Una de las cosas buenas que tiene Anquela es que, en las ruedas de prensa después de los partidos, dice lo que casi todo el mundo ve. Salvo en muy contadas excepciones, el técnico del Oviedo hace siempre una radiografía de los encuentros que suele generar consenso. El análisis que soltó el viernes en el Tartiere se resume en un mensaje de cinco palabras, claro y conciso: "El peor partido del año". En esto, el jienense no se anda con rodeos, como era costumbre no hace mucho en la sala de prensa azul.

El gatillazo ante el Valladolid, por doloroso, fue mayúsculo. Se había proyectado el partido como una oportunidad inmejorable para alimentar el sueño. Ingredientes perfectos: buena dinámica e ilusiones renovadas después de dos victorias, un duelo al abrigo de casa con muy buen ambiente y un puesto amarrado en play-off. La cuenta para regalar un triunfo y enganchar al personal camino de Soria. De todo eso resultó, ¡ay, el fútbol!, el mayor chasco de la temporada. Por el momento y por el lugar. No es lo mismo perder en la jornada 15.ª que en la 35.ª, y menos perder así: sin respuestas ni en defensa ni en ataque. Sin transmitir absolutamente nada. Un día para olvidar con un Oviedo irreconocible y bloqueado.

Porque al equipo de Anquela, otra vez plano y muy previsible, echa en falta las fortalezas que le auparon en la primera vuelta: la seguridad atrás y la fiabilidad en el Tartiere. Desde el derbi, seis partidos en casa: dos victorias, dos empates y dos derrotas. Ocho puntos de 18. Si es verdad que el play-off pasa por el Tartiere, hoy hay un problema.

Cuando la intensidad no basta. Desde la llegada de Anquela, el Oviedo ha basado su éxito en la intensidad. Morder, competir, apretar. El mensaje caló durante muchos partidos al punto de que el mejor Oviedo de esta temporada siempre se explicó antes por su intensidad que por su fútbol. Más importante morder que generar juego. El Oviedo entendido como una roca, todos en guardia. Y lo cierto es que el equipo exhibió algún tiempo una buena coraza, pero fio lo demás -el fútbol ofensivo, el gobierno en el centro del campo, la asociación, las ocasiones- al balón parado y a la improvisación. A la magia de sus mejores futbolistas. A las individualidades. Plan certero para ganar una batalla, arriesgado para ganar una guerra. Ya se verá. Y plan muy exigente en lo físico y en lo mental. El éxito de esta hoja de ruta pide una doble condición: que los buenos estén inspirados, de piernas y de mente, y que el resto dé el cien por cien en cada jugada, complicado en estos tiempos de saturación de minutos, mal gestionados a lo largo de la temporada. En estas circunstancias, pues, cualquier mínimo bloqueo, como sucedió el viernes, echa por tierra el resto.

Carencias ofensivas y excesiva dependencia de Berjón. Como las oportunidades y los goles están supeditados al buen hacer de los buenos, aquí asoma la primera disfunción. Hoy por hoy, el Oviedo tiene una dependencia excesiva de Saúl Berjón, el único capaz de darle chicha ofensiva al equipo. El fútbol del Oviedo es él. Se vio claramente en el partido contra el Nàstic. Sus socios no andan finos y eso lastra mucho las posibilidades ofensivas azules y también el nuevo 4-2-3-1, pensado entre otras cosas para dar cabida a los magos. Ñíguez lleva partidos ofuscado, Fabbrini desconcierta porque no acaba de explotar y Toché, una isla, sigue lejos de su mejor versión, que es la de goleador y no la de asistente. A Linares le va a venir bien su gol, pero sigue bajo de pólvora, como el murciano. Entre los dos, que de momento no forman juntos en el once, han metido menos de la mitad de goles (12) que lleva solo el "Pichichi" de la categoría (Mata, 27). Y menos tantos que los cinco siguientes máximos anotadores (De Tomás, Guardiola, Santos, Borja Iglesias y Melero). Berjón es hoy la única luz azul en el aspecto ofensivo. Como el Barcelona con Messi, todos le buscan para atacar. Tira del carro incluso sin Mossa detrás, su gran socio, víctima inexplicable del cambio de sistema, como si no fuera lateral. Es de suponer que el valenciano vuelva al once en Soria. Su suplencia, con cuatro o con cinco atrás, es un lujo que Anquela no se puede permitir por mucho que le guste la versión más guerrera de Christian.

