Hubo que apurar demasiado rápido el postre y darle a toda velocidad un beso a mamá para plantarse en el estadio azul, preocupantemente desangelado en las gradas, sin el colorido habitual en el Fondo Norte. Independientemente de los atenuantes evidentes, aquí el horario, aquí el día soleado, aquí la decepción de las últimas jornadas, el Oviedo está a una zancada del objetivo y necesita más que nunca de su gente. Los 11.000 de ayer es mala cifra, la segunda peor de la temporada. Las opciones son reales y están intactas. Y todos, en la tribuna y en el césped, deben batallar juntos hasta el final. No queda otra.

Anquela sirvió el menú que más le ha gustado esta temporada. Recuperó el dibujo con tres centrales y dio carrete a los hombres que más le han rendido. En lo que más ha confiado. Diegui y Mossa volvieron a los carriles para ganar profundidad y Rocha, buena su vuelta, secundó a Folch. Forlín regresó de líbero y Linares sustituyó a Toché. La gran novedad fue la apuesta de Fabbrini por Ñíguez. El italiano, ahora media punta, ahora en la derecha, no acaba de ser consistente.

Lejos de lo previsto, los azules firmaron un inicio bajo de revoluciones, poco convincente, ritmo bajo, sin la rabia esperada. No hubo nada de adrenalina ante un Lorca flojo que asomó por el Tartiere con la misma estructura. Un aspirante al play-off y un recién descendido cara a cara con el mismo esquema.

Como siempre, el plan ofensivo azul se acostó en la izquierda, por donde pinchó una y otra vez Berjón. Su conexión con Mossa es lo mejor que tiene el equipo azul. Nada nuevo. Poco constante Fabbrini, el canterano sigue siendo el único punto de luz a la hora de atacar. Ayer encontró chicha en Linares. Con el maño, el ataque azul tiene más movilidad. Al primer minuto, de hecho, el aragonés ya se plantó delante de Torgnascioli. Berjón tuvo un mano a mano que no supo definir después de un buen pase de Rocha. Para entonces, minuto 17, el Oviedo estaba más pendiente del árbitro que del fútbol. Una caída de Linares en el área y decisiones menores, como un córner o un fuera de juego, calentaron el Tartiere. Lo que quería el Lorca. El Oviedo había picado el anzuelo.

El partido era raro, pero a la media hora todo cambió. Pina cazó a Diegui en una contra y el árbitro no titubeó: a la calle. El duelo se puso cuesta abajo, porque a la jugada siguiente Linares, a la media vuelta, hizo el 1-0. En un minuto, la alfombra quedó definitivamente desplegada para los azules. Una invitación para golear y, de paso, recortar gol-average general al Cádiz (el particular está igualado). Pero no. Lejos de avasallar, el Oviedo se hizo largo y siguió atascado.Atascado de cara a gol, porque tener las tuvo. Un golpeo de Fabbrini, otro a la media vuelta de Linares, dos de Berjón y uno de Rocha se quedaron en nada. El Oviedo llegaba muy fácil, casi siempre por la izquierda, territorio de Berjón y Mossa. Pero no mordía. Y como no mordía, el partido hacía equilibrios en el alambre. El Lorca no intimidaba, pero fue dar un paso al frente y llevar el escalofrío a las gradas. Brown se la encontró botando en el área, pero disparó alto. Anquela envidó con Ñíguez.

El susto lo cortó de un plumazo Mossa con una jugada extraordinaria. El valenciano quebró a su par y puso un centro templado que Linares remató a placer. El aragonés, ocho goles, ya es el máximo anotador del equipo. Ahí se acabaron los nervios y el partido se dejó ir hasta el final. Los tres puntos dan vida al Oviedo, que está a uno del play-off. Pamplona ofrece otra oportunidad en una jornada en la que se enfrentarán Cádiz y Zaragoza. Y ya se sabe que la fe derriba montañas.

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