Antonio Fernández-Rañada Menéndez de Luarca se licenció en Física en la Universidad Complutense, y se doctoró en la Universidad de París, en 1965, con una tesis sobre partículas elementales titulada «Causalidad y Matriz S». Con una segunda tesis obtuvo también el doctorado en la Complutense, en 1967, esta vez sobre «Propiedades analíticas en la difusión pión-nucleón».Trabajó también a la antigua Junta de Energía Nuclear, actualmente Centro de Investigaciones Energéticas y Medioambientales, CIEMAT. Fue profesor agregado de Mecánica Cuántica en la Universidad de Barcelona, y de Física Teórica de la Complutense; después, catedrático de Física Matemática en la de Zaragoza y catedrático de Mecánica Teórica y de Física Teórica de la Complutense, donde ocupa actualmente la cátedra de Electromagnetismo.Su investigación se ha centrado en la física de partículas elementales, dinámica no lineal y varios temas de física matemática. Actualmente se dedica a la relación entre topología y cuantización en Electromagnetismo y algunas cuestiones de cosmología. También ha dedicado atención a la relación de la ciencia con los otros sistemas sociales. Fue director del Grupo Interuniversitario de Física Teórica (GIFT) y fundador y director durante diez años de «Revista Española de Física».Es premio de Investigación en Física de la Real Academia de Ciencias (1997), así como Medalla de la Real Sociedad Española de Física (1985). Ha recibido el premio internacional de ensayo «Jovellanos» (1995) y la Medalla de Plata del Principado de Asturias (1999). Fue presidente del Consejo de las Artes y las Ciencias del Principado de Asturias. En la actualidad, preside la Real Sociedad Española de Física y es miembro del Consejo de la European Physical Society. También forma parte del jurado del premio «Príncipe de Asturias» de Investigación Científica y Técnica.


El físico Antonio Fernández-Rañada Menéndez de Luarca (Oviedo, 1939) descubrió su vocación científica cuando, hacia 1956, el ahora conocido filósofo y escritor José Antonio Marina le pasó un libro sobre Física Cuántica y le persuadió de que la probabilidad, y no el determinismo, era más propia de las leyes de la naturaleza. Fernández-Rañada descubrió entonces que aquello era lo suyo y dejó la carrera de Ingeniería para pasar a la de Ciencias Físicas. Hoy es catedrático de Electromagnetismo en la Facultad de Física de la Universidad Complutense -de la que fue decano entre 1978 y 1986-, después de haber sido titular de las cátedras de Mecánica Teórica y Física Teórica. De joven se formó en Francia, en el Laboratorio de Física Teórica de Partículas Elementales de la Sorbona, y en la Junta de Energía Nuclear (actual CIEMAT) de Madrid. Un centenar de trabajos especializados de difusión internacional jalonan la vida de este científico, cuyas «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA se inician en esta primera entrega, que continuará mañana, lunes, y el martes.

l Un padre enamorado del Derecho.

«Mi padre, Antonio, provenía de Cantabria, de Liérganes, donde hay varios caseríos y uno de ellos se llama la Rañada. El abuelo de mi padre se había establecido en Entrambasaguas, donde fue médico rural. Por parte de mi madre, María Josefa, la familia proviene de Luarca, y antes de Tineo. Mi abuelo materno era abogado del Estado en Oviedo y la familia vivía entre Luarca y la capital. Mi padre vino a estudiar a Oviedo la carrera de Derecho. Se hizo abogado y después juez. Tuvo varios destinos por España, en Tarragona, en Guadix y en la misma Cantabria. Y volvió de nuevo a Oviedo, a una plaza en la Audiencia Territorial. Conoció a mi madre, María Josefa, y se casaron. Después de la guerra, cuando el ambiente en la magistratura era difícil, con la represión y muchos encarcelados, él, que era un hombre enamorado del Derecho y más bien intelectual, decidió pedir la excedencia y continuó trabajando en su bufete».

l Conocimiento de los derechos humanos.

