En el siglo XVIII, la Casa de Covián del concejo de Colunga tuvo patronato de hidalguía, el último Covián que ostentó el mayorazgo fue don Ricardo Covián Junco, abuelo de don Paco. El abuelo materno, Ricardo, estudio Medicina en la Universidad de Barcelona, pero su dedicación fue hacia la política, llegando a ser presidente de la Diputación Provincial de Asturias.

El padre de don Paco, Emilio Grande de Riego, nació en Muros de Nalón y llegó a Colunga en 1905, estableciendo relación con don Ricardo Covián, aficionado a la historia y evolución de la ciencia. Con sus visitas a la casa de los Covián, don Emilio conoció a la hija de don Ricardo, María Esperanza Covián, con la que se casó en en 1908. El 28 de junio de 1909 nació su primer hijo, Francisco Grande Covián.

En 1918 su padre se trasladó a Oviedo, al Sanatorio Getino. Su hijo orientó sus pasos hacia la Medicina igual que lo hicieron su abuelo, su padre y sus tíos materno, Manuel Covián, y paterno, Arcadio Grande. En la actualidad, su nieta Gloria también es médico. Marino Gómez-Santos ha dicho: nació médico por herencia genética.

En 1926 ingresa en la Facultad de Medicina de Madrid y se instala en la Residencia de Estudiantes. Recuerda don Paco en el libro de Gómez-Santos: «Mi ingreso en la Residencia marcó mi vida, porque allí decidí mi vocación científica, mi propósito de dedicarme a la investigación, para lo cual renunciaba a la práctica de la medicina». La Residencia también propició su afición a la música.

Los estudios de Medicina le pusieron en contacto con uno de sus grandes maestros. «El respeto por don Juan Negrín se despertó en mi desde el comienzo». Severo Ochoa, amigo de Grande, discípulo de Negrín y colaborador de la cátedra de Fisiología de Negrín influyó también en gran medida en su afición por la biología.

En 1929 la Dictadura de Primo de Rivera cerró la Universidad de Madrid. Grande se marcha a Friburgo, Alemania. A su regreso se incorpora de nuevo a la Facultad de Medicina y al Laboratorio de la Junta para la Ampliación de Estudios, dirigido por el profesor Negrín en la Residencia de Estudiantes. En septiembre de 1932 leyó su tesis doctoral, a sus 23 años ya era doctor. De 1932 a 1934 con una beca posdoctoral de ampliación de estudios realizó estancias de investigación en los laboratorios de August Krogh (premio Nobel en 1920) en Dinamarca, Torsen Thumberg en Suecia y Lovatt Evans en Londres.

Con Lovatt Evans ideó un sistema de perfusión del corazón que permite medir el consumo de oxígeno y lactato de perros normales y diabéticos tras una pancreatectomía. Este método ha quedado como uno de los clásicos en los libros de fisiología.

En 1936 consigue una beca de la Real Academia Nacional de Medicina para ir a trabajar con Otto Meyerhof en Heidelberg, pero el día 18 de julio de 1936 se encontraba en la Dirección General de Seguridad solicitando el pasaporte para su salida de España, pasaporte que no llegaría a obtener.

En 1937 recibe el ofrecimiento de una beca «Rockefeller» por parte del profesor August Krogh para ir de nuevo a Copenhague, pero Negrín le hace desistir por la necesidad de sus servicios en Madrid. Se le encarga evaluar las necesidades nutritivas de la población y se le nombra subdirector del Instituto Nacional de Higiene de la Alimentación. En este instituto se abrió una consulta para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades nutricionales y allí se enviaba a los pacientes desde los distintos centros de Madrid.

