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Confidencias de una paciente de cáncer de 49 años que pasó de la quimio a la pasarela en unas horas: "Tengo miedo a no tener futuro"

La peluquera ovetense Susana Gutiérrez, de 49 años, cuenta cómo es su día a día con la quimioterapia y por qué decidió dar el salto a la pasarela: “Decidí desfilar en bikini porque me cuesta mucho verme sin pelo y sin pecho; tengo que afrontarlo”

Susana Gutiérrez, paciente de cáncer: "Cuando decidí salir sin peluca noté que la gente se giraba para mirarme"

Susana Gutiérrez, paciente de cáncer: "Cuando decidí salir sin peluca noté que la gente se giraba para mirarme" VÍDEO: Amor Domínguez/ FOTO: Aida Piniella

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Susana Gutiérrez, paciente de cáncer: "Cuando decidí salir sin peluca noté que la gente se giraba para mirarme" Susana Gutiérrez Miranda | Paciente de cáncer

Susana Gutiérrez Miranda, peluquera, 49 años, pasó en solo unas horas del sillón de quimioterapia a la pasarela de modelos, para después emprender el viaje de vuelta. Fue una de las participantes en el desfile de mujeres con cáncer de mama celebrado en Oviedo el pasado día 5. Ha decidido plantar cara a la enfermedad desafiando incluso una de sus vertientes más difíciles de asumir, máxime para una profesional de la belleza: la pérdida del cabello. «Me cuesta mucho verme sin pelo y sin pecho. Sinceramente, no me reconozco», confiesa. Casada y madre de una hija, tiene el hábito de plasmar por escrito sus vivencias ante una enfermedad que ha dado un vuelco a su vida. En estas líneas quedan reflejados algunos de los miedos, alegrías y esperanzas de una mujer empeñada en derrotar al cáncer para poder conocer a sus futuros nietos.  

Me acerco al expendedor y saco el ticket. Mi cita es a las 11.45 horas; aún me queda más de media hora para entrar. Estoy en una sala de espera del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA)

Tengo 49 años, estoy casada y tengo una hija. Mi diagnóstico inicial era un carcinoma de mama ductal infiltrante. Decidieron operarme y me hicieron una cirugía conservadora de mama. En esa misma operación me vaciaron los ganglios del brazo porque habían visto que uno estaba afectado. Cuando me dieron el resultado, vieron que ese carcinoma se había salido de la cápsula y estaba afectando a la mama, por lo que decidieron quitar la mama entera, y también 21 ganglios, de los que cinco estaban afectados. Me dijeron que estaba en un grado 2.

Varias de las mujeres con cáncer de mama que participaron en el reciente desfile de moda de baño, en el Auditorio Príncipe Felipe (Oviedo). Fernando Rodríguez

Hoy me tomo un poco de tiempo para mirar a mi alrededor. La sala está llena de gente: personas que vienen como yo a ponerse el tratamiento y familiares que esperan cansados las largas horas que dura la quimio que les ponen a sus seres queridos.

Las butacas son cómodas, mullidas y curiosamente de colores. Supongo que será para animarnos, aunque las caras de los aquí presentes no demuestran precisamente alegría. Al contrario, el silencio es profundo, espeso. Solo se rompe gracias al sonido de un móvil o de un vídeo que suena en alguna red social.

Ahora estoy con la quimio. ¿Lo más duro de esta enfermedad? Creo que no poder seguir el ritmo que te marcan la vida y tu gente. Literalmente no puedes, porque estás muy cansada. Luego, los vómitos, que son diarios; tienes infecciones de garganta, de oído, te salen aftas en la boca... Te encuentras muy cansada. Lo más duro es que, además de lo mal que te encuentras tú, arrastrar a los demás. Sobre todo a mi marido, que es el sufridor número uno, que tiene que quedarse en casa cuidándome...

El pañuelo es un estigma. Ves a un hombre que está calvo y nadie se pregunta si está enfermo