Bajón de Folch, bajón del equipo. Folch firmó ante el Valladolid el que quizá fue su peor partido en el Oviedo y el equipo lo notó. Y no sólo por su pérdida en el primer gol. El catalán, tantas veces imperial, estuvo impreciso y se vio superado. Llegó tarde casi siempre. No tiene recambio y quizás influya el cansancio: ha jugado completos 34 de los 35 partidos que se llevan disputados. Además, no encuentra un complemento distinto a él.

Rigidez en los cambios. Durante toda la temporada, Anquela se ha caracterizado por ser poco intervencionista durante los partidos. Cambia poco y muchas veces tarde, más allá de la hora de partido. Ante el Valladolid, por ejemplo, al equipo ya se le veía tocado antes de las sustituciones. Con 0-0 tenía pensado meter a Diegui por Ñíguez para ver si, como en Lugo, funcionaba. Entre medias llegó el 0-1 y el técnico siguió con el plan. Con el 0-2 a la siguiente jugada, gastó otro cambio para la derecha: Yeboah por Cotugno. Dos cambios en tres minutos para arreglar una banda cuando el partido pedía a gritos darle más picante en la otra con Mossa. Es verdad que, aquí, los entrenadores están en situación de debilidad: los cambios se interpretan como buenos si el resultado es bueno. Injusto para el preparador. El viernes, sin embargo, el equipo apenas generó ocasiones con las sustituciones.

La plantilla y el mensaje de Anquela. "A lo mejor no tenemos tanta calidad como se piensa". La frase la pronunció Anquela la semana pasada tras el 1-0 al Nàstic. Lo dijo públicamente convencido y sin titubear. Para comprobar que el andaluz está a disgusto sólo hay que echar un vistazo al protagonismo de los fichajes. De las catorce incorporaciones que hizo el Oviedo esta temporada, el técnico sólo ha dado continuidad con más o menos regularidad a seis: Carlos, Forlín, Aarón, Folch, Mossa y Cotugno. Y ahora un séptimo: Fabbrini, recuperado tras su lesión. El resto (Valentini, Hidi, Mariga, Pucko, Yeboah, Owusu y Olmes) o no cuentan, o han contado con demasiada intermitencia. Pucko, a quien se le abrió la puerta en invierno, cumplió el viernes una vuelta completa sin jugar. Valentini ha intervenido en dos de los últimos 23 partidos. Hidi aterrizó directamente en la titularidad contra el Albacete después de cinco partidos sin un solo minuto y regresó al once frente al Alcorcón después de estar casi inactivo cinco partidos. Además en Tenerife, la única vez que faltó Folch, el húngaro quedó fuera de la lista. Cuando después de mucho tiempo Mariga reapareció por el once inicial -hace semanas contra el Granada- llevaba 12 minutos repartidos en 15 partidos, y con Yeboah se dejó prácticamente de contar tras su polémica y tardía vuelta de Navidad. Owusu, el delantero del verano, se fue a los seis meses a un equipo de Segunda B y Olmes, el delantero del invierno, sigue sin debutar al estar fuera de combate por un esguince de tobillo -según el parte médico del club- que dura ya más de dos meses. Los chavales del filial cuentan también lo justo más allá de las necesidades de la convocatoria. Anquela, pues, ha limitado el uso de la plantilla a un grupo determinado de jugadores.

La fe como argumento hasta el final: a una zancada del play-off. Como el Oviedo no es el único que da tumbos en Segunda, las posibilidades siguen intactas. Después de todo, el Oviedo de la primera vuelta y el de la segunda presentan los mismos registros: 20 puntos en 15 partidos. Y menos goles encajados. Más allá de las sensaciones, que cambian con un buen resultado, las opciones siguen abiertas. El ejemplo está en la primera vuelta: en los últimos seis partidos de entonces, los que quedan ahora, se hicieron 16 de 18 puntos. El equipo ha demostrado su capacidad para levantarse. El próximo partido en Soria será a vida o muerte, como lo fue en Lugo. El play-off sigue a tiro y el Oviedo debe levantarse. Ya se sabe que esto cambia de un día a otro.