«Ya cuando yo era pequeño mi padre me hablaba del Derecho, y me explicaba que servía para defender los derechos de las personas. A los 9 o 10 años yo había oído ya hablar de los derechos humanos, algo que no estaba bien visto por el régimen. Él le concedía a eso mucho valor y me hablaba de la reunión en San Francisco, donde se había elaborado la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948. «Este régimen, mientras no defienda y respete los derechos humanos, es un régimen injusto», me decía, y no lo hacía desde una postura de izquierdas, sino más bien centro-conservadora, pero con un inmenso respeto por el Derecho».

l Filtros de amor en el Fontán.

«Recuerdo que mi padre nos compraba muchos libros y nos incitó a la lectura. Incluso conseguí libros bajo cuerda que aquí no se podían adquirir, de Madariaga, por ejemplo, que estaba en el exilio. Las paredes de casa estaban llenas de libros de leyes, y de mucha historia y literatura. El ambiente familiar nos incitaba a leer y a discutir, y como yo era el mayor mi padre tuvo quizá mayor atención conmigo. Fuimos cinco hermanos: Carmen y Josi, que son mellizas y estudiaron Administración y Secretariado; Ramón, urbanista, y Manuel, profesor en la Universidad de Zaragoza, también de Física. Creo además que fui a un colegio, el Santo Domingo, de los Dominicos, que tenía los defectos propios de la educación de aquella época, pero con un nivel intelectual fuerte y donde se nos estimulaba en la libertad personal y en el pensamiento. Tuve un profesor de Literatura que nos transmitió el amor a las letras y recuerdo sus clases como algo estimulante. Era Esteban Inciarte, dominico, que después dejó la orden, en México, y se dedicó a cuestiones de derechos humanos. La educación en ese sentido fue buena y me gustaba por un lado la Literatura, y por otro las Matemáticas. De la ciudad de Oviedo tengo recuerdos importantes, muchos asociados con el Fontán. Salíamos del colegio a la una de la tarde y un grupo de compañeros subíamos por la calle Marqués de Gaztañaga y parábamos en el Fontán, donde todavía existían contadores de historias, con su puntero y unos cartones con dibujos. Y en los puestos vendían filtros de amor, que se anunciaban diciendo "por si la persona querida no le hace caso". La verdad es que se veían a más mujeres que hombres comprándolos».

l Ingeniería con poca Física.

«Ingreso en la Universidad en 1956, en Madrid. Para mí lo más cómodo hubiera sido estudiar Derecho; mi padre me hubiese ayudado y existía un ambiente familiar propicio para ello. Pero yo tenía mucha facilidad para las matemáticas. Era la época de lo que se llamaba el "ingeniero azul", y los ingenieros se colocaban enseguida y con buenos sueldos. Entonces se asociaban Matemáticas e Ingeniería, aunque nadie te aconsejaba estudiar directamente matemáticas. En Oviedo no había Escuela de Ingeniería y mi padre me envió a Madrid, y empecé a preparar los estudios. No empecé con mal pie, ya que había que pasar un examen bastante fuerte y pude superarlo para entrar en Ingeniería de Caminos, que entonces dependía del Ministerio de obras Públicas. Tenía un tío que era ingeniero de Caminos y me animó a ello, pero curiosamente lo que más me inclinó a esa carrera es que era la que tenía menos Física en el primer año».

l Un mundo probabilista.

«Pero sucedió algo curioso. En el colegio mayor donde yo me alojaba me encontré un día con unos estudiantes que estaban discutiendo de Física. Pese a lo poco que yo sabía de ello, tenía una idea muy decimonónica de la Física, y que consistía en suponer que a causa de las leyes de la Física todo estaba ya determinado. "Pero fíjate que no", me dijeron aquello compañeros, "porque hay un cosa nueva que se llama Teoría Cuántica y resulta que es probabilista". "Eso es imposible", respondí. Uno de aquellos estudiantes, que es hoy un persona muy conocida y que escribe mucho, el filósofo José Antonio Marina, me dijo entonces: "No, no te creas; tengo un libro sobre esto y verás". Y en efecto, tenía un libro de uno de los creadores de esa teoría, De Broglie, un francés que postulaba la dualidad onda corpúsculo. Eso indicaba hasta qué punto estaba atrasada la Universidad española, porque esto sucedía en el año 1957 y aquello era conocido desde los años veinte. "Me ha dejado impresionado", le dije a Marina después de leer su libro. "Pues te lo regalo". Todavía lo conservo».

l Un tipo raro que quiere investigar.

