Si el fútbol es un estado de ánimo, el Oviedo disfruta desde hace ya un tiempo de un considerable subidón. Pletórico, el equipo de Anquela prolongó ayer su crecida ante el Sevilla Atlético con un ejercicio de esos que convencen al más pesimista, candidato a aparecer en la palestra si al final se abrocha el éxito. Con diez jugadores durante más de una hora, con una ventolera tremenda zarandeando el campo y sometido a un perdigonazo tras otro por el rival, el grupo carbayón se las apañó como pudo para amarrar un triunfo importantísimo que le instala, ahora sí y con todo merecimiento, entre los elegidos de la tabla.

Nada puede ser casualidad en un equipo que avanza de forma imparable, con seis bingos de siete, los últimos cuatro consecutivos. La clasificación, que da gustirrinín por mucho que ahora no deje de ser una anécdota y sea inteligentemente desmerecida en la caseta y en los despachos, no engaña: a punto de que la Liga se doble por la mitad, el Oviedo es cuarto clasificado, a tres puntos del ascenso directo y con el horizonte de un brindis el sábado en casa, ante la vecina Cultural, para despedir un año que al final se va a hacer corto.

El Oviedo tuvo que abrazarse de nuevo a su versión heroica para poner a salvo el botín. De eso, de resistir contra viento y marea, saben un montón los equipos de Anquela. La infantil expulsión de Yeboah al cuarto de hora condenó a los azules a refugiarse atrás, juntar mucho sus dos líneas de cuatro, arremangarse y confiar más que nunca en alguna genialidad de sus jugones. La de ayer llevó la firma de Rocha, con un magistral lanzamiento de falta que clavó en la escuadra antes del descanso. El extremeño es un ejemplo de la capacidad del técnico para recuperar a jugadores que se creían agotados.

Con ventaja y un jugador menos, con un vendaval insufrible que hacía difícil jugar y doscientas gargantas de apoyo en la grada, tocaba prepararse para sufrir. Todos a una. Solidaridad y capacidad de sacrificio. Así, sin falta de fútbol y juntos para defender el muro, también se ganan partidos en Segunda. Así que el Oviedo se puso el mono obrero y, con un extraordinario derroche defensivo, especialmente visible en la segunda mitad, acabó tirando fuegos artificiales. El filial sevillista, más aseado con el balón, disparó una y otra vez, pero se desesperó con el orden azul y, en última instancia, con Alfonso, que despejó todo lo que le llegó, incluido un penalti regalado a diez minutos del final.

Aunque no lo diga abiertamente para que sus muchachos no bajen la guardia, Anquela ha logrado el Oviedo que quería: un equipo ordenado, agresivo, solidario y competitivo. Indesmayable y lleno de fe, como él. El Oviedo es hoy un hueso al que cuesta un mundo hincarle el diente, que transmite confianza y seguridad. Como además tienen el viento de cara y la fortuna ya no les es esquiva, los azules se miran al espejo y se ven hoy, aquí y ahora, candidatos a todo. Cualquiera en su situación lo haría. Los carbayones tienen en estas semanas un ejemplo de lo que pueden llegar a ser para cuando el camino vuelva a presentar curvas.

Conocida de memoria la alineación, la novedad en el arranque fue la inesperada expulsión de Yeboah. El africano entró al trapo de Matos y, con la pelota en el aire, propinó un golpe al lateral. La acción no sólo dejó al equipo de Anquela con diez en el minuto 16 sino que le privó de uno de sus principales agitadores, dueño hasta entonces de las únicas embestidas del partido. El africano, al que a buen seguro el técnico sentará en el diván, había sido protagonista de un uy al espacio en el inicio y de otro centro que despejó la defensa rival en el área pequeña.

La roja dio más motivos al filial sevillista para seguir presumiendo de posesión y obligó al Oviedo a modificar su dibujo. Como si fueran fichas de dominó, el reajuste llegó de forma natural, prueba de que el librillo de Anquela cala en la caseta. Berjón se echó a la derecha, Mossa adelantó su posición y el equipo pasó a formar con un 4-4-1. A pesar del cambio, el Oviedo no se desnaturalizó, pero priorizó guardarse atrás y dar campo al Sevilla Atlético, que empezó a encimar por inercia. Con juego exterior y centros desde los costados, los hispalenses apretaron en dos minutos de traca. Olavide y Carro no llegaron a dos balones antes de una buena intervención de Herrero. Los azules, con viento a favor, fiaron sus opciones ofensivas a balones a las espaldas para las arrancadas de Mossa, Berjón o Linares.

Con el Oviedo anulado arriba y recuperándose de los primeros pellizcos, llegó una falta sobre Linares que cambió el panorama. Rocha se resarció del penalti fallado ante Osasuna con un zapatazo directo a la escuadra. Una parte del trabajo estaba hecha.

Queda lo más difícil: tapiar el muro durante un tiempo entero, con el viento en contra y el lento, lentísimo, paso del reloj. Despejar como se pudiera, ayudarse unos a otros, cerrar espacios y tirar de oficio. Saber sufrir. Los locales aceleraron con una triple ocasión a la vuelta del descanso: Pozo ejecutó una falta y Herrero, con una estupenda palomita, la desvió. A la salida de ese córner, el meta azul volvió a rechazar en línea de gol el balón, que tras otro remate, Christian despejó a córner. Lo pasaba mal el Oviedo, embotellado sin remedio atrás.

Mientras Tevenet agotaba sus cambios, Anquela permanecía con sus once guerreros. Sucedió que, sin noticias ofensivas azules, emergió el siempre sorprendente Diegui. En una de sus alocadas cabalgadas, se plantó en el área rival, se la cedió a Linares, que cayéndose remató al poste. Con muy poco, un cambio de ritmo del canterano, el Oviedo desperdiciaba la sentencia. El fallo del aragonés pudo pagarlo muy caro el Oviedo porque, seis minutos después, el árbitro se inventaba un penalti de Christian por un leve forcejeo aéreo con un rival. Curro lo tiró por el medio y Alfonso se convirtió en el héroe del partido, abrazado por todos sus compañeros, y con sólo un gol encajado en cuatro partidos.

Gobernado por Forlín, el Oviedo logró mantener firme el muro con un trabajo gremial extraordinario, representada la épica en las cabezas vendadas de Folch y Carlos Hernández, que chocaron en un despeje.

Embalado como va, al Oviedo se le va a hacer corto un año que todavía ofrece otro banquete para dejarlo niquelado y despedirlo con un brindis de altura. Anquela ha dado la vuelta a la tortilla y ha logrado que su equipo transmita. Hace muy poco, en los tiempos del escepticismo y del tembleque, que vaya si los hubo, asomaban unas ganas enormes del parón y se miraba al mercado que viene como una baza desesperada para revolucionar la plantilla y enderezar el rumbo. Hoy, disuelto el dramatismo tras dos meses de brutal acelerón, pocos conceden ya más trascendencia de la debida al periodo de fichajes para suerte de la dirección deportiva, que podrá afrontarlo sin presión y con la calma obligada que exigen las gangas, futbolistas sin minutos en Primera que permanecen en el radar. Además, en el club tienen el comodín Fabbrini, la gran apuesta ofensiva esta temporada, que si sigue asombrando el mundo médico por su vertiginosa recuperación, y llegará para el tramo clave de una temporada que, a punto del ecuador, va viento en popa.