Antonio y João esperan sentados en el salón de la casa del último. Atienden a LA NUEVA ESPAÑA para charlar sobre una comunidad muy presente y muy activa en Laciana, la comarca vecina a Asturias a la que llegaron centenares de trabajadores provinientes de Cabo Verde. Antonio incluso vivió la independencia de su país, antes colonia portuguesa, ya en Villaseca de Laciana, uno de los núcleos potentes de la minería de la zona. Cuando llegaron, la empresa minera todavía se llamaba MSP (Minero Siderúrgica de Ponferrada), ahora, con Victorino Alonso como responsable de la compañía desde hace lustros y la adquisición de la asturiana Hullas del Coto Cortes (ubicada por la zona de Cerredo) se llama Unión Minera del Cantábrico.

La reunión viene a cuento del personaje central (y la inspiración) de «Contra el viento», la novela que se llevó el último premio «Planeta». Se trata de São, nombre de una caboverdiana que trabajó como asistenta de la autora de la obra, Ángeles Caso (Gijón, 1959). La escritora hace en la novela un homenaje a la actual inmigración, la que llega en muy malas condiciones y la que, finalmente, es la que trabaja para atender a los nuestros o llevarse la peor parte de los peores trabajos. Pero, sobre todo, es una obra para mujeres como São, «las heroínas de este siglo» que pelean su futuro lejos de su tierra y que sufren malos tratos o se ven forzadas desprenderse de sus hijos. A São la descubrió el «Magazine», suplemento semanal de LA NUEVA ESPAÑA, en un reportaje de Xavi Ayén publicado hace una semana. Y São es Maria da Conceição Monteiro Soares, vive en Lisboa y allí trabaja de camarera.

Curiosamente, cuando España estaba un paso por detrás de los países punteros europeos, estos inmigrantes lacianiegos lo tenían más fácil. El trabajo era duro: la mina. Pero igual de duro que para los nativos de la zona u otros españoles.

En Laciana llegó a haber (en la segunda mitad de los años setenta), una densa comunidad caboverdiana (los protagonistas de este reportaje hablan de unas 550 personas). Sus hijos son de Laciana, estudiaron en el Instituto de Villablino y no tuvieron problemas de convivencia. «Nunca me llegaron con quejas. Nada de racismo, la gente se adaptó bien», reflexiona João. Alguno de los caboverdianos lacianiegos se echó novio o novia local. Hay parejas y matrimonios mixtos. «Nada tengo oído de manera especial, ahora cualquiera se casa y se "descasa"», bromea João.

Antonio coqueteó con los sindicatos y una de sus hijas fue tentada por el ex alcalde Pedro Fernández «Cepedano» para optar a concejala. Tanto Antonio como João sospechan que el padre de la protagonista de «Contra el viento» vivió en Caboalles, otro gran núcleo de la comarca; pero son sólo cábalas surgidas de hablar unos con otros una vez se les dijo el motivo de esta información. El personaje real de la novela dice en el señalado reportaje del «Magazine» que fue abandonada y que conoció a su padre cuando tenía 9 años y que desconoce su paradero.

La comunidad caboverdiana de Laciana tiene entre ellos un personaje popular, el futbolista Valdo (Real Madrid, Osasuna, Espanyol, Málaga). Su padre, José João López, fue compañero de trabajo de Antonio. Valdo nació en Villaseca y suele ir de visita.

Vistos los inmigrantes de hoy «nosotros tuvimos mucha suerte. El trabajo era duro, pero el trato fue igual que con los de aquí. Íbamos a la misma capa que los españoles, se cobraba lo mismo, trabajabas lo mismo y el libramento (el justificante de la nómina) era igual, que, por cierto, era de color verde».

También crearon su pequeño hábitat: hubo un bar con propietario de Cabo Verde y una asociación. E iba por Laciana, y sigue yendo, el cónsul de Cabo Verde. Pero, reconocen, «ya quedamos pocos».

Antonio Firmino Fonseca es de la localidad caboverdiana de Santo Antão. Pero lleva instalado la friolera de 34 años en Laciana, con lo que tiene la perspectiva para observar la inmigración de antaño y la actual. Está casado con Emilia, compatriota suya, y tiene cinco hijos.

Llegó a España vía San Sebastián, en 1974. Un año después estaba en Laciana y empleado de ayudante minero. Había pasado por Holanda para trabajar en barcos, pero no le gustaba la mar. «Ya habían estado por aquí unos conocidos y me dijeron que había trabajo en la minería. Voy a ver», me dije. «Si funciona, me quedo; si no, vuelvo para San Sebastián». Es evidente que funcionó. Antonio empezó su trabajo en el grupo Carrasconte. Se acuerda de su primer compañero, aunque le cuesta un poco.