«Leí después otro libro de Heisenberg, y otro de Schrödinger, que hablaban también sobre si había determinismo en la Física. "Esto me gusta", pensé, "quiero dedicarme a esto". Eran ensayos sin demasiados tecnicismos y sus autores se enfrentaban al juego entre el azar y la necesidad, entre si las cosas están todas determinadas o si existe la posibilidad de que salga algo no obligatorio. Vi que Heisenberg mostraba un entusiasmo enorme sobre lo maravilloso que era pensar en las leyes de la naturaleza, un juego divertidísimo e interesante. Dejé la Ingeniería y me pase a la Física. Vi facilitada la cosa porque en ese momento se promulgó una ley según la cual para entrar en Ingeniería, o Medicina, o Farmacia, o en cualquier carrera de Ciencias había que realizar un curso selectivo, común a todas. Me metí en Físicas y me alegro de haberlo hecho. En ese momento todo el mundo decía "qué tío más raro", o "eso de Físicas será Educación Física, profesor de gimnasia". O "voy a hacer investigación": "Ah, claro, detective privado". En Ingeniería había hecho lo habitual en una carrera que todavía no era universitaria en aquel momento: un preparación en academias privadas para presentarse a un examen y entrar en la escuela. Era una preparación de dos años, como mínimo, y yo había aprobado un primer examen. Esto sucedía en el primer trimestre del año y decidí seguir hasta junio, cuando me examiné y saqué unas notas medianas. De Física no había estudiado nada, salvo la parte de los dos primeros meses, en la academia. Me presenté al examen con un catedrático que era muy exigente. Estudié la materia en las dos últimas noches, menos lo que había aprendido en la academia. "Aquí me suspenden", supuse. El catedrático nos puso un examen muy largo, de treinta y tantas preguntas, de Física clásica, Electromagnetismo, Termodinámica y nociones de Física Atómica y Nuclear. Lo hice a toda velocidad. El caso es que me dio matrícula, que yo no esperaba, ni mucho menos, pero lo interpreté como que aquello era una señal de que era lo mío, que confirma todo lo que había pensado anteriormente».

l Libros que no iban a examen.

«Luego, en toda la carrera, no tuve ninguna asignatura de Física Cuántica, salvo un poquito en otras asignaturas, por ejemplo, en Química, con el profesor Morcillo, que acababa de llegar ese año. Pedí permiso al decano para hacer esa asignatura, aunque estaba fuera de la carrera de Físicas. Durante los estudios hice algo que no recomiendo a los alumnos actuales. Tenía un amigo, Mario Soler que había estado varios años en Berkeley y tenía mucho mejor conocimiento del que había aquí de la Física moderna de aquel momento. Tenía una buena biblioteca y me prestaba libros que yo leía aunque no iban a examen, pero aquella era la ciencia más viva en ese momento. Con Mario Soler, que ya se murió, desgraciadamente, publiqué más tarde algunos artículos conjuntamente porque trabajamos juntos en la antigua Junta de Energía Nuclear».

l Entender los fundamentos.

«Obtuve un notable alto de promedio en la carrera. Justo cuando estaba acabando, el decano de la facultad, Armando Durán, que después fue director del Instituto de Estudios Nucleares, me llamó y me indicó que había unas becas para ir a Francia. Me fui a París y allí estuve cuatro años. Entonces buscaba entender los fundamentos de la Física, las cuestiones básicas. Hay dos tipos de personas en Física: los hombres de laboratorio y de búsqueda de aplicaciones, y los que trabajan sobre fundamentos. Yo quería entender la Mecánica Cuántica, que entonces me costaba mucho por su nivel de abstracción muy alto. Y pensaba que el camino era el estudio de las partículas elementales. Cuando me dieron la beca, pedí estudiar eso y acudí al Instituto Teórico de Física de Partículas Elementales, de la Sorbona, donde hice el doctorado».

l Frente a la visión provinciana.

