El Oviedo de Anquela no busca excusas, las supera. Pelea hasta donde le den las fuerzas antes que refugiarse en pretextos. Cualquier equipo se hubiera desinflado a los 34 minutos, cuando en una pugna noble Rocha vio una roja exagerada, injusta. Una acción que condiciona cualquier partido. También este. El Oviedo se agarró al orden, a una pugna del insistente Linares y a la defensa férrea para aguantar durante media hora con un resultado jugoso. Hasta ahí aguantó el esfuerzo. El Cádiz logró darle la vuelta al choque en diez minutos eléctricos (2-1) y dejó la racha del Oviedo en diez choques consecutivos sin perder. El fin de la dinámica lleva el nombre de Pulido Santana, colegiado canario que se coló en el Carnaval sin invitación. La derrota le llega al Oviedo en un choque, otro más, en el que compitió de forma adulta.

La lectura del partido dirige la vista a la acción de Rocha a los 34 minutos. El Oviedo sale al galope y Carpio y Rocha porfían un balón. Los dos van al suelo, sin maldad, el cadista llega antes y sale lastimado de la acción. El Carranza ruge y Pulido Santana tiembla. Se toma tu tiempo, quizás es mal aconsejado en esa pausa, y expulsa a Rocha ante la mirada atónita de este. La roja, error de bulto del colegiado, cambia el panorama. De un partido trabado entre dos equipos con demasiado respeto se pasa a otro con más espacios, invitación para el Cádiz.

Hasta la irrupción en escena de Pulido Santana, micrófono en mano como reclamo en un escenario engalanado, el partido era monótono. Cervera y Anquela habían planteado un partido de pocos movimientos. Temerosos de las armas del rival, los dos optaron por defender su fuerte antes que buscar premio en el del contrario. Como si ambos entrenadores firmaran llegar al minuto 70 con el 0-0 y que el choque se resolviera en una versión más condensada. Un partido exprés.

El Cádiz sobaba la pelota entre los dos centrales y los dos pivotes sin que su intención fuera arriesgar lo más mínimo, salvo algún exceso de confianza de Abdullah, horchata en vez de sangre. El Oviedo temía las incursiones de Álvaro y Salvi, así que optó por aumentar la vigilancia en los flancos. Las bandas se convirtieron en una autopista de peaje, camino vetado para los que quisieran hacer las cosas a toda velocidad. El Cádiz pasó al plan B: balones largos a la espalda de los centrales, una vía mucho más transitada, complicado para atacar a un rival que, como el Oviedo, repliega con orden.

Barral había avisado a los 4 minutos de que alguna opción podía caer por el centro pero Alfonso respondió con agilidad. El paso de los minutos había ido dando paso a un Oviedo más entero y que, además, de vez en cuando se asomaba al área gaditana. La primera combinación exitosa en campo rival tuvo como protagonistas a Berjón, Mossa y Ñíguez a los 18 minutos. Daba comienzo la mejor etapa de los azules en el partido. A la media hora, Álex Fernández cortó a última hora una contra de manual del Oviedo. Mossa, Berjón, Linares, todos al primer toque, para dejar el camino libre a Ñíguez, pero apareció el centrocampista para estropear la obra.

Después llegó la roja ya comentada a Rocha pero la acción no alteró el guión, cómodo el Oviedo esperando y saliendo. Berjón lanzó una falta peligrosa que Cifuentes despejó con problemas antes del descanso.

Y a la vuelta de los vestuarios el Oviedo siguió cómodo. Tanto, que incluso le dio por estirarse. Rascaron los azules una falta lateral a los 54 minutos que, viendo las circunstancias, era una invitación magnífica para buscar el gol. El tanto llegó en la portería de los milagros. Linares disfrazó un acto de fe en un cabezazo (o cogotazo) inapelable, certero, que besó el larguero antes de entrar en la meta. Un churro maravilloso. El guiño al equipo que no pone excusas.

El equipo azul tenía el partido en su punto, con el Cádiz demasiado agitado, angustiado por el paso de los minutos. Los gaditanos no vieron otra opción que echarse hacia adelante.

El Oviedo divisaba el paraíso cuando llegaron los errores. Porque también es justo decirlo: los azules tuvieron fallos que acabaron condenándoles. Álvaro había rematado de cabeza al larguero a los 67 minutos y Christian gozó de una ocasión idónea en un córner a los 70. Ese 0-2 hubiera finiquitado el choque. A los 72 minutos Perea, que había salido desde el banquillo, recogió un balón en la banda izquierda, se coló en el área y, tras deshacerse de dos defensas carbayones, enchufó un disparo imparable en la escuadra. El golpe sacudió el Carranza.

No tardaría el Oviedo en caer. Fue 7 minutos después, en una acción que le duele a cualquier entrenador: un córner que encontró a un rematador solo, Servando, en el área, la zona más transitada. El 2-1 acabó con las esperanzas azules, fundidos los de Anquela por el esfuerzo al que le había sometido la decisión del árbitro y un Cádiz que aprieta en las alas. Los azules cayeron de pie, con honor, tras dar guerra y ante un elemento que no puede controlar. El epílogo, al menos, está a la altura de la racha.