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La batalla del oviedismo

La batalla del oviedismo

El corazón dice que se puede, pero la cabeza que está difícil. El ánimo dice que el play-off está al alcance de la mano, sin embargo las sensaciones son de que la promoción está a años luz del nivel del equipo. Afortunadamente, el fútbol no es una ciencia exacta, tan aburridamente previsibles, y hay ocasiones en las que el empuje gana a la razón. Y no me digan que esos momentos no son maravillosos.

Al Oviedo le ha venido el viento a favor en este último tercio de Liga. Dos equipos descendidos en casa parecen pan comido y un soplo de aire fresco para un equipo que estaba atenazado por las dudas y los malos resultados. Eso sí, así de primeras parece injustificable haber acabado el partido de ayer dando patadones al cielo del despejado Tartiere mientras que el medio campo de los juveniles del Sevilla se hacían con el control del encuentro. Porque no hay concierto sin batuta. Ni música sin nadie que la componga. Ay, si tuviéramos a ese mediocentro creativo. Otro gallo nos cantaría.

El equipo se dedicó a fallar lo infallable durante toda la primera parte y, claro, al final acabó sufriendo. Nunca es un buen día, además, para que a tu portero se le olvide atajar los balones que sin peligro rondaban el área. Ni para que la defensa (formada por nada más y nada menos que cinco hombres) despejara con tan poco atino.

Al final, como al Oviedo le gusta complicarse acabó haciéndolo él mismo ante la incapacidad de los sevillistas. Aquí las cosas nunca son sencillas, por eso somos del Oviedo, que parece que a más de uno se le ha olvidado.

Una vez más el equipo volvió a mostrar una excesiva dependencia de Saúl Berjón y de su mejor compañero de viaje, Mossa. A la otra banda, Diegui acabó desesperado y desfondado. Y al que tiene delante no sabemos si ya se lo habrán fumao o limpiao. Ya saben. Cosas de chinos.

Ahora todo es posible. Pero la situación está mucho más sencilla que otros años para entrar en play-off. Casi tanto que ya sería un fracaso no conseguirlo. Pero hasta León, la cabeza seguirá diciendo que no se puede y el corazón que sí. Ustedes, ya saben, confíen si quieren en los de Anquela, depende de quien gane su particular batalla. La cabeza o el corazón.

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