No voy a afirmar que el patriotismo sea una virtud cívica muy importante, no vaya a ser que los «familiares» de la «corrección política» me echen encima sambenito de retrógrado, pero cuando menos admitamos que es condición ciudadana muy conveniente. Bien debería saberlo cierto gobernante que se autoproclamaba, en días de vacas más gordas, feminista, progresista y «rojo», y que se consideraba ciudadano del mundo antes que jefe del Gobierno de su país, por lo que llegó a alentar y promover secesionismos estatutarios, pero que por no levantarse a su debido tiempo al paso de la bandera de una gran nación aliada hubo de pasar más de cinco años arrodillándose y babeando a las puertas de cierto despacho oval. Y es que la «progresía irredenta» considera que el patriotismo no es cosa de las democracias, acaso porque aquí lo utilizó en su interés una dictadura casposa, pero muy por el contrario, en la verdadera gran democracia del mundo, sin duda porque su democracia formal no cedió nunca a las incitaciones y dudosos paraísos del socialismo real ni a las buenas intenciones del socialismo moderado (que no son otra cosa que el preámbulo o pórtico del socialismo real), el patriotismo es un valor nacional muy activo y en toda Norteamérica ondean bandera con las barras y las estrellas como jamás ondearon en ninguna dictadura. Aunque para ser justos, cuando al socialismo real le convino excitar los sentimientos patrióticos de las masas, sus dirigentes, con el padrecito Stalin a la cabeza, lo hicieron sin el menor escrúpulo, y se enviaron masas humanas al matadero para defender el socialismo real del ataque del socialismo nacional. Mas la «progresía» que admite y venera la bandera roja con el martillo y la hoz, desprecia la bandera de las barras y estrellas, porque no perdona que los que la llevaban hayan evitado que la bandera roja ondeara sobre toda Europa, desde Gibraltar a los Urales. Parecido ocurre en España ahora, donde se ofende o evita la bandera española, al tiempo que los mismos que dicen no concederle importancia a las banderas, exaltan la tricolor o banderas locales. Esto no es una paradoja, pues los mismos, que son delicadamente antirracistas y afirman que un escandinavo es lo mismo que un negro, no admitirían jamás, en nombre de los mismos principios de corrección política inmaculada, que un vasco sea igual que un extremeño. El concepto del patriotismo de la «progresía» pasó de defender a una potencia extranjera a justificar los secesionismos dentro del mismo país. Actitud esta última que no entusiasmaba a un autor apropiado por esa «progresía», don Antonio Machado, que escribió con todas sus letras que «de aquellos que se dicen gallegos, catalanes, vascos... antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse». Pero se comprende que Alfonso Guerra no haya leído a todo Machado. En cualquier caso, el consejo de desconfiar de los separatistas habría sido oportuno de haberlo seguido, ya que los catalanes traicionaron a la causa socialista en el 34 y los vascos, en Santoña, en 1937.

Estas cuestiones previas son propias del siglo XXI, y aún del tramo final del XX, pero no del XIX, que fue en el que vivió y murió el mierense Gonzalo Castañón, periodista español en Cuba. Es posible que hoy se interprete de manera torcida el patriotismo de Gonzalo Castañón, considerándole como un agente del colonialismo o cosas parecidas. Incluso el Gobierno de la metrópoli no parece haberle apoyado en su lucha españolista, de la misma manera que en la actualidad el partido conservador de esta monarquía puede apoyar a chorizos, pero no a quienes, coincidiendo con algunos de sus principios, podrían hacer causa común; me refiero al mal pago que se le dio a Jiménez Losantos, entre otros, que defendió España en España como Gonzalo Castañón defendió España en Cuba.

