El Oviedo salvó la final de Lugo con una victoria de prestigio, que hacía mucha falta y que le permite volver a creer, al equipo y a su afición. El día que Anquela se decidió a cambiar el sistema, a enterrar el dibujo gastado de cinco defensas y a apostar por el 4-2-3-1, el equipo respondió con un triunfo que alivia, que fortalece y que renueva las ilusiones. El play-off vuelve a verse a través de un cristal transparente a la espera de una respuesta de altura en los dos próximos compromisos, que se juegan en casa ante Nástic y Valladolid. El Oviedo vuelve a pedir paso. Como en la primera vuelta, la victoria debe servir de punto de inflexión. Una bocanada importante de fe y de ilusión. De aquí, hacia arriba.

El triunfo, el primero fuera de casa en más de tres meses, lo abrochó el Oviedo con un gol de Diegui en el tramo final de un partido en el alambre, de poder a poder, tosco en el primer tiempo y desatado tras la reanudación. El tanto azul le llegó a los azules con un jugador más por la expulsión de Kravets en el minuto 66, una acción que ayudó a desnivelar un choque muy igualado. La victoria supone una inyección de moral que el Oviedo no debe desaprovechar.

Permeable por fin a las urgencias, Anquela meneó el dibujo en busca de la reacción. Seis puntos de 24 exigían probar algo nuevo. Así que, casi una vuelta después, el técnico defenestró la defensa de cinco y retomó su sistema de cabecera, ese 4-2-3-1 en el que tiene acomodo Fabbrini. El Oviedo aflojó su cinturón de seguridad para dar cabida a los "buenos" en una línea de mediapunta de muchos quilates: Saúl Berjón, Fabbrini y Aarón Ñíguez por primera vez juntos en un dibujo proclive a sus cualidades, los tres por detrás de Toché. Los futbolistas con más fútbol, al campo. Lo que pedía la situación azul.

Más dinamita, pero más riego. Por eso el damnificado fue Mossa, de vuelta al banco, y por eso Cotugno y Christian Fernández, futbolistas ambos con más freno que desenfreno, actuaron en los laterales, para abrigar mejor las bandas y liberar a los extremos. Mariga se pegó a Folch para darle más cuerpo y más presencia al Oviedo en el centro del campo.

Al Oviedo le costó algo hacerse con el nuevo traje, poco acostumbrado a lucirlo más allá de media hora en partidos a remolque, como por ejemplo el último partido en el Tartiere ante el Alcorcón. La primera conclusión de la novedad fue un Oviedo más abierto atrás, más expuesto, pero también con más chicha ofensiva y más opciones arriba. Un Oviedo distinto al de los últimos partidos. Enfrente, además, saludó un Lugo calcado: mismo esquema y mismas urgencias para engancharse al play-off.

Liberado de la banda, el foco se fue directamente a Fabbrini, por fin en su sitio. Era el momento de ver al italiano, de momento más voluntad que colmillo. A los tres minutos, el transalpino provocó una falta al borde del área que Berjón sacó en corto para él, que remató alto con más intención que fe. El Lugo respondió a la jugada siguiente con un remate de Campillo alto.

Con la misma necesidad en la clasificación, los dos equipos trasladaron al césped sus inseguridades. El resultado fue una primera parte competida e igualada, de dominio alterno, algo tosca. Ninguno mandó sobre el otro. El Lugo buscó las cosquillas al Oviedo por las bandas, con la profundidad de Iriome y Campillo, pero apenas asustó. Tampoco se acercó mucho al gol el Oviedo, más allá de un derechazo de Saúl Berjón que se fue desviado y un remate de Christian tras una falta botada por el ovetense.

No había fluidez en la creación, ni en un equipo ni en otro, pero sí tenía el Oviedo empeño y, de vez en cuando, descubría rendijas para descoser al rival, sobre todo por el lado de Berjón. El equipo de Anquela mantenía el tipo sin sufrir en exceso y contenía bien las internadas del Lugo, estupendo al corte Forlín. En la parte de arriba, Toché peleaba por aquí y por allá sin enganchar balones de gol y los tres media puntas lo intentaban sin renta.

El paso por los vestuarios desabrochó definitivamente el partido y acaloró una tarde gris y muy fría. Falta hacía. Lugo y Oviedo empezaron a darse perdigonazos y la batalla ganó mucho picante. Abrió fuego el Lugo. Iriome penetró por el lado de Christian y puso un centro que remató con la derecha Fede Vico. Su disparo, desde dentro del área, lo repelió Alfonso con una parada providencial. Otra intervención clave del joven portero, que evitó un tremendo corte digestión.

De inmediato, Saúl Berjón pidió paso y, como siempre, imantó el peligro carbayón con dos peligrosos centros con la derecha, llenos de intención, que no encontraron rematador. Seoane contestó con un remate que se fue fuera por poco y Fabbrini se la devolvió con un derechazo flojo tras una contra mal resuelta. El intercambio de golpes era precioso para el espectador. El partido serpenteaba por la cornisa, pendiente de cualquier desequilibrio, por ejemplo un gol.

Por ejemplo, una expulsión, que sufrió el Lugo en el minuto 66, cuando Kravets golpeó a Cotugno y lo dejó tendido en el suelo. Segunda amarilla y monumental enfado del Anxo Carro, con los decibelios disparados, desde entonces excesivamente protestón, como el banquillo local.

Con la soga en la tabla y 25 minutos por delante con un jugador más, el Oviedo estaba obligado ir sin ninguna reserva a por la victoria. No había opción con el duelo cuesta abajo. Anquela movió ficha y dio carrete a Diegui en busca de profundidad por la derecha, banda hasta entonces muy poco alegre en ataque. En vez de Cotugno, su recambio natural, el sacrificado fue Fabbrini, que todavía no debe estar para un partido completo. Aunque es un futbolista diferente, el fútbol del italiano aún debe pasar de las buenas maneras para convencer del todo.

La entrada de Diegui en el extremo permitió a Aarón actuar de enganche, más cerca de Saúl Berjón. Como ha ocurrido durante toda la temporada, los dos capitalizan la jerarquía azul en ataque. Y ya se sabe que cuando conectan, el Oviedo se enchufa. Toché remató fuera un centro de Berjón y, a la jugada siguiente, los azules cantaron bingo. Aarón centro desde la izquierda, Toché la bajó con el pecho ante el meta Juan Carlos y la pelota quedó muerta en el área. Por allí pasaba Diegui, que ya se sabe que le gusta más el área rival que la propia. El canterano empujó sin oposición y llevó el delirio a las gradas azules, una en el fondo y otra en un lateral.

El oviedismo estalló de júbilo, una especie de liberación, una bocanada de fe e ilusiones renovadas. Y eso que todavía hubo otro susto en un remate de cabeza de Iriome, sólo, que se fue desviado. Esta vez el botín era azul, una victoria para creer y para seguir enganchado a la zona alta. La final de Lugo salió bien y ahora toca recuperar la fiabilidad en casa, al abrigo del Tartiere, donde los azules disputarán los dos próximos partidos.