El partido sirvió para comprobar que Anquela no está dispuesto a cambiarle el traje al Oviedo así como así. La solución, entonces, no pasa tanto por el fútbol como por la intensidad, la brega y el sacrificio. ¿La exigencia? Que los comparecientes deben estar al cien por cien cada partido en un contexto de muchos kilómetros en las piernas. ¿El riesgo? Que se apague la luz de los "buenos".

Blindado el dibujo, innegociables las cinco piezas del cinturón de seguridad, Anquela devolvió a Forlín a su posición natural de libre y barajó los nombres para presentar un equipo sin nueve puro. Un menú insólito en el Tartiere. Aunque trató de fintar en la previa postulando a Steven, engaño muy raro en él, el técnico dejó al canterano en el banquillo junto a su compañero Viti y sacó del ostracismo a Mariga y a Cotugno, titulares cuatro meses después. A pesar de que el partido se jugaba en casa y que el rival salió con un delantero, Anquela se limitó a remover los cromos. El molde no se toca.

Como flotaba cierta ansiedad en el entorno, el resultado inicial fue un Oviedo desaliñado y apelmazado, plomizo como la tarde, inseguro en toda su extensión. La primera parte recordó al día del Lugo. También la segunda. Todo el partido. El Granada, mejor plantado y con fuego en el costado de Machís, controló la pelota y las segundas jugadas, mandón para someter al Oviedo, incapaz de generar una pizca de juego, siempre a merced. Poco punzantes por los costados, los azules supeditaron su ataque a la imaginación de los "buenos". Ningún otro plan ofensivo que Fabbrini, Aarón y Berjón contra el mundo. Eso y el balón parado. Fútbol ortodoxo.

Machís enseñó las costuras de Cotugno en el arranque y, al cuarto de hora, Joselu remató al larguero. Los envites azules llegaron en una internada de Mossa que Aarón remató sin fe y con varios centros al área insípidos. No había manera de hilvanar nada, superado Mariga. Sólo Folch, como de costumbre, emergía entre todos y descongestionaba como buenamente podía. Huérfano de referencia arriba, el Oviedo atacaba a tuntún. A la inoperancia ofensiva se sumaron las peligrosas impreciosiones atrás. Se sucedían los errores en el despeje, primero Christian y después Mossa. En el segundo no perdonó el Granada y Kundu la estampó en la red. El gol hacía justicia. El Oviedo no respondía.

No había ningún motivo entonces, a la vera del descanso, para advertir un empate. Sin embargo, cosas del fútbol, llegó cuatro minutos después. Hizo falta un césped rápido, una carambola tremenda, una error gravísimo de Javi Varas, la fe de Carlos y la atención de Forlín. Flores tocó de cabeza para atrás. Varas, encimado por Carlos, se lanzó para evitar el córner. No pudo blocar y el balón quedó suelto, fácil para Forlín. Los centrales, otra vez, haciendo de delanteros. Así, de chiripa, el Oviedo se reenganchaba al partido y al play-off.

El tanto fue clave para la reacción. El guión, entonces, viró por completo. "Anquelina" mediante, el Oviedo regresó con una marcha más. Dio un paso adelante y, conectado a la inercia positiva, se lo creyó. Ñíguez avisó con un remate fuera antes de que entre Christian y Mariga se estorbaran en un remate a gol. El Granada bajó el pistón, pero tuvo el segundo en otra carambola: falló Forlín en el corte y el balón le cayó a Machis, que tampoco acertó. Un escalofrío recorrió el campo.

El partido pedía un delantero y Anquela dio carrete a Steven, ovacionado. Ya se sabe que los canteranos enganchan. El chaval, tocado por la varita, acertó a la primera: remató un centro de Mossa, Navas volvió a rechazar mal y, a la segunda, no falló.

El Oviedo, ya seguro con la ventaja, abotonó el partido con oficio. Lo adormiló. Consiguió que no pasara mucho más. Aquí un gran mérito. El Granada envidó sin fuerzas mientras los azules, todos a una, achicaban agua, faceta que el Oviedo sabe hacer muy bien. El duelo se endureció, con Christian Fernández en primera fila, excesivamente duro en un codazo a Joselu. Machis, quizá desquiciado, se contagió y dio un cabezazo a Viti, por el que fue expulsado. El partido murió con los andaluces reclamando un penalti de Steven.

La lección que dejó el derbi en el Oviedo, que fue de órdago, debe tenerse ahora más presente que nunca. Ese día el personal descargó tanta adrenalina que quedó atontado. Hubo quien pensó que se acababa el mundo, ya lo dijo Anquela, y la Segunda se lo cobró. Vaya si se lo cobró. Ahora, de vuelta a la victoria mes y medio después, conviene aprender de aquéllo y advertir en Córdoba otra batalla a vida o muerte, como ayer.

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