«Allí tuve por segunda vez la experiencia del contacto con muchas personas diversas, de diferentes procedencias, algo magnífico. Hay que entender cómo estaba España entonces. La primera experiencia de ese tipo la tuve en el Colegio Mayor Aquinas, de los Dominicos, en Madrid, donde había gente de toda España y de todas las carreras. Y en Francia viví en la ciudad universitaria internacional, al sur de París, donde había unas treinta residencias de estudiantes, cinco o seis francesas y el resto de diferentes países. Estuve temporadas en la casa de Suiza, en la de Bélgica y en la de Italia. Los comedores eran comunes, de modo que comías con japoneses, colombianos, australianos, árabes… Todos los sábados, en cada uno de los colegios organizaban una fiesta; eran muy baratas y ahí de nuevo tomabas contacto con gente muy diversa. Fue enormemente interesante y enriquecedor. La visión que tenía en la España de Franco era muy limitada, a no ser que viajases, por razones familiares o trabajo. Tenías una visión muy provinciana y una vida pobre desde el punto de vista intelectual».

l Empresa o investigación.

«Al terminar los estudios y la tesis doctoral me planteé cómo continuar. Sobre la dificultad de la investigación en España era plenamente consciente. Y sobre entrar en una empresa, lo mismo, porque aún en el presente sucede que en países como Francia, Alemania, EE UU o Japón la Física tiene muchas salidas empresariales, hasta el punto de que el 75 por ciento de los doctorados en Física trabajan en empresas, mientras que aquí, en España, hoy no llega ni al diez por ciento. Claro que en esos países tienen unos niveles de innovación mucho más activos. Hubo un momento en el que estuve hablando con una empresa de ordenadores, porque sabía hacer programas, y tuve la tentación con la oportunidad de pasarme a eso, que evidentemente tenía un futuro más seguro e iba a ganar más. Pero finalmente me encontré con que tenía el gusanillo de hacer investigación».

l El esfuerzo de la docencia.

«En cuanto a la docencia, siempre me ha gustado, y además hay algo importante en ello. Si yo dedico un esfuerzo a un tema de investigación durante seis meses, por ejemplo, y llego a un resultado y lo envío para su publicación en una buena revista, después siempre me digo que el mundo puede seguir sin este trabajo. Está ahí publicado y vale. Ahora, cuando dedicas un esfuerzo a preparar una clase y ayudar a los estudiantes a que entiendan un tema, sobre eso nunca tuve la menor duda de que es algo que merece la pena, porque sobre eso si que sé que hay un resultado concreto. A veces incluso te encuentras después, al cabo del tiempo, con estudiantes que ya no recuerdas pero ellos te hablan de algo que tú explicaste o de comentarios que habías hecho en clase 25 años antes. Eso siempre me ha interesado, pero le he dedicado más importancia a realizar investigación sobre cuestiones muy básicas».

l Una tesis hecha en Francia que no vale en España.

«Después de estudiar en Francia, tuve la oportunidad de quedarme el CNRS, el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, equivalente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, pero pensé que mejor iba a intentar venir a España y colaborar un poco con el desarrollo de la ciencia en el país, que era algo que me hacía ilusión. Entré en la antigua Junta de Energía Nuclear, pero no para dedicarme a la energía nuclear, pese a que la Junta tenía un reactor, no de potencia, sino de experimentación, y había equipos de personas que conocían muy bien los reactores y contaban con planes para hacer uno más grande. Pero la Junta también tenía un grupo de Física de partículas elementales que estaba en conexión con el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Me dijeron que me contrataban para participar en un curso dirigido a becarios, y que sería uno de los profesores del curso y podría iniciar trabajos en esa materia. Así lo hice y empecé a trabajar sobre lo que había estudiado en la tesis doctoral de Francia, sobre las partículas pión y nucleón. Curiosamente, una tesis española era reconocida en Francia, pero una francesa no lo era en España. Así que tenía que hacer otra y en lugar de traducir la francesa seguí explorando en la línea del trabajo anterior. Hice algunas publicaciones distintas y presenté la segunda tesis.

l Un lobby contra el abandono del CERN.