Con los doctores Francisco Jiménez, Peraita y Márquez, organizó la distribución de complejos vitamínicos y aceite de hígado de bacalao. Como consecuencia de la restricción calórica, pronto comenzaron los problemas carenciales en la población madrileña. A principios de 1938 se empezaron a ver los primeros pacientes con lesiones cutáneas en el cuello, dorso de las manos y pies, así como trastornos gastrointestinales, psíquicos y neurológicos. Grande conocía muy bien la historia de la pelagra, «mal de la rosa», a través de un libro que había en la biblioteca de Colunga y que perteneció al abuelo Ricardo Covián, un ejemplar de «La historia natural y médica del Principado de Asturias», del doctor Gaspar Casal, edición póstuma de 1762. Por aquel entonces, había observado que la pelagra experimental en el perro «black tongue» se podía tratar con extracto de hígado e identificó el ácido nicotínico como vitamina antipelagrosa. En el curso del tratamiento, Grande y sus colaboradores vieron que con el ácido nicotínico no se curaban todos los síntomas de la pelagra, por ejemplo, no eliminaba los síntomas neurológicos.

A pesar de todo este esfuerzo por mejorar la calidad de vida de los españoles durante la Guerra Civil, se le sancionó con la imposibilidad de presentarse a oposiciones de cátedra durante un período de 10 años. Fue denunciado por «colaboracionista» y estuvo a punto de ser detenido. Se refugió durante tres meses en Las Cañadas, una finca próxima a Úbeda de su amigo Francisco Jiménez.

Después de la Guerra trabaja en el Instituto Ibys, preparando vitaminas, y en el Instituto de Investigaciones Médicas, invitado por el doctor don Carlos Jiménez Díaz, donde desarrolló importantes trabajos de investigación sobre la diabetes aloxánica. Allí fue donde conoció a Gloria Mingo, con la que se casó el 31 de marzo de 1941, que sería su mejor colaboradora en todos los aspectos tanto científicos como humanos.

En 1950, después de haber cumplido con la injusta sanción de no poder presentarse a cátedras, obtuvo por oposición la cátedra de Fisiología y Bioquímica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza. Se encontró con una cátedra abandonada y con muchas dificultades, con lo cual se vio obligado a empezar desde cero. Desgraciadamente, su paso por la Universidad de Zaragoza, aunque fructífero, fue muy breve. Don Paco se vio obligado a renunciar a esta cátedra años más tarde debido a la situación política, trabas y penurias económicas que le impedían desarrollar su labor investigadora.

En 1952 se celebra en Madrid una reunión patrocinada por la FAO donde se tratarían problemas de la desnutrición, a la que asiste Ancel Keys. Éste, discípulo de Krogh, le propone irse a Estados Unidos, ofreciéndole un puesto de profesor en la Universidad de Minnesota.

En Minneapolis estuvo investigando durante veinte años debajo de las gradas del estadio de fútbol, en el departamento de higiene fisiológica del Hospital Mount Sinaí, donde desarrolló tres líneas de investigación fundamentales; una primera, de estudios sobre la restricción calórica y el ayuno, sobre el metabolismo energético y la composición corporal y la capacidad física; otra línea, centrada en la fisiología comparada y que analiza las diferencias de las hormonas lipolíticas entre mamíferos y aves; y una tercera, de desarrollo de la hipótesis lipídica de la arteriosclerosis, estudiando el efecto de las grasas de la dieta y otros componentes sobre los niveles de colesterol plasmático. Los resultados de sus investigaciones sobre el efecto de la dieta y los consejos derivados de su teoría lipídica han permitido descender la mortalidad cardiovascular y salvar millones de vidas humanas.

En 1974 vuelve «jubilado» a Zaragoza para hacerse cargo del Instituto de Nutrición Cuenca Villorio y poco después es nombrado catedrático extraordinario de la Universidad de Zaragoza.

Conocí a don Francisco en la primavera de 1978. Por aquel entonces, yo estaba finalizando mi tesis doctoral y buscaba un sitio donde poder realizar mi formación posdoctoral.