Gonzalo Castañón nació en Mieres, en el seno de una familia medianamente acomodada, el año 1834. Cursó los estudios de leyes en la Universidad de Oviedo, graduándose en 1859 con una tesis sobre «El progreso de la penalidad», en la que analizaba las tendencias más recientes surgidas dentro del campo del derecho penal, y que se publicó en volumen. No fue ésta su primera publicación, ya que, siendo estudiante, funda en la Universidad la revista «La Tradición», en la que predominaban los trabajos de carácter literario, histórico y folclórico, sin ocultar la tendencia política anunciada en el título: «La Tradición», como no podía ser menos, era de carácter tradicionalista. No obstante, Castañón colaboró también, más adelante, con la Unión Liberal, y durante su etapa de periodista en La Habana defendió las pretensiones del duque de Montpensier, lo que no era una manera coherente de ser tradicionalista. No he encontrado datos a este respecto, pero quién sabe si el «montpensierismo» de Castañón obedecía más a motivos pecuniarios que verdaderamente ideológicos. Con esto no me permito insinuar que Castañón vendiera su pluma, aunque no deja de resultar raro que un tradicionalista tuviera algún atisbo más o menos liberal, tomando partido en una cuestión dinástica en apoyo a una de las facciones intrusas en lugar de hacerlo a la que ellos mismos consideraban legítima, que era, claro es, la carlista. Caso más acusado pudiera ser el de don Ramón del Valle-Inclán, el cual, sin renunciar claramente al carlismo esteticante de su juventud (en la que escribió obras tan destacadas como la trilogía dedicada a «La guerra carlista», la «Sonata de invierno» y el poema dramático «Voces de gesta»), fue en los últimos años uno de los habituales destacados de la corte republicana y laica de Manuel Azaña. A lo mejor opinaba don Ramón que ya que no era posible la restauración legitimista, merecía la pena la consolidación republicana antes que volviera a reinar la otra rama borbónica.

Mas no adelantemos acontecimientos en lo que a Castañón se refiere, a quien dejamos en la Universidad, donde también colabora en otra revista rotulada «El Invierno». Concluidos los estudios, el periodismo puede en él al derecho penal, por lo que marcha a Madrid en 1860, donde fue redactor de «El Día» y director de «Crónica de Ambos Mundos». Por aquellos días tuvieron lugar sus coqueteos con la Unión Liberal del general O'Donnell, pero no tarda en decepcionarse, publicando el folleto «Una ilusión menos, un desengaño más: la Unión Liberal», y regresando a Asturias en 1863, para continuar dedicándose al periodismo y a la política, y fue diputado provincial por el distrito de Lena en 1864 y profesor interino de la Universidad de Oviedo durante poco tiempo. En 1866 obtiene el cargo de letrado jefe de sección del Gobierno superior de la isla de Cuba, con residencia en La Habana, por lo que se traslada a la provincia-colonia en la que fija su residencia definitiva (aunque él tal vez no supiera que era definitiva). La marcha de Castañón a Cuba no obedece a los mismos motivos que la mayoría de los «indianos» que estamos considerando, sino que fue por motivos profesionales. No podemos considerar a Gonzalo Castañón como un «indiano» (como podía serlo el propio Pérez Moris al que nos hemos referido en la entrega anterior, que se dedicó al periodismo como podía haberse dedicado al comercio, que era lo habitual) sino como un funcionario, que lo mismo que a Cuba podía haber sido destinado a otra parte. Pero Castañón no tardó en hacer suyos los problemas cubanos, y siendo como era hombre apasionado, tomó partido, metiéndose en polémicas políticas y defendiendo posiciones radicalmente españolistas, que le acarrearon la enemistad y el odio de los elementos separatistas e insurrectos. Aunque continuó su carrera de funcionario como secretario del gobierno de la provincia de Puerto Príncipe, jefe de sección del Banco Español de Cuba y consejero de Instrucción Pública, no dejó por ello de escribir en los periódicos, y en 1869 funda el periódico «La Voz de Cuba», desde cuyas páginas se proponía combatir a los separatistas que en octubre de aquel año habían dado el Grito de Yara, que puso en marcha la guerra civil que antecedió a la definitiva, que en 1898 liquidaría la colonia. El periódico tenía un suplemento, «La Quincena», más extremista aún. A sus argumentos respondieron los separatistas desde el periódico «El Republicano», editado en Cayo Hueso, en Florida, y como el periodista asturiano se sintiera ofendido, retó duelo a su director, José María Reyes, el cual, alegando que no podía volver a Cuba, dada su condición de exilado político, invitó a Castañón a que fuera él a tierra norteamericana, y el asturiano, sin pensarlo dos veces, fue. Mas Reyes, que no lo esperaba, de la misma manera que Leopoldo Fortunato Galtieri no esperaba que la Armada inglesa recogiera el guante de sus balandronadas, se negó de nuevo a combatir, y Castañón le abofeteó en público. Las autoridades norteamericanas intervinieron entonces, condenando al asturiano a pagar una multa de 200 dólares por agresión. Una vez que los hubo pagado, al regresar Castañón a su hotel, fue abatido a tiros por cinco separatistas, aunque tuvo tiempo y fuerzas de hacer uso de su revólver y derribar de un balazo a uno de sus asesinos. Corría el año de 1870, y la causa española en Cuba había perdido, por gallardía, a uno de sus pilares.

Su traslado a la isla caribeña como letrado propició una intensa actividad periodística marcada por la lucha contra los independentistas