Fue uno de los grandes concursos internacionales de Arquitectura del siglo XX, y probablemente el más importante de su primera mitad. La convocatoria, desarrollada entre 1929 y 1931, para construir el Faro en honor a Cristóbal Colón, en Santo Domingo, República Dominicana, congregó a casi 2.000 arquitectos que procedían de 48 países y que presentaron 456 anteproyectos a la primera fase del concurso. Y dos arquitectos españoles, el asturiano Joaquín Vaquero Palacios y el madrileño Luis Moya Blanco -con un colosal vínculo asturiano posterior: la Universidad Laboral de Gijón-, superaron esa primera fase y obtuvieron el tercer puesto en el palmarés definitivo.

La crisis derivada del «crack» económico de 1929, o la Segunda Guerra Mundial, u otras vicisitudes dejaron aquel concurso en el vacío hasta que la idea fue recuperada en los años ochenta del pasado siglo.

Pese a su tercer puesto, Vaquero y Moya se consideraron los vencedores morales de aquel concurso, pues algunos movimientos anglosajones y la imponente presencia del presidente del jurado, el prestigioso arquitecto Frank Lloyd Wright, inclinaron la decisión final hacia la victoria del británico Joseph Lea Gleave, aun a costa de vulnerar las bases.

Pero, además de un puesto tan relevante en un concurso de esas características, el episodio del Faro de Colón supuso para Moya y Vaquero un conjunto de experiencias y de intenso conocimiento directo de las ruinas Maya o de los rascacielos de Nueva York, cuyo estilo y conceptos incorporaron a su proyecto.

Precisamente tres obras de estos momentos recogen aquella experiencia de los dos jóvenes arquitectos: una monografía sobre Moya editada por la Universidad de Navarra, y sendos artículos de próxima publicación de Carlos Montes Serrano y de Francisco Egaña Casariego.

Luis Moya (1904-1990) y Joaquín Vaquero (1900-1998) «fueron compañeros de estudios en la Escuela de Arquitectura de Madrid, en la que llegarían a entablar una profunda amistad que perduraría durante toda su vida», explica Montes Serrano, ovetense, titulado en Arquitectura y director de la sección departamental de Expresión Gráfica Arquitectónica de la Universidad de Valladolid. Vaquero y Moya ingresaron en la Escuela en 1921 y se licenciaron en 1927. En este último año, Vaquero obtiene una beca de la Junta de Ampliación de Estudios y viaja a Nueva York. «Hizo de todo, con una vida aventurera propia de los famosos años veinte, en una ciudad muy divertida. Hizo decorados de cine, o ilustraciones como las del libro del poeta Paul Morand», rememora Joaquín Vaquero Turcios, hijo de Vaquero Palacios y también artista plástico.

«Estando él en Nueva York, se convocó el concurso del Faro de Colón y telegrafió a Moya, para ver si quería colaborar con él, y contestó que sí», agrega Vaquero Turcios. En efecto, en 1928, la Unión Panamericana -hoy Organización de Estados Americanos (OEA)- convocó el concurso «Columbus Memorial Ligthhouse» y los 456 proyectos fueron remitidos a Madrid en abril de 1929. Se expusieron en el Palacio de Cristal del Retiro y después en Roma, en el mes agosto. Entre los concursantes figuraban los grandes del momento: Toni Garnier, de París, o Melnikov y otros 21 arquitectos de vanguardia rusa, o un joven Alvar Aalto, de Finlandia.

Francisco Egaña, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid y conservador de la Casa-Museo en Segovia de Vaquero Palacios, además de sobrino-nieto de éste, en Segovia, considera que «es unos de los grandes concursos internacionales, aunque ha sido relegado por la crítica especializada y existe poca bibliografía». No obstante, en su día «superó en número de participantes al concurso para el edificio del "Chicago Tribune", en Nueva York, a la convocatoria para edificar del nuevo Palacio de los Soviets de Moscú». La primera fase del concurso del Faro de Colón fue eliminatoria y en ella se seleccionaron 10 proyectos que pasaban a un segundo período. El fallo del jurado -formado por Raymond Hood (EE UU), Eliel Saarinen (Finlandia) y Horacio Acosta y Lara (Uruguay)- fue emitido el día 20 de abril de 1929. Pasaban la criba tres equipos estadounidenses, uno alemán, otro italiano, dos franceses, uno francoestadounidense, un inglés y los españoles Vaquero y Moya. «El entusiasmo de ambos debió ser indescriptible, teniendo en cuenta el número de inscritos y su juventud. Debieron pensar que podían ser los ganadores en la segunda fase», señala Montes Serrano. Comienza entonces para los dos jóvenes arquitectos un período de intenso aprendizaje cuando deciden «visitar en 1930 México -Teotihuacan, Uxmal Chichén Itzá-, y las ruinas mayas de Guatemala, Honduras y San Salvador, con el fin de conocer a fondo la arquitectura precolombina en la que se inspiraba su proyecto», añade el profesor de expresión Gráfica Arquitectónica.

El viaje se inicia en Nueva York para conocer los rascacielos, ya que «su proyecto de Faro Monumental se inspiraba tanto en la arquitectura de los Mayas como en la de los modernos edificios escalonados en altura», explica Montes, quien agrega que «conviene recordar que en Madrid no había por entonces ningún edificio de gran altura ni de tanta modernidad, salvo el de la Telefónica (1925-29), en la Gran Vía, con sus 81 metros de altura, pero no tenía ni punto de comparación con aquellos rascacielos».

Según Vaquero Turcios, «siguieron una aventura común, de conocimiento de más ruinas y también de estudio de la parte iconográfica, estilística y técnica de la arquitectura moderna en Nueva York».