«En aquel momento ya estaba funcionando el CERN de Ginebra, un laboratorio muy bueno y exitoso. Si los organismos internacionales como la UNESCO o Naciones Unidas funcionasen tan bien en su campo como el CERN en el suyo, el mundo sería mucho mejor. Lo que pasa es que, claro, es mucho más complicado entender a las personas que a los electrones o la Mecánica Cuántica. Suelo decir que las personas son mucho más complicadas, y lo son desgraciadamente, pero también afortunadamente. Pero justo en ese momento, a mediados de los años sesenta, el Gobierno español decidió retirarse del CERN porque le parecía que era mucho dinero el que costaba la cuota y no tenía interés en el desarrollo científico. Entonces era yo todavía muy joven, pero con otras personas estuvimos haciendo un poco de lobby en lo que podíamos, con cartas y visitas para pedir que España no se retirara del CERN. No nos hicieron ni caso, pero como habíamos creado un grupo en la Junta de Energía Nuclear, para contentarnos, nos dijeron que una parte pequeña, pero más que suficiente para nosotros, del dinero que estaban empleando en el CERN lo iban a dedicar a este grupo de personas».

l Enviar a los mejores al extranjero.

«Era el Grupo Interuniversitario de Física Teórica, con las iniciales GIFT, la palabra inglesa que significa regalo. Éramos unas 15 personas de diferentes universidades y teníamos que administrar ese dinero y dar cuenta de él. Era un dinero abundante para lo que nosotros podíamos hacer, que consistió en establecer una serie de relaciones internacionales, o mandar a algunos jóvenes que prometían a que realizaran estancias en centros importantes, o invitar a científicos notables para que diesen algunas conferencias en España. También organizábamos un congreso cada año. Creo que administramos bien aquel dinero y mandábamos a los mejores estudiantes jóvenes al extranjero, y si eran tres y estaban los tres en la Universidad de Valencia, por ejemplo, los mandamos igual y no empezábamos a distribuir por territorios, como se hace ahora. Al poco dinero que era se le sacó mucho partido y pudimos contribuir a mejorar los planes de estudio y a establecer una red de comunicación internacional».

l Fotos de colisiones.

«Fue un error clarísimo del Gobierno español dejar el CERN, a donde no retornamos hasta 1984, es decir, estuvimos fuera unos veinte años. Pero al CERN no le interesaba cortar del todo con España, sino mantener relaciones con grupos en todos los países. Es como la Unión Europea, aunque un país no sea miembro, hay relaciones y ayudas. De modo que no estábamos en el CERN, pero con parte del dinero que se ahorraba el Estado se enviaba a un grupo experimental al laboratorio de Ginebra. En el CERN hay enormes aparatos que están constantemente produciendo datos, y esos datos hay que analizarlos. Al grupo experimental español le pasaban esos datos, con los que había que elaborar estadísticas muy complejas. El trabajo consistía en que de las colisiones de partículas que se producían se iban obteniendo una especie de fotografías con unas trazas de las partículas».

l Creaciones prácticas.

«Las investigaciones del CERN no sirven en la práctica inmediata. Es investigación básica, y si se ha descubierto una partícula nueva, ese descubrimiento de mano no sirve de nada. Ahora bien, el laboratorio jugó un papel muy importante en la política internacional durante la «guerra fría». Y, por otra parte, como los aparatos que usan tienen que medir cosas que son increíblemente pequeñas, han tenido que generar un electrónica fantástica, y eso es lo que se llama el «spin off», como una rueda que está dando vueltas y que suelta cosas. De lo que es el CERN han salido muchas creaciones prácticas, entre otras internet. Uno de los premios «Príncipe de Asturias», en 2002, fue otorgado a los creadores de internet, entre los que se contaba el inglés Tim Berners-Lee. Como el CERN es una organización en la que colaboran muchos países, a Berners-Lee se le ocurrió organizar este sistema de comunicación entre ordenadores para comunicar los datos y las ideas que los científicos habían obtenido con los análisis. El desarrollo tecnológico que salía del CERN era inmenso, y cuando España lo abandonó no sólo protestamos los científicos, sino que protestaron también algunas empresas».

l Raíces inglesas en Andalucía.

