Pero ¿no habíamos quedado en que un periodista nunca es noticia y menos aún el peso -en kilos, para más inri- de un tribulete atribulado? Y cuando encima la cuestión está mal planteada porque ni sube ni baja ni permanece sino todo lo contrario ¿no es evidente que todas las respuestas posibles son impepinablemente absurdas?

La preocupación por la felicidad es exclusiva de los desgraciados; la obsesión por el dinero, de los pobres -sobre todo de los pobres de espíritu- y la angustia por el peso, de los gordos. Toma nota.

Por si aún había dudas conviene insistir en que no existen los niveles estacionales -por eso la ideología dominante, genuinamente histérica, solo piensa en el equilibrio- de manera que quienes pierden peso o siguen perdiéndolo o lo ganan pero nunca se estabilizan. Así ha sido desde el principio: el big bang procede de una fluctuación cuántica del vacío y como enseñó Wittgenstein en el «Tractatus» de lo que no se puede hablar lo mejor es callar.

Una vez le comenté a José Muñiz, entonces decano de la facultad de Psicología, que había descubierto un sistema elemental e infalible: pesarme todos los días. Bastaba para reducir kilos. Me dijo que sí, que era un excelente procedimiento y que ya estaba inventado. Desde ese día dejó de funcionarme. No es la báscula, la medida, el control o la observación sino el ego lo que adelgaza si uno considera que ha descubierto la piedra filosofal. Corolario: darle vueltas al peso engorda. Y quien esté al límite debería considerar que en la Luna pesaría seis veces menos. Todo es relativo.

La fórmula infalible para adelgazar es la general del liberalismo, aplicable a todo: jamás pidas ayuda ni la aceptes, ni un consejo, ni siquiera este. No sigas leyendo, pues, si quieres perder peso pero puedes recordar que por primera vez en la historia de la humanidad hay más obesos que hambrientos. ¿Cuál era la pregunta si la respuesta es que un periodista nunca es noticia?