No llegó con lugar de residencia ni trabajo asegurado, pero llegó legal. «De aquélla, había que esperar unos días», relata, «mucha gente se largaba. Iban quedando puestos libres. Cuando yo entré se habían ido diez portugueses. No les gustaba la mina. Ese mismo día entramos cuatro caboverdianos». Interviene João, Juan en Villablino.

João es miembro del coro «Santa Bárbara» de la parroquia. Tiene en un mueble muy visible del salón una foto -en la que se ve a su mujer y a una amiga- del día que la agrupación cantó en el teatro Campoamor de Oviedo. Pero la charla prosigue revisando su viejo viaje a Laciana: «Entonces los portugueses venían y trabajaban a temporadas. Años después de llegar yo, sobre los ochenta, ya nadie se iba».

«Hay que tener cuenta que los caboverdianos llegamos vía Portugal. Éramos portugueses», matiza Antonio. Cabo Verde se independizó el 5 de junio de 1975, precisa, y él vino como portugués; en cambio, João ya lo hizo como caboverdiano.

Hablamos del primer sueldo de Antonio: 15.000 pesetas de 1975. «Era dinero en esos tiempos. Para hacerse una idea», cuenta, «en San Sebastián ganaba 70 pesetas a la hora». Y eso, en 40 horas semanales, son 2.800 pesetas.

João es João Francisco de Brito y está casado con Luisa, también de su tierra. Tiene tres hijas nacidas entre 1981, la mayor, y 1991, la más pequeña. Aterrizó en tierras lacianiegas en 1977 e insiste en un dato: «Nosotros entramos bien; legales». Antonio amplía esa información para matizar. «La integración fue buena. Supimos estar a la altura. Nosotros nos teníamos que adaptar a ellos; no ellos a nosotros». Y ya que está en uso de la palabra desgrana su vida laboral en Carrasconte. Tras seis meses de ayudante minero, «me hice picador. Estuve casi 23 años en la mina. Pues bien, menos los seis meses de ayudante el resto estuve picando carbón».

Se libró de accidentes a pesar de haber trabajado «en sitios muy peligrosos. Cuando me faltaban cuatro años para prejubilarme me mandaban de comodín, de posteador y otros trabajos. Los jefes nos mandaban para asegurar. No quería sacar gente con las «patas por delante». En mis años de trabajo hubo dos accidentes mortales: un compañero de Cabo Verde y otro de Villaseca». Del primer sueldo de picador es difícil olvidarse: «Me acuerdo porque de las 15.000 pesetas de ayudante pasé a 48.000». Su último sueldo en activo es de 1994: «Yo fui de los picadores de sueldo alto. Gané brutas 600.000 pesetas, cuatrocientas mil y pico neto. En esos años los sueldos eran ya muy altos. Ganan menos ahora».

Explica João, que retoma la palabra de nuevo, que su primer sueldo fue algo más bajo porque en sus minas, Bolsada y Paulina (en Caboalles de Abajo y Caboalles de Arriba, respectivamente), estaban las capas estabilizadas y trabajabas con otros precios. Como su compañero se pasó la vida picando: 21 años.

Dice João que de forma definitiva nadie vuelve a Cabo Verde. «La gente se va a vivir a Torrevieja» o se queda por la zona. «A Cabo Verde van y vuelven». El grifo se cerró al poco de llegar João. «Sólo entraron dos caboverdianos más en 1977 y a partir de 1978 ya no entraron más. Cuentan que la comunidad llegó a ser de alrededor de 550 personas. Además, las familias crecían muy rápido. La gran mayoría vivían en Caboalles, Villablino y Villaseca, las tres localidades más grandes de Laciana.

João empezó en una mina de un sector que se llama Peñas. Ahí ya picó un mes; y después estuvo picando hasta el 92, un dato que facilita porque fue el año de la marcha minera: «Ya no entré en la marcha; iba de acompañante. Iba a un sitio y a otro de apoyo». João había llegado a Laciana por su hermana, que estaba en Lisboa. Llegó con 18 años cuando aún estudiaba en Cabo Verde. Luego, aquí, intentó proseguir estudios en cursos en la Universidad a Distancia. Cuando se le pregunta si tuvo problemas con el idioma es contundente: «piamos rápido». A pesar de que hace muchos años que ya llegó fue de los últimos en hacerlo. Eso aún le dio más facilidades en la adaptación. «Cuando yo entré a la mina ya había muchos caboverdianos. Me adoptaron. Me extrañó aquello de dar madera para arriba» (la madera que se da a los picadores en la rampa, un agujero mínimo). «No encontraba postura», ironiza João, que añade que no pasó miedo en la mina; Antonio, en cambio, afirma que estuvo a punto de marcharse. Ambos y sus familias son ya muy lacianiegos. O, como mínimo, caboverdianos de Laciana.