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Soy peluquera. Con el tratamiento se me ha caído el pelo. Yo pensaba que, por ser peluquera, no había secretos para mí. Había visto muchas clientas malinas de cáncer. Es verdad que no las había visto sin pelo, totalmente calvas, porque cuando venían a la peluquería ya venían con algo de pelo. Es verdad que, en cuanto vuelva a crecerme, no va a haber ningún secreto, pero ahora mismo enfrentarme al espejo me cuesta mucho. Por eso decidí participar en el desfile de moda de baño, porque es lo que tengo que hacer: afrontarlo, porque me cuesta mucho verme sin pelo y sin pecho, no voy a decir lo contrario. Sinceramente, no me reconozco. ¿Por qué no usé peluca? Porque no quise esconder la enfermedad. Si estoy mala, estoy mala... Aparte de eso, las pelucas dan mucho calor. Las que son buenas, son carísimas, de 600 o 700 euros. Además, aunque vayas de peluca por la calle, al llegar a casa tienes que quitártela y enfrentarte al espejo, sí o sí. El pañuelo sigue siendo un estigma. Tengo vecinos que al verme con pañuelo les daba vergüenza enfrentarse a mí o preguntarme, y miraban para otro lado. Sobre todo, las señoras más mayores decían por lo bajo: “Mira, mira, una chica mala...”. El pañuelo es un estigma y seguirá siéndolo. Y, luego, si vas sin nada es peor. Tú ves a un hombre que está calvo, y nadie se pregunta si está enfermo. Ves a una mujer que está calva y lo primero que piensas es que está enferma.

La pantalla que refleja las citas va lenta, pero es incansable, como el tiempo, y poco a poco van entrando pacientes resignados hasta que al fin me toca el turno. Al fin... Enfoco el largo pasillo y me dirijo al box 3, pasando primero por la nevera para coger agua, cortesía de la casa. Al entrar en el box, cuatro pares de ojos se posan en mí. En realidad, hay seis butacas, una está vacía y la otra es la que está reservada para mí.

Estoy de pie en medio de esa sala y una enfermera me pregunta mi nombre. Se lo digo y me acomoda en una de las butacas. Frente a mí hay un hombre que me mira con cara de pena. Él tiene un montón de goteros y deduzco que lleva ahí unas cuántas horas. Me mira a los ojos y me sonríe tímidamente. Yo hago lo propio, sonrío un poco también y me dispongo a recibir mi dosis de quimio.

Acabo de iniciar un tratamiento. Me da miedo. No sé cómo va a reaccionar mi cuerpo. No sé qué efectos va a tener. Es nuevo y completamente diferente a lo que he recibido hasta ahora. Espero aguantarlo bien y superar las doce dosis sin problemas. Sé que tiene efectos secundarios: van a acabar de caerme las cejas, las pestañas... Parecer ser que se te hormiguean los brazos y las piernas... Cuando termine la quimio, me tocará poner radioterapia. Todavía no sé el número de sesiones. Y después de eso tendré que tomar durante cinco años un tratamiento hormonal, que se llama tamoxifeno.

Las seis butacas están ocupadas y en cada una de ellas se libra una batalla

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Nadie habla. Los que estamos aquí pasamos el tiempo ojeando el móvil, leyendo un libro o mirando a una tele que, cómo no, tampoco tiene volumen. Aquí estamos solos, es un momento en el que siento que cada uno de nosotros está inmerso en su propia lucha por vivir. Estamos mirando cara a cara a la enfermedad, confiando en que cada gota que cae es un paso adelante para poder seguir viviendo.

Son momentos duros, en los que cada persona se enfrenta a sus miedos, a sus angustias. Somos conscientes de que alguno de los allí presentes no va a superar la enfermedad. Pero hay motivos para la esperanza, pues la medicina ha avanzado mucho. Mientras tanto y no, ahí estamos nosotros, los pacientes, almas solitarias y luchadoras, que con solo cruzarnos la mirada sabemos lo que sentimos, y una tímida sonrisa nos reconforta.

¿A qué tengo miedo? Tengo miedo a no tener futuro. Ahora mismo vivo en un paréntesis. Estoy arropada, sobre todo por mi marido, que es el que más me apoya. Ha estado siempre conmigo, desde el momento en el que le dije: “Rafa, creo que estoy malina”. Ha venido conmigo a todos los médicos, excepto un día que fui a por un resultado pensando que no era nada. Estoy arropada por él y por mi hija. ¿Lo que más me entristece? No poder envejecer al lado de Rafa, sobre todo. Ver su día a día. Me da mucha pena pensar que se quede solo algún día, aunque después pudiese rehacer su vida. No ver graduarse a mi hija. No conocer a mis nietos, que mira que les tengo un legado de cosas escritas por mí; no poder ver amanecer o no ver el sol; no poder reírme de todo, porque yo me río mucho; un simple abrazo... En definitiva, me da miedo morirme, que ya no me quede nada más que hacer en este mundo...

Se oyen pasos por el pasillo. Una nueva compañera de fatigas acaba de entrar. La enferma le pregunta su nombre y la acomoda en la butaca que hay a mi derecha. Ya estamos todos. Las seis butacas están ocupadas y en cada una de ellas se libra una batalla.

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