Anquela revistió de coraza su propuesta, un retoque para lucir más músculo, tres pivotes a cambio de perder un extremo, y el mensaje parecía claro: tocaría sufrir. Reforzar el esqueleto por el centro pretendía sumar seguridad ante el mayor peligro de Osasuna, el juego directo. Destino cruel: el 2-1, el gol que chafó los planes azules, fue de un delantero solo en el área carbayona. Ante tres centrales. Un golpe en el sistema central; las cosas del fútbol. La estocada hiere las opciones azules al play-off, ahora en la recta final en la que cada fallo pesa una tonelada más.

Las virtudes del Oviedo en el partido se limitaron a aprovechar su opción, concesión local, y a defender con relativo orden las oleadas de los rojillos. Pero faltó algo más. Faltó la pelota, elemento esencial en este (y cualquier) deporte. Hay veces que quien mima el balón tiene una vida extra. Es lo pareció en El Sadar, donde la pelota, caprichosa por naturaleza, sí cayó en el lugar adecuado para la delantera local. Esa fue la principal diferencia, el trato del balón, entre dos conjuntos que expusieron a cara descubierta sus virtudes, la mayoría tenían que ver con el esfuerzo.

El Oviedo dibujó de inicio sobre el césped un 5-3-2 en el que apostaba por plantar un campo de minas en el centro y tratar de dañar con la incorporación de los carrileros o un ataque de inspiración de Berjón. O, por qué no, con el renovado olfato goleador de Linares. A los 15 minutos, el Oviedo rompió el partido. Asegurado el foco central con acumulación de futbolistas, el daño solo podría venir con un robo y cogiendo a contrapié a Osasuna. La primera parte del guion la cumplió Berjón. Robó en la salida local, ahí donde el factor sorpresa suele triunfar. Cedió el extremo a Johannesson, especialista en lo imprevisible. Da la impresión de que Diegui espera que, de alguna manera, las soluciones aparezcan sobre la marcha. Algo así sucedió. El carrilero enfiló el área rival en vuelo directo y, cuando divisaba el área, observó a Linares, solo, en la frontal, brazos en alto. Cedió al delantero aragonés, que compensó un control algo largo con la posición del cuerpo (entre defensa y pelota) y batió a Herrera pegado al palo.

El gol daba sentido a lo diseñado por Anquela. pero había pasado sólo un cuarto de hora y quedaba mucha historia por ver. Demasiada.

Ese 0-1 puso el partido donde quería el Oviedo. Un choque diseñado para jugar con la angustia local. Porque, por una vez, la presión recaía en el enemigo. Se ha acostumbrado en los últimos tiempos el Oviedo a jugar con una presión extra sobre los hombros, la que impone el ambicioso proyecto lanzado desde México. Da igual que el equipo tenga un tope salarial de una zona media-alta. La exigencia siempre es la de los seis primeros. Síntoma de bonanza del proyecto y, también, una presión extra. Pero esta vez la patata caliente estaba en manos de Osasuna: uno de los tres equipos más caros, tras una inversión de más de 3,5 millones de euros, y pasado reciente (el anterior curso) en la pasarela de la Primera División. Se trataba de jugar con la ansiedad de El Sadar. De invertir los papeles por una vez.

Osasuna pareció tocado por el golpe propinado por los azules. Sin mucha capacidad para la reacción. Quique lo intentó en un arranque individual, pero su zurdazo se marchó desviado.

Con Aridane como destino de los balones centrados desde la esquina, la propuesta de Osasuna pareció bastante pobre. O bien contestada por la reforzada zona central azul. Solo Rober Ibáñez trató de responder, pero su derechazo justo antes del descanso se fue a córner tras rozar en un zaguero carbayón.

Parecieron renovados los ánimos osasunistas tras el descanso. Como si los locales hubieran entendido al fin que esa era la última bala. Mordió desde el pitido Osasuna. Quique, que parecía encajonado en la banda izquierda, presentó la nueva versión con un zurdazo con escaso ángulo que Alfonso respondió con seguridad. Solo se llevaba un minuto desde la reanudación. No es que los locales sometieran al Oviedo a un bombardeo de balones colgados, ocasiones y presión asfixiante (características que uno siempre asocia a El Sadar), pero el problema radicaba en que el Oviedo no lograba tranquilizarse con el balón. La posesión era osasunista y los de Anquela no se reservaban ni el derecho a una contra peligrosa. La acumulación de pases en el campo azul acabó con un servicio a la espalda de la zaga hacia el que corrió Rober Ibáñez. Alfonso salió a sus pies para tapar el chut pero arrolló al rojillo. Penalti. Fran Mérida, que acababa de entrar, chutó de una forma tibia, como la propuesta de su equipo, pero Alfonso solo pudo acercarse a centímetros del balón. El empate hacía que el partido volviera a nacer.

Y ese nuevo choque se caracterizó por dos roles muy marcados entre los contendientes. Osasuna, con el juego directo. El Oviedo, repeliendo los ataques y buscando las vías al galope. Diego Martínez intuyó que necesitaba más dinamita y metió en escena a David Rodríguez. Su primera intervención fue un cabezazo que se fue rozando el poste. Era un spoiler de lo que sucedería un cuarto de hora después.

La estocada, uno de esos momentos que pueden marcar un campeonato, llegó a los 84 minutos. Lillo centró al área y David emergió entre la acumulación de zagueros azules para rematar plácido a la red. Como si fuera invisible, o indetectable para los radares de los de Anquela.

El golpe mandó al Oviedo a la lona, incapaz de tener la pelota durante todo el partido. Ni los cambios en la recta final alteraron las cosas. Murió el Oviedo en el área de Osasuna en una demostración de que no había sido por actitud. Esta vez había faltado fútbol. El panorama se complica sobremanera, pero al menos al Oviedo se le simplifica el cálculo. Se trata de ganar, ganar y volver a ganar. Quedan tres partidos para el final y parece que solo los 9 puntos en juego ofrecen otra opción al éxito.