso el equipo, los automatismos que ha adquirido el equipo con el nuevo dibujo, donde los carrileros son imprescindibles en su aportación ofensiva.

El tempranero gol no aflojó a los azules, mejor colocados, más intensos y con las ideas más claras que su rival, diseñado antes para taconear por alfombras que para empaparse en el barro. La pelota estaba más segura en el aire que en la piscina, y eso anuló a tipos talentosos como Mérida, desesperado. El partido era incontrolable y exigía balones largos, pelotazos y segundas jugadas. Osasuna movió el banquillo antes del intermedio en busca de más presencia aérea con la entrada de Xisco, pero Forlín y Folch mantenían cohesionado al equipo azul, afilado en la punta por el incansable Linares y punzante por el ala de Yeboah. Nadie negoció el esfuerzo en una primera parte animada por los acelerones del africano, siempre con una marcha más, autor de un disparo desviado. Ñíguez lo tendrá difícil ahora para quitarle el puesto. Osasuna no disparó a puerta y sólo se acercó en un estimable centro chut de Clerc. Encantado, el Tartiere dedicó una sonora ovación al arrollador coraje de su equipo en el primer acto.

Osasuna apareció tras el descanso con otra cara y envidó aprovechando la zona más resbaladiza del terreno, mucho menos llevadera para quien la defiende. Los navarros se hicieron con el partido a nivel posicional, pero no hubo balas sobre la portería de Alfonso más allá de una pequeña traca al inicio del segundo acto, con un cabezazo de Unai fuera y un balón que David no acertó a enganchar. El duelo se consumió después en un constante cuerpo a cuerpo sin chicha en mitad del diluvio, que el Oviedo supo abotonar con mucha garra.

La victoria frente a un rival de altura da solidez y credibilidad a su candidatura. Aunque los ejemplos externos obliguen a suavizar la crecida, lo cierto es que de reojo ya se mira a la cima de la montaña. Cerca del ecuador del maratón, al Oviedo se le está poniendo cara de claro aspirante. Con el turrón a la vuelta de la esquina, cinco de los últimos seis triunfos le avalan.