2 José Manuel Gutiérrez

La Unesco acaba de declarar la Torre de Hércules, en La Coruña, patrimonio de la Humanidad. Éstas son algunas de las singularidades de una estructura de 2.000 años, el faro más antiguo activo en el mundo.

La Torre fue construida por los romanos, pero aún hay quien cree que los fenicios habían levantado antes este edificio. Las leyendas de Hércules y Breogán son conocidas por muchos, aunque no tanto la del espejo mágico. Sin embargo, que el interior del faro estuvo empapelado para agradar a la reina Isabel II es una anécdota que ignora la mayoría, así como que el monumento estuvo en estado ruinoso durante siglos y que un rayo destruyó uno de los faroles que se instalaron en el siglo XVII.

Los dos mil años de historia de la Torre de Hércules hacen que acumule una gran cantidad de curiosidades, tanto sobre su propio origen como acerca de sus características y sus vicisitudes a lo largo de los siglos. Todos los elementos existentes pertenecen a la época romana, por lo que es descartable que fuera levantada por los fenicios, quienes, sin embargo, podrían haber establecido algún tipo de señal marítima en el lugar.

La Torre, actualmente, alcanza los 59 metros, pero la original de la era romana medía 34, lo que la convierte en uno de los monumentos más altos de su tiempo. El Coliseo de Roma alcanza los 48 metros y la Columna de Trajano, los 42.

El muro interior romano tiene 155 centímetros de espesor, mientras que el exterior añadido en el siglo XVIII tiene otros 60, de forma que las paredes tienen un grosor de 2,15 metros. La única vía de acceso es una escalinata de 234 peldaños que obliga a realizar un esfuerzo para llegar hasta la terraza superior, desde la que se divisa una espléndida vista.

¿Por qué se construyó? Para orientar la navegación en unas aguas consideradas muy peligrosas en la Antigüedad. El arqueólogo José María Bello relaciona la torre con la conquista romana de Britania, la actual Inglaterra.

La interrupción de las líneas de navegación y el despoblamiento de la ciudad durante centurias hizo que en torno al siglo XI la Torre se encontrara en estado de abandono. Tras la decisión de Alfonso VII de repoblar La Coruña en 1208, sus nuevos habitantes aprovecharon los sillares de la muralla exterior del faro para levantar algunos de los edificios públicos de la localidad.

La necesidad de contar con personal especializado en el manejo de las señales marítimas llevó al Gobierno a fundar en 1849 la Escuela de Torreros de Faros, que se instaló en La Coruña dos años después.

En la Antigüedad debía usarse leña para el alumbrado, que se quemaría en la parte superior de la Torre para que la luz fuera visible a gran distancia. Sobre la forma de llevar el combustible a lo alto, la tesis más extendida es que una rampa recorría el exterior de la Torre para que por ella subieran los carros cargados con la leña, pero esa obra sería de una gran complejidad técnica, por lo que algunos sugieren que la rampa sería interior.

Tras la gran reforma a que fue sometida a finales del siglo XVIII, el faro alumbraba con una lámpara de aceite de oliva, con un mecanismo giratorio que potenciaba su luz con veintidós reflectores y doce lentes convexas. En el siglo XIX se le añadió una óptica nueva que al poco tiempo fue sustituida por otra mayor. En 1883 se instaló una lámpara mecánica que utilizaba parafina.

Las autoridades españolas se llevaron una maqueta del faro coruñés a la Exposición Universal de París de 1867 como parte de la muestra sobre el plan de alumbrado marítimo diseñado veinte años antes. La reproducción de la Torre se perdió, pero no así las fotos y los planos que se exhibieron en la capital francesa.

El embarrancamiento y posterior incendio del «Mar Egeo», un petrolero griego, en diciembre de 1992 cubrió de humo la fachada del faro, que quedó ennegrecida. El accidente hizo necesaria una limpieza del monumento, que acababa de ser restaurado en 1990 y que desde el siglo XV es el gran símbolo coruñés.