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Desde aquel momento quedé impactado por su carácter sincero, jovial y humano. Fue también entonces cuando inicié un aprendizaje continuado que duró 17 años, hasta su fallecimiento, el 28 de junio de 1995. Con don Francisco siempre se aprendía de una forma que denominábamos en el laboratorio «por ósmosis», es decir, bastaba con escucharle cuando él hablaba y en el momento que te decía «como usted sabe» prestar la máxima atención, porque se trataba de algo que, casi seguro, no sabías y, además, se trataba de un punto clave en la conversación que resultaría ser de sumo interés

No recuerdo a nadie que diera las clases tan amenas y tan claras como lo hacía él. Tenía una capacidad memorística extraordinaria.

Fue siempre un universitario desde la cabeza hasta los pies. Participaba de la vida académica aportando ideas y experiencias en la búsqueda de soluciones para la Universidad española. Era para sus alumnos un profesor abierto a todos ellos e incluso a los que no lo eran; su despacho siempre fue accesible a todos. Nunca utilizó la llave de su despacho, por lo que al final se perdió, sin consecuencia alguna.

Montó su laboratorio en el sótano, en lo que había sido una especie de trastero, de la Facultad de Ciencias, con muy pocos medios. A pesar de su gran talla científica, don Francisco se conformaba con muy poco. Tenía soluciones muy ingeniosas que ayudaban a economizar el presupuesto escaso del que disponía, tales como un sistema de fabricar etiquetas con una tabla y esparadrapo, o la receta que nos proporcionó para pintar las mesas de laboratorio a base de anilina y sosa. Gracias a su entusiasmo, en muy poco tiempo consiguió un laboratorio en el que se utilizaban técnicas de lo más avanzadas para aquella época. En su laboratorio se respiraba ciencia en el más amplio sentido de la palabra y él impulsaba este espíritu científico. Era como una enciclopedia científica, de cualquier tema de biomedicina que se le planteara tenía un amplio conocimiento. Y, además, mostraba un afán de colaboración extraordinario.

Muchos pensaron que a su regreso de los Estados Unidos su actividad científica se reduciría a dar conferencias y recibir homenajes. Nada más lejos de la realidad. En ese período que él denominaba de «mi reencarnación» tuvo una fructífera producción científica original y logró formar una escuela de científicos que en la actualidad se encuentra repartida por toda España y Estados Unidos, y que yo denomino la «escuela de la reencarnación de Grande». Dirigió dieciocho tesis doctorales, publicó más de cincuenta trabajos originales y alrededor de treinta de revisión. Y, sobre todo, estableció colaboraciones con otros departamentos universitarios y sanitarios que permitieron desarrollar y abrir nuevas líneas de investigación.

Gracias a los esfuerzos del doctor Grande Covián los estudios de Bioquímica en la Universidad de Zaragoza recibieron un gran impulso que ha permitido que en la actualidad esta Universidad cuente con la licenciatura de Bioquímica, que comenzó a impartirse en el año 1997, quince meses después del fallecimiento de don Paco.

Quisiera acabar recordando unas palabras de don Francisco en su acto de investidura como doctor honoris causa en la Universidad de Oviedo, que pienso que siguen siendo válidas en la actualidad, a pesar de haber transcurrido casi 30 años desde que las pronunció:

Vivimos un momento en el que se culpa a la ciencia de muchos de los males de nuestra sociedad por personas que desconocen lo que es la ciencia, sus posibilidades y limitaciones. Nuestra sociedad va a necesitar cada vez más de la ayuda de la ciencia para resolver sus problemas; pero no podremos disfrutar de los beneficios del progreso científico si las personas encargadas de tomar decisiones no son capaces de hacerse cargo de lo que la ciencia es y significa en el mundo moderno. No debemos olvidar la verdad que encierra la conocida máxima de Goethe: "Es ist nichts schrecklicher als eine tätige Unwissenheit" ("no hay nada más horrible que la ignorancia activa").