2 Tino Pertierra

El tipo que se sienta a tu lado en el bar puede ser un vampiro. No tengas miedo: se conforma con llamar al camarero y pedirle una de sangre fresca. Nada de crucifijos que queman la piel ni de ajos que ahuyentan a los chupasangres. Humanos y vampiros, juntos pero no revueltos. Eso es «True blood», una de las series de las que más se habla (para bien y para mal) del momento. Detrás está el canal de pago HBO o, lo que es lo mismo, la factoría de productos audiovisuales más originales, creativos y rompedores del mundo televisivo. Sin discusión. El lunes se emitirá en abierto en la cadena Cuatro a una hora ciertamente vampírica: las 00.30 horas. Madrugadas sangrientas para una propuesta que viene avalada por Alan Ball, el señor al que se debe la ya mítica «A dos metros bajo tierra» y el guión de la premiada «American beauty».

Mientras la mucho más púdica y convencional «Crepúsculo» hinca el colmillo en las grandes yugulares de exhibición, «True blood» hace lo propio en las pequeñas. Los vampiros están de moda y parece que les queda sangre para rato.

«True blood» -«Sangre fresca» en España- no ha logrado una unanimidad de juicios a su favor pero, sobre todo con su segunda temporada, no va nada mal en el plano comercial. Desde luego, y eso ya se aprecia en los primeros episodios, la sutileza y la profundidad de los personajes de «A dos metros...» no es tan evidente en la nueva serie, de humor más brusco, violencia sin contemplaciones, sexo en abundancia y una trama cargada de efectismos, cuando no de truculencia. El cóctel, explosivo a todas sombras, puede atraer a un público distinto al de la refinada «A dos metros...», sin duda superior en todos los sentidos, incluido el reparto, mucho más irregular. El salto a la edad adulta de la niña de «El piano», Anna Paquin, ha dado mucho de qué hablar en los foros de admiradores / detractores. Para unos, su cambio de imagen (con desnudos nada púdicos y de frecuencia creciente) como Sookie Stackhouse es lo único que vale la pena, dadas sus dotes interpretativas, las mismas que ensalzan su amplia corte de fans. Lo mismo ocurre con el vampiro de sus amores, un Stephen Moyer que desata tantas filias como fobias. La química entre ambos es uno de los grandes debates de la red cuando sale a colación la serie, aunque los chismorreos dicen que son pareja en la vida real... Dichosa cámara.

El humor negro es la marca de fábrica de una serie que pocas veces se toma en serio a sí misma a pesar de lo tremebundo de sus tinglados, y eso la redime casi siempre de los excesos. El punto de partida, un mundo alternativo en el que vampiros y humanos conviven gracias a una sangre artificial embotellada importada de Japón, pronto se queda en una anécdota porque el argumento se empieza a enrevesar con pesquisas de crímenes y líos amorosos que convierten a la virginal camarera encarnada por Paquin (con el poder, además, de leer la mente de los demás) en una mujer de muerde y rasga apasionadamente enamorada del vampiro guaperas.

«True Blood» está basada en la saga literaria «The Southern Vampire Mysteries», de Charlaine Harris, y aprovecha los escenarios del profundo sur de Estados Unidos (un pueblín de Luisiana, en este caso) para crear una espesa y envenenada atmósfera de reminiscencias clásicas, un buen sitio para que florezcan leyendas sobrenaturales con afán de arrancar escalofríos.

Tras las cinco gloriosas temporadas de «A dos metros bajo tierra» (bueno, hay quien pone peros a parte de la cuarta) tenía poco menos que carta blanca para hacer lo que le diera gana en HBO. Al parecer, Ball encontró de casualidad en una librería la primera novela de la serie. La frase que aparecía en la portada de «Dead until dark» le mordió el interés: «Tal vez tener a un vampiro por novio no fuera tan buena idea». El revoltijo de géneros (romance, terror, acción, drama, comedia, intriga...) le convenció de que ahí estaba su próximo proyecto. Se lo guisó y se lo comió todo para hacer el episodio piloto, pero el estreno en septiembre de 2008 en Estados Unidos no fue nada del otro mundo. La buena mordida llegaría en el segundo capítulo, donde remontó de forma espectacular y convenció a la HBO de que tenía una buena transfusión de sangre fresca a sus menguadas expectativas. A medida que la trama se hacía más complicada, el sexo se volvía más explícito y la Paquin y su drácula particular se quedaban con menos ropa, «True blood» fue vampirizando a más y más espectadores, llegando a conquistar una cota de casi siete millones.

La segunda temporada, estrenada en EE UU en junio, está batiendo récords de audiencia semana a semana, lo que indica bien a las claras que sus creadores han dado con la tecla adecuada (incluidos los celos como un nuevo elemento de frenesí emocional). La HBO estaba un poco alicaída tras poner fin a «Sexo en Nueva York» «Los Soprano» y la citada «A dos metros bajo tierra» (todas ellas palabras mayores, y las dos últimas indiscutibles obras maestras de la pantalla, el tamaño no importa) y necesitaba como el comer un gran éxito que justificara por qué es un canal de pago más bien carillo.

Un dato curioso del éxito de «True blood» es que ha conseguido enganchar al público adulto de 18 a 49 años, uno de los más queridos por los anunciantes por aquello de que es el que más y mejor consume. ¿Tendrá que ver el hecho de que Ball haya elevado varios grados el termostato de la película en lo que a sexo se refiere y la aparición de nuevos y volcánicos personajes, como la vampiresa encarnada por Evan Rachel Wood?.