El Oviedo se quitó ayer una enorme losa de encima, un peso que le asfixiaba tremendamente y que amenazaba con dejarle en la cuneta en el momento en el que el resto acelera. El triunfo ante el Granada, sustancioso por el rival, duro por las circunstancias y revitalizador por sus efectos, no sólo alivia profundamente el panorama azul sino que debe servir desde ya como obligatorio impulso para enfocar con confianza el sprint final. El punto de inflexión de la segunda vuelta. Lugo, parte dos.

En el libro de registros quedará el canterano Steven, un joven delantero de carrera ortodoxa que ayer dio al Oviedo, con su gol de pillo, con su oportunismo de nueve, la victoria que más necesitaba. Al minuto de entrar en el campo (¡al minuto!) cazó un rechace del fallón Varas y abrochó el bingo azul. Cuando corrió a celebrarlo, emocionado, no sabía qué hacer, si besarse el escudo, si dedicárselo a su padre. Al final del partido, comentándola con la familia a la salida del parking, el chaval solo daba las gracias. Hay veces que tienes que estar en el momento oportuno y en el lugar preciso, jornadas que abren puertas de par en par. Con el Vetusta, Steven sólo llevaba un gol en toda la segunda vuelta. Ayer anotó su primer tanto en el fútbol profesional. Si el Oviedo llega a buen puerto, esta contribución se recordará.

El fenómeno Steven, que inundará páginas y tertulias, no debe ocultar las carencias futbolísticas de este equipo (especialmente visibles en la horrible primera parte de ayer), sin autoridad en el centro del campo y sin mayor plan ofensivo que la imaginación de los de arriba. Una realidad que no es nueva y que no parece que vaya a cambiar. Ya se sabe que más que jugar, el Oviedo brega. Brega tanto que, a veces, se extralimita. Christian Fernández representa ese pura sangre que le gusta a Anquela, pero tiene cosas indefendibles. Con el 2-1, el cántabro le plantó ayer un peligrosísimo codazo en el cuello a Joselu por el que debió ser expulsado. Este tipo de acciones siempre deben ser denunciadas. El árbitro, tantas veces convertido en mano negra en los últimos partidos, con razón la mayoría, le mantuvo sobre el campo. Se equivocó.

Como se trataba de cambiar la dinámica para poder respirar, la victoria, de vuelta seis partidos después, debe convertirse en una especie de reseteo para la mente y para las piernas del Oviedo, un chute de energía, seguridad y optimismo para reforzar la confianza y volvérselo a creer, camino de Córdoba. En un momento fundamental, sin delanteros disponibles y con los fantasmas preparados para liarla gorda, el equipo de Anquela, sostenido por el gigantesco Folch, volvió a responder con lo que acostumbra: poco fútbol y mucho orgullo. El jienense tendrá (tiene) peores cartas que muchos de sus colegas, pero está preparado para furar y competir hasta el final. Con delanteros o sin ellos. Con sus armas, con su idea, pero hasta el final. Quedan once partidos a cara de perro. Poder, se puede.

El gol de Forlín facilitó la reacción azul tras un mal primer tiempo

El partido sirvió para comprobar que Anquela no está dispuesto a cambiarle el traje al Oviedo así como así. La solución, entonces, no pasa tanto por el fútbol como por la intensidad, la brega y el sacrificio. ¿La exigencia? Que los comparecientes deben estar al cien por cien cada partido en un contexto de muchos kilómetros en las piernas. ¿El riesgo? Que se apague la luz de los "buenos".

Blindado el dibujo, innegociables las cinco piezas del cinturón de seguridad, Anquela devolvió a Forlín a su posición natural de libre y barajó los nombres para presentar un equipo sin nueve puro. Un menú insólito en el Tartiere. Aunque trató de fintar en la previa postulando a Steven, engaño muy raro en él, el técnico dejó al canterano en el banquillo junto a su compañero Viti y sacó del ostracismo a Mariga y a Cotugno, titulares cuatro meses después. A pesar de que el partido se jugaba en casa y que el rival salió con un delantero, Anquela se limitó a remover los cromos. El molde no se toca.