«Después de estar en la Junta de Energía Nuclear saqué una plaza como profesor de Mecánica Cuántica en la Universidad de Barcelona, y estuve allí dos años, muy buenos. Fue cuando me casé con María Shaw, que es también física y profesora de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Ella tiene antepasados de origen británico, en Andalucía, en las antiguas minas. Un abuelo suyo era ingeniero de una compañía inglesa que había invertido en explotaciones de Jaén, de plata y de plomo. Ese abuelo se instaló primero en Córdoba y luego en Málaga, y mi suegro tuvo la nacionalidad inglesa durante mucho tiempo, aunque siempre quiso obtener la nacionalidad española. Pero no se la quisieron dar ni durante la guerra mundial, ni con la guerra fría. Este era un país poco anglófilo en aquel momento. Conocí a mi esposa en París, donde ella realizaba una estancia en una empresa francesa, sobre cuestiones de vacío. Yo ya había vuelto a Madrid, pero coincidió que fui unos días allí y me alojé en el colegio de España. Dos compañeros jugaban al bridge y me llamaron a mí y a ella. Jugamos unas manos y seis meses después volvimos a encontrarnos en Madrid. Así que nos unió el bridge, pero la Física hizo que tuviéramos muchos más asuntos en común».

 Malas Olimpiadas.

«Cuando se empezó a implantar la LOGSE, yo daba clases en primero de carrera y noté un bajón brutal, instantáneo. En los informes de la UNESCO, o de la OCDE, o en el «informe Pisa», España queda mal. El que no está muy al tanto puede decir que no estamos tan mal, estamos por debajo de otros países, pero la diferencia en puntos no es mucha. Pero hay que tener en cuenta que estas organizaciones tienen que actuar con criterios muy diplomáticos, y si hay un país de nueve y otro de uno, reducen la distancia y acaban poniendo un siete y un cuatro. Hay muchas presiones sobre esos organismos. En la Sociedad Española de Física tenemos una experiencia con las Olimpiadas, que el Ministerio nos encomendó hace unos años. Muchos países las organizan y a ellas acuden alumnos próximos a entrar en la Universidad, y les ponen preguntas que están en los programas de todos los países, esto es, lo que todos los países consideran que debe saber un alumno antes de entrar en la Universidad. Llevamos veinte años en esto y los primeros diez años fueron desastrosos para España. En Física quedamos en el puesto cincuenta, de promedio en diez años, y en Matemáticas nunca hemos estado en la primera mitad de clasificados. Hace cinco años, hubo 84 países en las Olimpiadas de Matemáticas y España estaba en la segunda mitad, no entre los 42 primeros».

l Competitividad internacional.

«¿Por qué sucedía esto? Aquí se daba muchísima menos materia y no se miraba para nada el laboratorio. Un informe que elaboramos en la Sociedad de Física y en la de Química era demoledor en la comparación con otros países. Se lo entregamos al Ministerio y no han hecho caso. No queremos que nuestros estudiantes sean todos unos "jaimitos", sino que no queden mucho peor que los franceses, los alemanes o los ingleses. No soy una persona ansiosa de que los estudiantes aprendan mucho; no, tienen que aprender lo que en todo el mundo se considera que han de aprender. Hay dos criterios: el futuro de los estudiantes y el futuro del país, para que tenga buenos profesionales. Hoy día vivimos en una competitividad internacional tremenda».

l Capital humano de la Universidad.

