El vergonzoso patatal que se encontraron los dos equipos -el estado del césped debería sonrojar a más de uno en los despachos municipales- no alteró los planes de Anquela, que alistó a los once previstos, síntoma claro de la estabilidad. Atrás quedaron las dudas y los vaivenes tácticos. Hoy el jienense tiene claro el molde que necesita su equipo y cuando la cosa funciona no hay ciclogénesis que la cambie.

Los charcos, el cielo oscuro y los uniformes embarrados concedieron un aspecto orgullosamente norteño al duelo, un partido para paisanos, de dientes prietos y mucho brío, muy al estilo del entrenador azul. Ese escenario de balones largos y juego a trompicones, prohibidas la poesía y las florituras, supo entenderlo mucho mejor el Oviedo, que saltó al campo con ese aire huracanado que sale del banquillo. En diez minutos, cómo será, los azules fallaron un penalti y anotaron su gol. Herrera arrolló a Folch en el área y Rocha, con confianza tras su gol al Lorca, asumió la responsabilidad. Su disparo raso se fue desviado. Sin tiempo casi de lamentarse, Linares, batallador incansable, impagable en días como el de ayer, puso un centro y Diegui, dentro del área, remató de cabeza a la red.

Que el canterano cabeceara a gol en el área como si fuera un delantero, refleja, además del clima de confianza en el que está inmerso el equipo, los automatismos que ha adquirido el equipo con el nuevo dibujo, donde los carrileros son imprescindibles en su aportación ofensiva.

El tempranero gol no aflojó a los azules, mejor colocados, más intensos y con las ideas más claras que su rival, diseñado antes para taconear por alfombras que para empaparse en el barro. La pelota estaba más segura en el aire que en la piscina, y eso anuló a tipos talentosos como Mérida, desesperado. El partido era incontrolable y exigía balones largos, pelotazos y segundas jugadas. Osasuna movió el banquillo antes del intermedio en busca de más presencia aérea con la entrada de Xisco, pero Forlín y Folch mantenían cohesionado al equipo azul, afilado en la punta por el incansable Linares y punzante por el ala de Yeboah. Nadie negoció el esfuerzo en una primera parte animada por los acelerones del africano, siempre con una marcha más, autor de un disparo desviado. Ñíguez lo tendrá difícil ahora para quitarle el puesto. Osasuna no disparó a puerta y sólo se acercó en un estimable centro chut de Clerc. Encantado, el Tartiere dedicó una sonora ovación al arrollador coraje de su equipo en el primer acto.

Osasuna apareció tras el descanso con otra cara y envidó aprovechando la zona más resbaladiza del terreno, mucho menos llevadera para quien la defiende. Los navarros se hicieron con el partido a nivel posicional, pero no hubo balas sobre la portería de Alfonso más allá de una pequeña traca al inicio del segundo acto, con un cabezazo de Unai fuera y un balón que David no acertó a enganchar. El duelo se consumió después en un constante cuerpo a cuerpo sin chicha en mitad del diluvio, que el Oviedo supo abotonar con mucha garra.

La victoria frente a un rival de altura da solidez y credibilidad a su candidatura. Aunque los ejemplos externos obliguen a suavizar la crecida, lo cierto es que de reojo ya se mira a la cima de la montaña. Cerca del ecuador del maratón, al Oviedo se le está poniendo cara de claro aspirante. Con el turrón a la vuelta de la esquina, cinco de los últimos seis triunfos le avalan.