Con el proyecto definitivo ya redactado, Moya y vaquero viajan a Río de Janeiro, sede de la segunda fase del concurso. «Llegaron el mes de septiembre de 1931 y con ellos llevaban seis grandes láminas con su proyecto y varias maquetas», expone Montes Serrano.

El que había sido miembro del jurado, Raymond Hood, enfermo, fue «sustituido de forma irregular por Frank Lloyd Wright. Al gran arquitecto americano no le convenció el proyecto de los españoles e interpretó las bases del concurso como quiso, ya que estaba empeñado en que ganase un americano o un inglés. Efectivamente, el primer premio se lo llevó el joven arquitecto inglés Joseph Lea Gleave, y el segundo el equipo formado por Donald Nelson y Edgar Lynch. Moya y Vaquero sufrieron una gran decepción y se tuvieron que conformar con el tercer premio», relata Montes Serrano.

Y apostilla Joaquín Vaquero Turcios: «El concurso acabó con unas trampas evidentes de los angloparlantes; hubo chanchullos y acabó ganándolo un inglés con un proyecto bastante disparatado, que iba contra las bases del concurso. Pero fue un capítulo de la vida de mi padre muy activo y muy lleno de experiencias variadas».

Por su parte, Francisco Egaña describe la «frustración de Vaquero y Moya. «Hay que darse cuenta de que haber sido seleccionados para la fase final implicó un trabajo arduo de meses, de viajes, albergando una ilusión que luego se vio truncada realmente por un fallo al margen de las bases y del programa del concurso». Otro factor que operó contra los dos españoles fue que «pesó en el resultado final el hecho de que el proyecto vencedor fuera el de menos coste y el de más fácil ejecución», ya que «el "crack del 29" y la crisis mundial caen de lleno sobre el concurso en un momento en el que los diferentes gobiernos se iban retrayendo de las cantidades que habían prometido para al ejecución material del faro».

El proyecto de Vaquero y Moya era de «un edificio complejo que consta de un basamento similar a un templo maya, y luego una gigantesca pirámide escalonada a la que va adherida la figura colosal de Cristóbal Colón», agrega Egaña. Para ellos, esa escultura monumental «era como un Coloso de Rodas». El estilo del edificio de los españoles «entronca con el Art-Decó, y con los rascacielos neoyorkinos que ellos contemplaron en su viaje y que tanto habían revalorizado el arte maya», explica el profesor de Historia del Arte. Pero hay otra «múltiples influencias, como los rasgos expresionista y cierto clasicismo propio del ambiente de la Escuela de Arquitectura de Madrid». La altura del faro de Moya y Vaquero era de 400 pies, 122 metros.

Pese a no obtener el primer premio, «habían realizado un proyecto majestuoso que hoy día, aunque no se construyó, sus impresionantes dibujos siguen siendo objeto de estudio entre los especialistas de la arquitectura española del siglo XX», estima el profesor Montes Serrano.

No obstante, prosigue Francisco Egaña, «la mayor parte de los historiadores del Arte y arquitectos han analizado el anteproyecto, las ideas o croquis que se presentaron para la primera etapa del concurso». Sin embargo, «se ha olvidado que el proyecto era algo bastante más ambicioso: el faro era la unidad principal de las varias que contemplaba el desarrollo de lo que se denominó el Parque Panamericano, una extensión de alrededor de 1.000 hectáreas frente a la ciudad de Santo Domingo, al otro lado del río». Ese parque habría incluido «un aeropuerto de enormes proporciones, un puerto, un amarre para dirigibles, una escalinata monumental, campos del golf u hoteles. Era un proyecto faraónico».

Tras décadas de olvido del concurso, el presidente dominicano Joaquín Balaguer recuperó en 1986 el proyecto ganador, el de Gleave, como parte de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. El faro, que como preveía la idea original lanza hacia el cielo nocturno unos haces de luz en forma de cruz, fue inaugurado por el Papa Juan Pablo II en su visita a Santo Domingo en 1992.

La coincidencia de tres publicaciones dedicadas -o con amplias referencias- al concurso del Faro de Colón pone de relieve la vigencia de dos arquitectos españoles que sólo compartieron aquella primera experiencia de juventud, y que se condujeron por caminos estilísticos diversos, y aun en géneros distintos. El ovetense Joaquín Vaquero Palacios predominó la actividad pictórica durante su vida, aunque dejó relevantes muestras de genio arquitectónico, como la Central de Grandas de Salime. Por su lado, Luis Moya Blanca modeló su estilo arquitectónico según las pautas, principalmente, del tardoclasicismo europeo y americano.

A Moya le ha dedicado la Universidad de Navarra -donde fue catedrático después de serlo en la Escuela de Arquitectura de Madrid- un volumen que recoge los trabajos presentados a los actos del centenario de su nacimiento, celebrados en 2004.

El capítulo dedicado a «El concurso internacional del faro de Colón» corresponde al profesor Mariano González Presencio.

Y Francisco Egaña Casariego publicará próximamente el amplio artículo «El concurso internacional para el Faro de Colon. El proyecto español premiado». En él trata de recuperar la integridad del proyecto de Vaquero y Moya, de la cual el edificio del faro era el elemento central y dominante, pero no el único.

También Carlos Montes Serrano publicará en breve su conferencia «Nosotros somos latinos. Españoles dibujando en Nueva York, 1930», que describe la actividad de tres artistas: Vaquero Palacios Moya Blanco o Federico García Lorca, que coincidieron en la ciudad americana en el citado año. En el caso de los dos arquitectos, su intención era tomar ideas para su faro de Colón.