«Las universidades españolas tienen un capital humano en su profesorado extraordinario, pero sucede de tal modo que no es eso lo que da el tono de la Universidad. En las clasificaciones internacionales de universidades, entre las 150 primeras no hay ni una española. Entre las 200, hay dos, la Autónoma de Madrid y la Universidad de Barcelona. ¿Qué pasaría en este país si un organismo internacional seleccionara los primeros 150 equipos de fútbol del mundo y no estuviera ninguno español, el Barça, el Real Madrid...? Hay otro dato elocuente. Existe el Instituto de Investigación Científica de Filadelfia, en EE UU, que es la institución de referencia para saber cómo está la ciencia en el mundo. Allí se recogen multitud de datos, por ejemplo, citas cruzadas en las publicaciones. Una de las cosas que miden es el impacto de la ciencia de un país sobre otros. Las ciencias las dividen en 21 apartados y uno de ellos es la Física. En España, la Física tiene un coeficiente de 28, que quiere decir que los trabajos de los científicos españoles son citados un 28 por ciento por encima de la media. Ingeniería tiene el coeficiente 10 y Química, el 8. Los tres son unos datos respetables, pero la producción española científica de artículos en los últimos 25 años es una línea en forma de dientes de sierra. Además, la ciencia en España es en general muy académica y muy poco aplicada. Nuestras patentes son la cuarta parte con respecto a las cifras europeas. Esto quiere decir que estamos peor equipados para luchar contra esta crisis. No quiero ser derrotista. No lo soy. Conozco el capital humano de la Universidad y hay que ponerse a pensar y ver qué está pasando».

l La existencia de Dios.

«Durante mucho tiempo se pensaba que se puede demostrar la existencia de Dios o la existencia de algún tipo de trascendencia. Pero sobre todo después de Hume, el filósofo escocés, se empezó a ver que no era nada claro que se pudiera demostrar esto, y Kant demostró en su "Crítica de la razón pura" que no podía probarse. Curiosamente, lo hizo desde la simpatía hacia las pruebas de la existencia de Dios, sobre las que él decía que pueden considerarse como reflexiones que hace una persona creyente, pero su valor probatorio no existe. En el presente, algunos científicos con cierto eco intentan demostrar lo contrario, que no existe nada. Es el caso de Richard Dawkins o de Steven Weinberg. Creo que hay que tener todo el respeto hacia ello, de la misma forma que con lo contrario, pero ese esfuerzo que se está iniciando ahora para probar la no existencia de Dios está condenado al fracaso, igual que el anterior. Y por las mismas razones: el hombre convive con el hecho de no tener la seguridad, obtenida mediante el puro razonamiento, de ni si existe o no existe. La afirmación de Dawkins de que Dios es incompatible con la ciencia no es una afirmación científica, sino metacientífica. Son afirmaciones metacientíficas aquellas que no están dentro de una teoría, como puede ser la de la gravitación, basada en experimentos. Pero lo curioso es que Dawkins parte de que las únicas afirmaciones que valen son las científicas, pero luego ofrece como elemento central de su discurso una afirmación que no es científica, que no tiene mucho sentido».

l Relaciones ricas y complejas.

«La idea de que todos los científicos son necesaria y unánimemente ateos sencillamente no es así. Lo más notable del caso es que las posturas de los científicos son muy variadas. Hay quienes son creyentes tradicionales, otros van por libre, otros dudan, otros dicen estar abiertos... Lo he pensado mucho y estoy abierto a la idea de la religión, aunque muchas de las formas no me gustan. Puede haber algún tipo de trascendencia, de forma de Dios, y hay muchas ideas de Dios. Admito esa posibilidad, pero no puedo probarlo, no tengo la certeza, pero me parece una idea más plausible que la contraria. Darwin, en una de sus cartas, se confiesa perplejo y dice que lo que ve sobre todo es que hay mucho sufrimiento en el mundo, que es un argumento emocional para preguntarse por qué Dios permite la existencia del mal. Y añade Darwin que, sin embargo, no puede pensar que todo esto se deba a la fuerza bruta, a la pura materia que evoluciona. También dice que le da la impresión de que las leyes fundamentales de la naturaleza estuviesen trazadas, pero que los detalles han quedado al juego del azar. Por ejemplo, el sufrimiento de una persona se debería al azar, a las enfermedades por mutaciones genéticas. Darwin se confiesa agnóstico, y sobre todo ello dice en esa carta que es una cuestión enormemente difícil, como si le pedimos a un perro que entienda la mente de Newton, dice. Las relaciones entre ciencia y religión no obedecen al estereotipo de que han sido nada más que insultos y faenas e intervenciones de la Iglesia. Son mucho más ricas y complejas».