Como flotaba cierta ansiedad en el entorno, el resultado inicial fue un Oviedo desaliñado y apelmazado, plomizo como la tarde, inseguro en toda su extensión. La primera parte recordó al día del Lugo. También la segunda. Todo el partido. El Granada, mejor plantado y con fuego en el costado de Machís, controló la pelota y las segundas jugadas, mandón para someter al Oviedo, incapaz de generar una pizca de juego, siempre a merced. Poco punzantes por los costados, los azules supeditaron su ataque a la imaginación de los "buenos". Ningún otro plan ofensivo que Fabbrini, Aarón y Berjón contra el mundo. Eso y el balón parado. Fútbol ortodoxo.

Machís enseñó las costuras de Cotugno en el arranque y, al cuarto de hora, Joselu remató al larguero. Los envites azules llegaron en una internada de Mossa que Aarón remató sin fe y con varios centros al área insípidos. No había manera de hilvanar nada, superado Mariga. Sólo Folch, como de costumbre, emergía entre todos y descongestionaba como buenamente podía. Huérfano de referencia arriba, el Oviedo atacaba a tuntún. A la inoperancia ofensiva se sumaron las peligrosas impreciosiones atrás. Se sucedían los errores en el despeje, primero Christian y después Mossa. En el segundo no perdonó el Granada y Kundu la estampó en la red. El gol hacía justicia. El Oviedo no respondía.

No había ningún motivo entonces, a la vera del descanso, para advertir un empate. Sin embargo, cosas del fútbol, llegó cuatro minutos después. Hizo falta un césped rápido, una carambola tremenda, una error gravísimo de Javi Varas, la fe de Carlos y la atención de Forlín. Flores tocó de cabeza para atrás. Varas, encimado por Carlos, se lanzó para evitar el córner. No pudo blocar y el balón quedó suelto, fácil para Forlín. Los centrales, otra vez, haciendo de delanteros. Así, de chiripa, el Oviedo se reenganchaba al partido y al play-off.

El tanto fue clave para la reacción. El guión, entonces, viró por completo. "Anquelina" mediante, el Oviedo regresó con una marcha más. Dio un paso adelante y, conectado a la inercia positiva, se lo creyó. Ñíguez avisó con un remate fuera antes de que entre Christian y Mariga se estorbaran en un remate a gol. El Granada bajó el pistón, pero tuvo el segundo en otra carambola: falló Forlín en el corte y el balón le cayó a Machis, que tampoco acertó. Un escalofrío recorrió el campo.

El partido pedía un delantero y Anquela dio carrete a Steven, ovacionado. Ya se sabe que los canteranos enganchan. El chaval, tocado por la varita, acertó a la primera: remató un centro de Mossa, Navas volvió a rechazar mal y, a la segunda, no falló.

El Oviedo, ya seguro con la ventaja, abotonó el partido con oficio. Lo adormiló. Consiguió que no pasara mucho más. Aquí un gran mérito. El Granada envidó sin fuerzas mientras los azules, todos a una, achicaban agua, faceta que el Oviedo sabe hacer muy bien. El duelo se endureció, con Christian Fernández en primera fila, excesivamente duro en un codazo a Joselu. Machis, quizá desquiciado, se contagió y dio un cabezazo a Viti, por el que fue expulsado. El partido murió con los andaluces reclamando un penalti de Steven.

La lección que dejó el derbi en el Oviedo, que fue de órdago, debe tenerse ahora más presente que nunca. Ese día el personal descargó tanta adrenalina que quedó atontado. Hubo quien pensó que se acababa el mundo, ya lo dijo Anquela, y la Segunda se lo cobró. Vaya si se lo cobró. Ahora, de vuelta a la victoria mes y medio después, conviene aprender de aquéllo y advertir en Córdoba otra batalla a vida o muerte, como ayer.